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Revés, pacto y regeneración

Pacto español

El martes se produjo un acto memorable en el Teatro Calderón de Madrid, impulsado por Libres e Iguales, en el que se dio lectura al documento ‘El Pacto Español‘ -que inserto completo ut infra-, también conocido ya como ‘Manifiesto del Calderón‘ y que resulta esencial en el dedicado momento político que sufre este país. Les recomiendo vivamente que lo lean.

Desgraciadamente, los padres de la Constitución no acertaron en la labor de subrayar y esposar a los demonios del país, dejando inmensos vacíos por los que se colaron, de mil amores, los eternos artífices del lado obscuro.

Esa precisa reforma constitucional deseable debería cerrar tales agujeros negros y devolver las enseñanzas patrias a escuelas y dirigentes.

Revés a un Gobierno al revés

Ese mismo martes, el diario digital Público divulgó la grabación de una conversación del Ministro del InteriorJorge Fernández Díaz, en su propio despacho- con el Jefe de la Oficina Antifraude catalana. En mi opinión, lo de menos es de qué hablaron o contra quién. Lo grave es que a 72 horas del día de reflexión previo a las elecciones generales se publique un hecho que debería haber supuesto la inmediata dimisión del Ministro y ésta no se ha producido.

Todo lo contrario. Que, a cuenta de la grabación y divulgación de su conversación, diga el tal Fernández Díaz que esto es ‘el mundo al revés’ da una idea clara de lo que ha construído estos cuatro años, con mayoría absoluta, el Mariano: un Gobierno al revés.

A este Gobierno, que se ha hartado de tolerar grabaciones y divulgaciones de todo lo habido y por haber, le han dado un revés tan descomunal que certifica el fin de la carrera política de Mariano Rajoy, ocurra lo que ocurra el domingo.

No sé qué servicio de inteligencia -propio, ajeno, nacional, independentista o internacional- lo ha grabado, ni me importa. Pero sí sé -repito- que eso en una democracia básica supone la inmediata dimisión del Ministro y de toda su cúpula policial.

Por muchas razones. Entre otras, porque un Ministro del Interior que no sabe ni protegerse en su despacho… ¿de qué va a defendernos a los ciudadanos? Es delito grabar una conversación sin permiso y difundirla y es políticamente inaceptable que eso se lo hagan al mismísimo Ministro del Interior en su mismísimo despacho.

Quién haya sido el responsable de colocar el micro oculto y/o de elegir el momento de divulgar lo grabado tampoco, por tanto, es lo esencial, aun cuando en este país es evidente que determinadas e influyentes, decisivas, cloacas -del Estado u otros poderes-, campan por unos respetos, los suyos, que suelen celebrar su existencia con ocasión de los días, las horas, previas a la celebración de votaciones patrias.

Que El País lleve hoy a portada la demagogia culpabilizadora de que en Interior trabaja una ‘policía patriótica’ que quiere ‘desprestigiar’ a políticos soberanistas y ‘frenar el secesionismo’  es hacer el juego al independentismo y no entender por qué el Ministro debería dimitir.

Regeneración

En mi opinión, es ya ineludible que el Rey, el próximo lunes, convoque a los partidos constitucionales para unos nuevos pactos ‘de la Moncloa’ -que yo denominaría, esta vez, ‘por la regeneración’– con objeto de iniciar el auténtico levantamiento de las alfombras.

EQM

pd. Resulta grotesco que ERC y CDC -abanderados del principio de ilegalidad- se indignen ante su seguimiento antifraude por parte del Gobierno. Lo lógico es que el Estado investigue a todos los golpistas y sus palmeros. Pero la que ya es hilarante es que el interlocutor de la conversación con el Ministro sea un alto cargo catalán… nombrado por el propio Parlamento de Cataluña!

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Libres e Iguales, Madrid, 21 de junio de 2016

Exactamente 38 años después de que se firmara en el Congreso
el anteproyecto de la nueva Constitución española.

