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Perico Fernández, durante el combate, celebrado el 21 de septiembre de 1974, en Roma, en el que se proclamó Campeón del Mundo del peso superligero, Consejo Mundial de Boxeo., frente a Lion Furuyama.
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Perico Fernández: el hospicio, el ring, El Pardo y el burdel
Orfeo Suarez en El Mundo, 121116.
La conversación de fútbol la interrumpe un grito: «¡Te he dicho que vengas por las noches, antes de cerrar, no ahora! ¡¡Fuera!!» Víctor Fernández, que ha dejado hace meses el Zaragoza, me pregunta mientras señala al indigente que abandona el restaurante, cabizbajo, escondido de sí mismo: «¿Sabes quién es? Un mendigo», contestó. El entrenador se pone serio: «Es Perico Fernández«. El fútbol desaparece de la mesa, tomada por el silencio. Hay un rastro que seguir.
Es sencillo. Perico no va muy lejos. Un burdel cercano le da cobijo durante el día, en las pocas horas frías de estas camas calientes. Por la noche vuelve a la calle, al interior de un coche viejo si hay suerte, y a por las sobras de los restaurantes donde en el pasado jaleaban a uno de los campeones del tardofranquismo, convertido, años después, en la metáfora de la autodestrucción en carne y hueso.
De la mendicidad lo sacó, hace cinco años, José Antonio Visús, abogado y filántropo del boxeo, con el apoyo de uno de los amigos que siempre estuvieron junto a Perico. Se trata de Paco Millán, el hijo del dueño del bar que estaba junto al Hogar Pignatelli, en Zaragoza, donde Perico pasó su sórdida niñez. Desde entonces, vivía en un modesto piso hasta que el alzheimer y la diabetes provocaron que fuera trasladado a un centro de los Servicios Sociales de Aragón, donde, ayer, falleció a los 64 años.
«¡Saca manita!»
La caridad del burdel fue mejor que la del hospicio, según recordaba Perico, que estaba en otra casa de tolerancia, pero 40 años atrás, cuando el propietario le dijo que si algún día ganaba el campeonato de España podría elegir a la meretriz que quisiera. Perico señaló, sin saberlo, a la mujer del propio dueño. En 1973, cumplió con su parte de la apuesta, al ganar el título nacional del peso ligero ante el canario Kid Tano, el sordomudo de Arenales. De la otra, nunca se supo. La anécdota es recogida por dos periodistas maños, Fran Osamblea y Rafael Rojas, en Guantes Rotos, un libro con el calor de las cosas hechas entre amigos. Kid Tano sufrió un castigo excesivo. Al no poder hablar, fue incapaz de decir que quería abandonar hasta que se dio cuenta Perico.
En el hospicio propinó uno de sus primeros directos. Fue a una monja. Lo sedaron durante 24 horas. Tampoco en el ring fueron adecuados todos los puñetazos, ya que, en 1980, al final de su carrera, dejó KO a un juez, pasó la noche en comisaría y fue inhabilitado. En lo pugilístico, Perico era lo que era su pegada, descomunal. «¡Saca manita!», le gritaban desde el rincón, mientras resistía el castigo. Las tres mejores las sacó en el Campo del Gas de Madrid, en 1974, para noquear a Tony Ortiz y lograr el título europeo de los superligeos; en Barcelona, ante Joao Henrique, en 1975, para retener el cetro mundial conquistado un año antes, frente a Lion Furuyama; y en la plaza de toros de Zaragoza, en 1976, donde envió a la lona a Fernand Roelans en el primer asalto.
La conquista del título mundial lo condujo al Palacio de El Pardo. Como cumplía el servicio militar, Perico se presentó de uniforme. Franco se confundió y le felicitó por el campeonato de Europa, a lo que el púgil contestó con un «gracias, capitán». Cuando el dictador rectificó, lo hizo también Perico: «Sí, capitán general». Al año siguiente de haberlo ganado, lo perdió, en Bangkok, ante Saensak Muangsurin. El español recibió críticas por su aparente falta de combatividad. Perico insistió en que le habían drogado, al rociar con polvos los guantes de su rival.