En España es fácil, y goza de un cierto prestigio, romper la Constitución en la tribuna del Congreso o quemarla en el plató de una televisión pública. Más difícil es celebrarla.

Y celebrarla, precisamente, es lo que hemos querido hacer hoy este modesto y obstinado grupo de españoles.

Es una celebración política, que nadie se engañe.

Nosotros aspiramos a que dentro de 20, 50 o 100 años la Constitución de 1978 siga vertebrando las leyes del Estado de España. Es decir, garantizando la libertad, la igualdad y la fraternidad de los ciudadanos, y renovando el pacto español que logró que la guerra civil pasara de verdad a la historia.

Hace dos años dijimos que la Constitución es la paz civil española. Ahora decimos que la Constitución es también un mandato de madurez y modernidad.

En el último tiempo, todos los partidos políticos han aludido a la necesidad de una reforma constitucional. Al modo del mantra que ha de resolver nuestros serios problemas políticos.

Llama la atención que ninguno de ellos haya optado por oponer enmiendas a reforma.

Enmiendas es una vieja palabra del lenguaje agrícola. Define las sustancias que se mezclan con las tierras para modificar sus propiedades y hacerlas más productivas. Y define también cuál es el límite y el sentido de la modificación constitucional. Aquello que mezcla favorablemente con el texto de referencia. Y aquello, también, que es concreto, preciso, claro.

Se comprende que los partidos políticos hayan preferido hablar de reformas y no de enmiendas. Hablar de enmiendas les habría obligado a concretar.

Y a arriesgar. Y a plantar cara.

Una enmienda, pongamos por caso. La que acabara con los llamados derechos históricos de determinadas comunidades. Sería una enmienda que Libres e Iguales apoyaría con entusiasmo.

Se podría añadir que, en coherencia, habría que eliminar de la Constitución el principal derecho histórico, que es el de la Monarquía.

Pero esa lógica no refleja la realidad de las cosas.

La Monarquía es un anacronismo, de acuerdo. Pero la monarquía española fue una pieza clave en la salida pacífica de la dictadura. Y aún hay algo más importante que el papel de nuestro Rey viejo en la transición o en la noche febril del 23 de febrero. Es su voluntaria y sistemática reducción a un símbolo de unidad y concordia.

Imaginemos por un momento que la Monarquía, una vez instalada como eje del Estado, hubiera tratado de ganar incesantemente poder político, desbordando su función simbólica y traicionando así la letra y el espíritu del pacto español.

Pues bien. Eso es lo que han hecho algunos de los propietarios de esos supuestos derechos históricos, que la Constitución —un pacto, al fin— concede: extorsionar a la política española con cualquier método imaginable.

Hasta tal punto que una fracción de esos rentistas de la historia, alojada en el submundo del crimen, adoptó la extorsión máxima del asesinato.

Ellos, justo es decirlo, también hicieron una aportación a la transición española. Fue la sangre. Entre otras, la del comandante Jesús Velasco, el abuelo de Paula. Y la de Gabriel Cisneros, uno de los redactores del texto constitucional. Ellos sí hombres de paz.

Sí. Monarquía y nacionalismo son dos anacronismos. Pero han ejercido entre nosotros un papel radicalmente distinto. Mientras la monarquía ha trabajado con discreción para no desbordar su marco simbólico, el nacionalismo ha activado, blindado y ampliado los privilegios supuestamente decretados por la historia.

En un caso el símbolo ha devenido en metáfora del acuerdo civil; en el otro, ha pasado a ser agente del conflicto civil.

Contra lo que podía imaginarse de una élite moderna y de una política avanzada, la reforma de la Constitución que algunos ahora plantean no pretende la supresión de esos derechos históricos. Todo lo contrario: pretende su ampliación a otras comunidades. Es decir, pretende la extensión de la desigualdad entre los españoles.

Nobleza catalana; vulgo manchego. Casta vasca, plebe extremeña. ¿Hidalguía andaluza?