Todo se lo explicaba al bueno de Millán, mientras se refugiaba en la pintura naif, hasta que le abandonaron los recuerdos. Jamás echó la culpa de su destino a nadie, ni se reprochó haber conocido a alguno de sus hijos cuando ya eran adultos: «He sido vago y golfo. No lo puedo negar. Es la puta verdad de mi vida». Sólo la pudo sujetar en un puño: ¡¡Pum!!
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Las frases que dejó el boxeador ‘Perico’ Fernández
Javier Martínez en El Mundo,111116.
El boxeador español ‘Perico’ Fernández, campeón del mundo de peso superligero en 1974 y 1975, ha muerto en Zaragoza a los 64 años. El diario EL MUNDO contactó con él en 2013 y dejó decenas de frases que definen lo que fue y ha sido hasta su último día el púgil aragonés.
«Pinto: cuando me apetece, tres o cuatro horas al día. En mi época de boxeador regalaba los cuadros; ahora los vendo. Nadie me quiere dar un trabajo».
«Vivimos en un piso alquilado. 80.000 pesetas al mes. Hay veces que lo paso un poco jodido, pero siempre se paga».
«Me dieron una postal de la Alhambra y ahora la estoy pintando. Es para un matrimonio de Granada, me encargaron un par de cuadros, por 200 euros cada uno, pero valen más, porque tienen mucho trabajo. Yo también me hago los bastidores de los cuadros».
«He perdido un poco la pista a mis hijos»
Habla Perico Fernández, quien se proclamara campeón mundial del peso superligero, el 21 de octubre de 1974, en Roma, ante Lion Furuyama. Lo hace a través del teléfono, desde su domicilio.
«Tengo cinco hijos, con cuatro mujeres distintas. El mayor tiene 27 o 28 años. Les he perdido un poco la pista. El pequeño se llama Pedro Adrián, tiene 17, está aprendiendo carpintería; no le gusta estudiar. Está aquí ahora, vive con nosotros, conmigo y con su madre, Esperanza».
«La última exposición la hice el año pasado por estas fechas, en Tarazona. Me dijeron que había mucha afición a los toros, y ¡me cago en la madre que los parió! ¡No vendí nada! No es que me gusten los toros, pero se me da bien pintar esos cuadros».
«Tengo que hacer algo. Se pasa el tiempo y debo mirar por mi porvenir».
«Martín Berrocal me compró cinco cuadros por 3.000 euros el otro día. Se porta bien. Yo quiero trabajar en alguna de sus fincas, echándole una mano con las vacas. Tengo 55 años, pero todavía me muevo bien».
«No me acuerdo ni de lo que fui»
«Había un televisor en el hospicio, porque yo no conocí a mis padres, ¿sabes? Vi un combate de Alí y me dio por boxear. Pero el mejor fue Joe Louis. Salía a matar a su rival. No hacía el tonto como yo, que me cansaba de tanto bailar».
«Espera, que me estoy sirviendo una lata de cerveza, que la voy a abrir». «No, no bebo mucho».
«La última vez que salí en televisión fue en el programa de Pepe Navarro, Rufus y Navarro. Me pusieron un caballete y un cuadro para que pintara. Me dijeron que me daban medio millón de pesetas y todavía no me han pagado. Y se me quedaron un cuadro. Tuve que firmar un papel como que cobraba un dinero. Rufus Navarro me engañó. Y había otro entre medias. Aún me siguen robando. Son unos malnacidos. Mira que son sinvergüenzas».
«¡Trae un cigarro!». «Fumar sí, siempre he fumado, también cuando boxeaba. Medio paquete al día. Marlboro, siempre Marlboro».
«¿Furuyama? Eso ya está pasao. No me acuerdo ya ni de lo que fui. Yo sé lo que he sido en el deporte, lo máximo».
«Mi pintor favorito soy yo».
«Hará más de 30 años desde que pinté el primer cuadro. Siempre me ha gustado mucho dibujar y pintar».
«Crees que el dinero te durará siempre»
«Me metí al gimnasio en el hospicio porque pagaban 300 pesetas por combate. No tenía dinero ni familia. Yo era un pegador que hacía mucho daño y tiraba a casi todos».
«Antonio Nuez es el que más cuadros me ha comprado. Es un constructor. Uno de mis mejores amigos».
«Cuando uno es figura se cree que el dinero le va a durar siempre. La culpa es mía por habérmelo gastado todo, pero que me quiten lo bailao. Todo era para mis hijos».
Perico Fernández, hoy héroe del silencio, homenajeado por Enrique Bunbury en su disco Flamingo’s. Ayer, la televisión con Pedro Ruiz; la radio, protagonista recurrente en las noches de José María García. «El otro día estuvo aquí, en Zaragoza. Podía haberme llamado».
«Estoy saturao. ¡Zaragoza me da un asco…! Me jode ser zaragozano. Me tendría que ir a otra ciudad. Los altos cargos son unos mamarrachos. Ya no se acuerdan de nadie».
AYER
«No me gustaba mucho ir al gimnasio». «Conocí a Franco. Tenía un par de cojones». «No tenía que haber ido a Tailandia a pelear contra Muangsurin. Me drogó mi propio ‘manager’, que está en el cielo». «Yo era un pegador que hacía mucho daño y tiraba a casi todos». «De lo único que me arrepiento es de haber sido boxeador»
HOY
«No practico nada de deporte. Salí hasta los cojones». «Pinto tres o cuatro horas al día. Por la tarde me paso por el bar o por el parque con mis amigos e intento vender algún cuadro». «Tenía que haber sido campeón ahora, porque se gana mucho más dinero». «Para ver por televisión, prefiero programas de animales y el fútbol. Soy del Barça».
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Combate del 17 de junio de 1977, Madrid. Perico fernández es derrotado por segunda vez por Saensak Muangsurin a los puntos en 15 asaltos y no logra recuperar la corona mundial superligero WBC.
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Informe Robinsón. Fuera de combate [Perico Fernández y Alfredo Evangelista]. Noviembre de 2012.
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Documental sobre dos grandes boxeadores aragoneses: Perico Fernández y José Antonio Lopez Bueno.
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Notas.-
Enlaces [en azul cuando se trata de textos ajenos] y corchetes son aportados por EQM. También, por razones discutibles de legibilidad en internet, el incremento de párrafos en textos ajenos, respetando el contenido, que puede leerse en el original pinchando el enlace.
rosa dijo:
Una vez extraída la última carcajada en las televisiones basura, esa misma gentuza le abandonó en la indigencia hasta el punto que tuvo que acogerse a dormir en las camas calientes que dejaban libres las mujeres de un puticlub…
Con algunas y honrosas excepciones caritativas, solidarias, su deriva desde los 80′ fue de vivir a cambio de que se rieran de él a la miseria más absoluta.
Finalmente lo recogieron, creo, en una residencia para personas con problemas de cordura y allí es donde ha fallecido.
Es terrible el uso que hacemos del ‘famoseo’ sobre todo cuando ya no nos distrae lo suficiente.
Juguetes rotos: éste campeón del mundo que nació en un hospicio, ha fallecido con 64 años.
Rosa
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rev prensa dijo:
PERICO FERNÁNDEZ: TREINTA AÑOS DE GLORIA
Antón Castro 21/09/2004
Hace treinta años, o quizá más, en aquellas madrugadas de lluvia, me levantaba para ver con mi padre los combates de boxeo. Las luces de los vecinos se encendían casi a la vez. Sólo las mujeres dormían. El primero que recuerdo fue uno de Tommasso Galli contra Ben Alí.
Y luego ya vinieron los de Cassius Clay, que era mi héroe cansado hasta aquel prodigioso molinete de golpes que asestó a George Foreman en 1974; los de Pedro Carrasco, que peleó como un jabato en tres ocasiones contra Mando Ramos y perdió su sonrisa de “marinero de los puños de oro”, y por supuesto los de José Legra, “El puma de Baracoa”, que me fascinaba cuando apuraba la secuencia vertiginosa del uno-dos, uno-dos, uno-dos…
Más tarde, empecé a ver a otros púgiles como José Manuel Ibar “Urtain” –vi sus peleas increíbles ante Peter Weiland, las dos carnicerías brutales con Jürgen Blin y la paliza impresionante que le propinó el zurdo británico Henry Cooper, el único hombre que había enviado al tapiz a Cassius Clay en sus mejores días antes de recibir un huracán de golpes de venganza-.