Y pretende convencernos, además, de que esos derechos son una sentencia inapelable de la historia, retrotrayéndonos a la fosa de un tiempo sin luces como fuente de toda legitimidad.

Diseñan un nuevo tiempo de discriminación legalizada, de Estatutos de limpieza de sangre, ahora en versión territorial.

Su reforma es regresión.

Por su parte, la extrema izquierda, en el paroxismo de la confusión, y también de la cursilería, plantea la eliminación del simbólico anacronismo monárquico, mientras patrocina el anacronismo nacionalista. Una república de la segregación.

Su revolución es la reacción.

Pero nuestra reivindicación de la continuidad del pacto español no está sólo basada en el cumplimiento de la ley. Está basada también en el carácter benigno de las ideas que lo vertebran. La línea que va de los crímenes de Orlando al de Leeds señala cómo determinados relatos amenazan el marco de referencia de nuestras ideas y de nuestro mundo.

Es cierto que para mostrar toda su malignidad esos relatos deben prender en un loco. Pero los cuerdos pacíficos que profesan las mismas ideas que los locos asesinos deberían vivir avergonzados de que alguien pueda matar en su nombre.

Antes de disparar gritan: «Británicos primero». O: «Alá es el más grande». Matan en nombre de un proyecto de segregación humana.

Así se ha matado también en los últimos cuarenta años españoles. En nombre del nacionalismo. Ese ha sido el rostro de nuestro crimen político. Nadie ha matado en nombre del pacto español. Nadie puede matar en su nombre. Porque nadie mata en nombre del acuerdo y la democracia.

La política ha de organizar la vida de los ciudadanos de un modo limpio, transparente y hasta humilde. Como el estilo organiza el texto.

Ese es el gran éxito de la democracia representativa. El magnífico procedimiento que delega en los especialistas la gestión de los asuntos colectivos. Delegamos la política como delegamos nuestra salud, nuestra educación, nuestra seguridad.

Esa división del trabajo está en la raíz misma del concepto de ciudadanía. La ciudad nace, y se aparta de la tribu, cuando sus miembros intercambian conocimientos y habilidades. Cuando todos dejan de hacer de todo para hacer cada uno lo suyo.

Este éxito de la democracia representativa está en riesgo en muchos lugares del mundo y también aquí.

Por eso llamamos a la responsabilidad de los ciudadanos ante la actualizada potencia de los dos grandes enemigos de la política: el nacionalismo y el populismo. Ambos contradicen otra decisiva virtud de la democracia: la drástica rebaja de las emociones, que es el fundamento de la vida en comunidad.

Una de nuestras más serias obligaciones debe ser la denuncia del fraude de la llamada politización. No hay política en el Brexit. No hay política en Trump. No hay política en el secesionismo catalán. No hay política en el populismo podémico. Hay justamente su fraude. Y el fraude principal: el blanqueo de ideas malignas mediante el disolvente de la emoción.

La llamada politización, esa que se exhibe a chillidos en tantos platós de televisión, o que se concreta en la caza y captura del discrepante en las redes sociales, es un insulto a la política. Como también lo es, y muy señaladamente, esa conversión de la discusión política en una ceremonia deportiva, binaria, cuya definitiva plasmación es el referéndum.

La politización no amenaza sólo a la política. También a otras instancias fundamentales de la vida en común como la justicia o el periodismo, sumidas en España en una crisis de profunda gravedad. La politización es incluso un insulto a las propias y complejas emociones, ya fosilizadas en la respuesta automática del emoticón.

Libres e Iguales defiende la importancia de la política. De esa alianza entre el ejercicio de la responsabilidad de cada ciudadano y el conocimiento de los expertos. Por eso celebra el pacto español que la transición encarna.

Lo celebramos, eso sí, sin mitificaciones. También durante la transición actuaron a cuerpo gentil los irresponsables. Pero perdieron. De calle. La política ganó.