Por recordar, recuerdo aquella pelea del sordomudo José Hernández contra el campeón italino Carmelo Bossi en Barcelona; el púgil había pedido que la gente le animase sacando los pañuelos; perdió a los puntos. No la vi en la tele, la seguí por la radio con el corazón en vilo, igual que le había sucedido al niño Julio Cortázar y su madre cuando siguieron por las ondas la batalla de Firpo y Dempsey.
Y por aquellos días, de la nada (no de la nada, del hospicio) pero como un meteoro, apareció un jovenzuelo que tenía una maza en sus manos: Pedro Fernández, Perico Fernández, nacido en Zaragoza 1952. Recuerdo el combate por el título europeo con Tony Ortiz, al que había visto pelear muchas veces con su estilo desordenado y furioso, con un bravío corazón de toro.
Nadie apostaba en serio por aquel Pedro Fernández, que enviaba a dormir a sus rivales con una rapidez deslumbrante. En junio de 1974 se escenificó el nuevo fratricidio –antes habíamos visto pelear a Folledo y Galiana, a Carrasco y Velázquez…-, y a los puntos parecía ganar un desbocado Ortiz, pero cuando la pelea acariciaba su final, el aragonés colocó una de sus temibles manos y envío a la lona al calvo y gladiador boxeador.
Y de ahí a Roma, ante Lion Furuyama. El título se había quedado vacante por la fuga de Bruno Arcari a un peso superior –en aquellos días reinaban muchos italianos en Europa: Arcari, Nino Benvenutti, Carmelo Bossi, el ya citado Galli-, y Perico tuvo su oportunidad. Fue una pelea heroica, terrible. Furuyama atacó sin cesar y Perico golpeó a la contra, con una costilla rota. En el séptimo u octavo asalto le estampó una mano en el mentón y el japonés se quedó turulato, a punto de desplomarse, con el pundonor quebrado.
Como si soñara despierto. Ese golpe y algún otro de impacto estratégico le permitieron a Perico culminar un gran sueño. Quizá fuese un match nulo, pero el jurado valoró más la precisión y el punteo brutal de Perico que la combatividad de Furuyama, que jamás se resarció de esa derrota. Perico Fernández se coronaba campeón del mundo tal día como hoy hace 30 años.
Poco después, en abril de 1975 vimos todos el mejor combate de Perico Fernández ante Joao Enrique, que era un estilista formidable, un púgil de escuela, un caballero sobrado de palmarés. Perico le boxeó de tú, sin marrullerías, sin emular al peor Clay, a aquel que hacía un boxeo tan trabado y complejo, y fue hacia delante, mandando. Gobernó tan bien la lucha que le cogió de lleno y lo mandó a dormir. El elegante Henrique se trastabilló y de desplomó como un cristal que se descompone en músculos, en extremedidades, en dolor…
Luego ya vino aquello de “la puta calor” ante Muangsurin (que nos hizo llorar: así éramos de sentimentales con nuestros dioses), el paulatino descenso hacia las tinieblas y la búsqueda de su lugar en el mundo. Perico tenía una facilidad increíble, un golpe demoledor que parecía dulce, una intuición animal superior a su inteligencia. Ha hecho muchas cosas, ha sido objeto de dos libros [ayer vino Javier Lafuente para que le dejase los dos libros que tengo de Perico: el de Alberto Maestro, y el de Mariano Gistaín y José Antonio Ciria, que publicó “El día”. Hoy Javier le dedica tres páginas a Perico en “Equipo” (estuve ahí tres años deliciosos) y Alejandro Lucea lo entrevista en “Heraldo”.