Hoy seguimos dispuestos a trabajar activamente por el restablecimiento de la confianza. Somos conscientes de que el secuestro emocional de la política es la amenaza más seria al progreso. En España y fuera de ella.

De ahí que esta celebración de la Constitución como nuestro gran pacto de la razón tenga que ser una celebración vigilante.

Ya no solo en la calle. En el parlamento español. En los parlamentos regionales. En las alcaldías de numerosas e importantes ciudades españolas… hay fuerzas políticas que agreden la libertad y la igualdad de todos los españoles. Su discurso amenaza la continuidad de España, la continuidad de la razón y la continuidad de la política. Rompen o queman la Constitución.

Como adánicos, desconocen el supremo valor de la enmienda.

Minutos después del último resultado electoral, Libres e Iguales declaró su apoyo a la formación de un gobierno entre los partidos constitucionalistas que habría permitido abrir un período de estabilidad y de reformas. Abrir, tal vez, la era de la enmienda.

Hoy, y ante la verosimilitud de una situación postelectoral similar, pedimos lo mismo. Esa es la abrumadora mayoría que ahora debe gobernar España. Y pedimos además que ese pacto se extienda a las comunidades y municipios.

Ese es el pacto español de hoy.

Su necesidad deriva de una situación de excepcionalidad provocada, entre otras razones, por la crisis económica. Y por la instalación en los parlamentos de populistas y secesionistas, ya netamente coaligados en su objetivo común de destruir la soberanía constitucional española.

La Grandísima Coalición, la Gorda, como nos gustaría llamarla cariñosamente, no es un intento de minimizar el conflicto social, ni de ocultarlo. Todo lo contrario. Nosotros reconocemos el conflicto, y su carácter inevitable, como corresponde a un pensamiento desprovisto de toda tentación utópica.

Lo que rechazamos es que la democracia española siga jugando peligrosamente con la representatividad.

Los ciudadanos españoles no están partidos en dos bloques irreconciliables, binarios, guerracivilistas. Al menos tres cuartas partes de ellos están de acuerdo en los asuntos esenciales de la gobernabilidad. No es justo que el vuelo gallináceo de determinadas élites políticas y mediáticas malogre este acuerdo esencial.

Se pide una nueva política. Esa política nueva, esa política tan frecuente en Europa e inédita en España, es la gran coalición. La cristalización de un nuevo consenso. Un consenso constitucionalista.

El irracionalismo no crece cuando se le aísla. Crece cuando se le otorga respetabilidad. Cuando se incorpora al espacio de la razón común. Cuando se le trata como uno más, siendo lo demás.

El irracionalismo aplicado a la política sólo tiene una utilidad. Y no menor. Y es que, en la observación de sus himnos y proclamas, las gentes razonables comprendan que la democracia y el progreso exigen un compromiso diario. Y que lo fatídico es, justamente, que la noción del compromiso, y hasta su alegría, esté hoy monopolizada por los irresponsables y los cínicos. Por los que hacen del fracaso español un ilegítimo negocio político y mediático.

Frente a los mercenarios del fracaso, hay que volver a afirmar: ¡Estuvo bien hecho. Lo hicisteis bien!

La transición no abrió un paréntesis en el sinuoso itinerario español, sino un sistema de libertad al que no vamos a renunciar. La Constitución no fue una concesión a la desahuciada tutela franquista, sino un contrato de civilización. Nuestra democracia nunca se pretendió perfecta ni acabada; desde el primer momento demandó convicción, valentía, militancia. Las que ahora reclamamos y que debemos exigirnos a nosotros mismos.

Hace años, una vieja figura, lúcida e irónica de la transición española, Antonio de Senillosa, se lamentaba de la imposibilidad de que las masas salieran a la calle gritando: «¡Viva el centro!». Decía que sólo la pasión desatada de los extremos era capaz de declinar los vivas y los mueras correspondientes.

Esta noche, queridos amigos, Libres e Iguales os convoca a desmentir la sentencia de aquel Senillosa.

¡Viva el centro!

No el centro melifluo, equidistante, paralizado. El sórdido tiqui-taca político.

Sino el centro que agrupa.
Lo común.
El lugar que señala los problemas reales.
El punto sobre la i.
Allí donde está la fuerza.
El 10 de la diana.

El centro de gravedad.
Frente a la gravedad.

[El documento en pdf]

libres e iguales 220616.

Je t’aime, Constitución

Crónica de José María Albert de Paco para Libres e Iguales

Que un periodista de Barcelona cubra un acto en Madrid debió de ser habitual hace unos años, cuando España aún no estaba cuarteada en negociados y cualquier suceso era susceptible de una cierta literatura del asombro. Hoy los madrileños hablan de Madrid, los barceloneses de Barcelona y todos de Cataluña. El desistimiento del Gobierno respecto al Procés, en efecto, no tuvo en cuenta que Cataluña es un trending topic enteramente español. De ahí que esa atonía fuera tanto más horrísona. La plataforma Libres e Iguales se constituyó precisamente para azuzar la réplica española al populismo y sus terminaciones nerviosas.

Anoche, en el teatro Calderón, Libres e Iguales entró en campaña para reivindicar el gran pacto español, esto es, para recordar a PP, PSOE y C’s que tienen la obligación moral de formar un gobierno que no aboque a España a un cambio de régimen. No es tarea fácil. Por la mañana, el líder del PSOE, Pedro Sánchez, había dicho no sé qué de que el comunismo merece respeto por sus muertos. Y no, no se refería a los Veinte Millones. Por lo demás, pronto hará un año de aquellas palabras de Cristina Cifuentes, en que afirmaba el respeto que profesaba a sus amigos comunistas y sus ideas. Curiosamente, sólo Iglesias, el comunista oficial de El Gato al Agua, se ha desprendido de ese atributo. Como se desprendió de la pulsera venezolana y el adhesivo de Syriza.

En la puerta del Calderón coincidí con Andrea Mármol y Verónica Puertollano. Verónica ha ido afinando su instinto para sobrevivir a lo que conllevan estos montajes. Tanto es así que no era ayer una mujer al borde del ataque, sino una anfitriona esplendorosa. Hace 10 años, tal vez 11, me recibió en la puerta del Tívoli, en Barcelona, para un acto de idéntica naturaleza. Entonces era Miss Moneypenny y hoy es una émula de Phil Spector. En el patio de butacas debía de haber unas 1.200 personas y en la calle otras 500, lo que, durante la cena posterior, llevó a los organizadores a sopesar la idea de trasladar la siguiente función, sea cual sea, a un pabellón. No cuajó.

Sobre todo porque, como apuntó Cayetana, lo que se dice en un teatro no tiene nada que ver con lo que se dice en un pabellón. El primero propicia la sutileza y el segundo el griterío, el primero el contrato y el segundo la trapisonda. A un teatro, en fin, van personas, mientras que al pabellón va la gente. En la platea, el señor que tenía detrás había dejado en el aire un suspiro hamletiano. «Y la gente que no somos gente, ¿qué tipo de gente somos?». Fue un segundo antes de que se apagan las luces, se alzara el telón. Sobre el escenario, un elenco de 27 actores aguardaba a que el violín de Elena Mikhailova apagara su gemido.

Lo que siguió fue una antología de duetos inverosímiles, donde ya la mezcla de lozanía y madurez entrañaba una solemne provocación. El verbo enardecido de Roberto Blanco Valdés, la docta pedagogía de Francisco Sosa Wagner y el discurso electrizante de Federico Jiménez Losantos se cobraron el contrapunto en la radiante dignidad de Paula Baena Velasco, el grácil español de Laura Fàbregas y la palabra animosa de Andrea Mármol.