Siento nostalgia de no escribir ya en deportes; durante estos 17 años de vida en los periódicos ha sido una de las razones que me han impulsado a ir a la redacción], se dedica a pintar, ha sido objeto de un disco de Enrique Bunbury, “Flamingo’s”, el que más me gusta de los suyos, que ya es decir, y sigue ahí, viviendo a tumbos, con tres hijos que se llaman Pedro, con treinta años de gloria a sus espaldas. Todo un personaje, toda una leyenda, un fragmento de memoria que nos enfrenta a nuestros sueños de adolescencia.
Querría contar una anécdota final. Hace algunos años tuve que buscar una nueva casa. Me echaban de Toledo 20, y fui a ver una a un barrio. No sé si era La Bozada. Conservaba aún algunas fotos del púgil y el rastro blanco de una gran cabeza de toro en la pared. Me dijeron: “Aquí ha vivido hasta hace unos meses Perico Fernández. Dos veces campeón del mundo de boxeo”. Nada menos.
http://antoncastro.blogia.com/2004/092102-perico-fernandez-treinta-anos-de-gloria.php
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PERICO FERNÁNDEZ: UN DIÁLOGO
“Cuando estás arriba crees que te quiere todo el mundo”
El púgil, ex campeón de Europa y del Mundo de los pesos superligeros, sobrevive a su pasado de leyenda en una pensión gracias a su vocación de pintor y es objeto de un poemario de Octavio Gómez Milián y Juan Luis Saldaña
SUMARIOS
-“Ahora vivo en una fonda, pago quince euros por día y tengo que vender muchos cuadros para sobrevivir”
-“¿Pintar? Necesitaba distraerme, espantar la soledad, divertirme. He pintado siempre”
-“Pintar me relaja mucho, me gusta, me divierte y es la mejor manera que tengo para pasar el tiempo”
-“En el primer asalto Furuyama me rompió una costilla. Tóqueme. Aún la llevo desencajada”
-“He sido muy golfo. He fumado y fumo mucho, lo he bebido casi todo, y ahora lo estoy pagando”
ENTREVISTA
A Pedro Fernández (Zaragoza, 1952) no le sobra nada. Ni siquiera memoria. Para disculparse de la cabeza borradora del tiempo, dice: “Es que tengo azúcar en la sangre y se me van las cosas, los nombres y las fechas”. Quizá le sobre un cierto aire de desamparo y de perplejidad: los avatares de la vida le han dejado un tanto noqueado y con una mirada intensa, de asombro constante y de un candor que se alza desde sus ojos de agua. Conversamos en el restaurante El Mangrullo, donde su dueño Rogelio lo recibe, lo protege, “y me da de comer cuando no tengo nada, me ofrece sus mejores carnes. Es una persona maravillosa”.
Perico siempre va de aquí para allá con sus cosas: los cada vez más desdibujados recuerdos del doble campeón del mundo de los pesos superligeros, algunas sombras del ayer –no siempre recuerda los nombres de sus mujeres, de las madres de sus cinco hijos-, su cajetilla de cigarrillos y sus cuadros: cuadros taurinos que suele hacer con pintura acrílica con un leve dibujo del toro y el torero y el estallido del rojo de la capa o del capote.
Si algunas veces pudo parecer furioso, ahora Pedro Fernández -el Perico Fernández que venció a Kid Tano, a Tony Ortiz, a Lion Furuyama y a Joao Henrique, entre otros muchos, en las más de cien peleas que realizó- es un hombre apacible y tierno, con sentido del humor y una leve sonrisa de niño. Dicen de él –lo han dicho Mariano Gistaín y José Antonio Ciria en ‘La vida en un puño’; lo decía Alberto Maestro en ‘En esta esquina… Perico Fernández’- que siempre ha tenido alma de chiquillo, pícaro, indomable y sentimental: a veces había que buscarlo jugando con los niños, oyendo sus historias, contándoles sus noches de gloria.
Para los escritores Octavio Gómez Milián y Juan Luis Saldaña en su plaquette ‘Perico Fernández que estás en los cielos’ (Libros del (a) Imperdible’ (2011), también es un icono pop, un rebelde, un ídolo que grabó un disco. Dice con humor: “Fue un single. Por una cara cantaba una canción de amor y por la otra pedía disculpas por haber cantado tan mal”.