Y cuando la jota de Rodolfo Martín Villa (han leído bien, la-jota-de-Rodolfo-Martín-Villa) parecía un hito insuperable, Emilia Landaluce, transmutada en Jane Birkin, humedeció el teatro entre vivas a la Constitución. Aunque para ángulos insospechados, el de Jorge Bustos, quien ya no debería hacer otra cosa que escribir diálogos para Victoria Vera. En puridad, no obstante, sólo hubo una pieza teatral: la que representaron Arcadi Espada y Verónica Puertollano, y que trataba ¿lo adivinan? Exacto, sobre la verdad. O más exactamente, sobre el making of de la verdad.

En el discurso con que Cayetana abrochó el acto, Antonio de Senillosa se hizo carne en el Calderón y su célebre «¡Viva el centro!» encontró, tantos años después, su pleno sentido en la noche madrileña. En pie: «La política ha de organizar la vida de los ciudadanos de un modo limpio, transparente y hasta humilde. Como el estilo organiza el texto».

Por último, y para quienes (se) pregunten para qué sirve «todo-esto-de-Libres-e-Iguales», tengo una respuesta. Anoche, Libres e Iguales alumbró un nuevo símil con que aludir a la democracia (democracia sin adjetivos, como Rafael Latorre se ocupó de recordar). Democracia es la posibilidad de que Albert Boadella aleccione a todo un ex ministro de Gobernación acerca de cómo debe entonarse una jota. El ex ministro de la poli, ajá, a las órdenes del cómico que desafió al franquismo. Y obedeciéndolas.

Ciudadanos tan distintos como iguales

Victoria Prego en El Mundo, 220616.

Fue un acto de los que de vez en cuando convoca Libres e Iguales, la asociación que tiene como programa y como objetivo la defensa de la Constitución de 1978, lo que significa la defensa del pacto esencial que alcanzaron los españoles y que nos ha proporcionado décadas de libertad en igualdad de derechos.

Y es notable, y significativo, que tenga sentido y sea oportuna la convocatoria a los ciudadanos para expresar públicamente nuestro respaldo a la Carta Magna. Y eso es porque nuestra Constitución es ya para muchos españoles un texto contra el que se debe actuar por el procedimiento de incumplir sus preceptos o bien por el procedimiento de declararla inservible, superada, incapaz de dar respuesta a las necesidades de los ciudadanos de hoy.

Contra estas falsedades, que han crecido extraordinariamente en los últimos años sin que hubiera voces que se levantaran con vigor para defender su vigencia y su necesaria, imprescindible existencia, contra esta corriente, nació Libres e Iguales.

Ayer, en un teatro abarrotado que no pudo acoger a toda la multitud que se quedó en la calle porque no pudo entrar, personas de distintas edades, procedencias políticas e ideologías, acudieron a la llamada de esta asociación para, por parejas, elegir un artículo de la Constitución y hacer un breve comentario sobre su valor o su utilidad. Las parejas estaban formadas por un viejo y un joven con hombres y mujeres en las dos categorías. Y allí, en un ambiente agradable, cargado de humor, se dijeron cosas importantes y sensatas. Cosas que se resumen en una: esta Constitución, que nadie dice que no pueda ser reformada en lo necesario, está en la base y explica plenamente el régimen de libertades en el que hemos vivido todos estos años. Y es el bastión que nos va a proteger de tanto intento de romper nuestro pacto de convivencia y de tanto proyecto de darle la vuelta al sistema que nos hemos dado. Por tanto, a esta Constitución hay que defenderla porque ella nos defiende a nosotros de las pulsiones secesionistas, de las tentaciones totalitarias y de la imposición de los populismos.

¿Reformas o enmiendas?, decía Cayetana Álvarez de Toledo en la intervención que cerró el acto. Porque no es lo mismo, decía, porque las enmiendas exigen concreción y la reforma abarca todo un universo en el que se puede navegar eternamente sin llegar a abordar nada concreto. La Constitución aguantará las enmiendas que sean necesarias, pero a las que se llegue después de un acuerdo muy mayoritario. Pero mientras eso sucede y no sucede, un grupo de ciudadanos libres se reúne de tanto en tanto para hacerle un homenaje político y público.

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Notas.-

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