Pedro, ¿le habría gustado conocer a sus padres?
No los conocí y tampoco quise saber nada de ellos. Nunca tuve curiosidad. Esa es para mí una historia dolorosa. Yo fui un niño de hospicio…
¿Qué prefiere decir: hospicio u Hogar Pignatelli?
Yo siempre hablo de hospicio. En un hospicio crecí: en Calatayud y en Zaragoza. Es muy duro ver cómo todos tus compañeros reciben visitas de familias que les traen lo que a ti te gusta, chocolate, pasteles, galletas, un cuento, y a ti no viene a verte nadie. Mis compañeros a veces me daban.
¿Tenía buenos amigos allí dentro?
Supongo que sí. Años después me he reencontrado con gente como el sastre José Calvo, un gran profesional. La vida allí no fue fácil: estudiaba poco y lo que más hacíamos era jugar al fútbol, que me gustaba mucho. Recibí bastantes palos. Poco después me dio por meterme en el boxeo.
¿Cómo le dio por ahí?
Les pegaba a todos, si hacía falta. Tenía cualidades.
¿Era el matón del lugar?
No, hombre, no. Era el más fuerte, el más flamenco. Sabía pelear y no tenía miedo. Si se metían con algún amigo, allí estaba yo para defenderlo. Y de eso allí se dieron cuenta. Un día, uno de los trabajadores de la ebanistería del hospicio, Manuel Lozano, me sugirió que a lo mejor era mi camino.
¿Y qué hizo?
De vez en cuando salíamos del centro. Y me fui a la calle Cánovas, al local de la Federación Aragonesa de Boxeo. Me gustó aquel ambiente. Era un refugio a los golpes que recibía con un palo de escoba. Recuerdo que me hice amateur y que cobré por algunos combates 200 pesetas. Le hablo de finales de los 60. Y eso me hacía mucha ilusión.
Allí tuvo su primer preparador: Juanito de la Parte, ¿no?
Ya no recuerdo todos los nombres.
¿Cómo entró en contacto con Martín Miranda?
Él venía a ver a los chavales jóvenes y era un enamorado del boxeo. Tenía un gimnasio con sus hermanos. Y un día me dijo si quería ir con él. Me daba consejos, intentaba enseñarme, aunque yo no siempre le hacía caso. ¿Qué podía enseñarme a mí, si yo ya sabía boxear?
Bueno, él había sido boxeador y era un estudioso del pugilismo.
Él era promotor de boxeo y no siempre jugó limpio conmigo, pero ya se murió hace algunos años y no quiero hablar mal de él. Me metió en casa con sus hijos, a los que quiero. Quería que entrenase y yo a veces no entrenaba, no me gustaba nada correr, y hacía cosas que no debía. Yo era así, terco, no quería que nadie me dijera lo que tenía que hacer. Yo estaba golpeando el saco o dándole al ‘puching ball’ y él me corregía. “Así no, Pedro, así…” Me volvía y le respondía de malas maneras: “¡Me vas tú enseñar a mí o qué!”.
Con todo, Martín Miranda fue decisivo en su carrera. En apenas año y medio pasó de ser campeón de España a campeón del mundo.
Visto desde aquí, resulta fácil, pero fue durísimo. Ni yo mismo me lo creía. Pero también sufrí lo mío: tuve peleas muy fuertes, rivales duros…
Por ejemplo, aquel cordobés batallador e incansable, Tony Ortiz, al que ganó el campeonato de Europa en abril de 1974.
Sí, claro. Él había dicho que me iba a ganar de calle. Luego no fue así, pero le digo una cosa: no recuerdo casi nada de aquel combate. En realidad, el combate más terrible que hice fue contra el brasileño Joao Henrique, en Barcelona, en la defensa del título del mundo. Era un boxeador muy bueno, un estilista. Sus golpes me hacían mucho daño. Estaba un poco desesperado, y salí a por él: quería cazarlo, lo hice en el noveno salto y lo mandé a la lona. Yo tenía una mano derecha mortal, un terrible golpe de crochet. Me felicitó en brasileño y me dijo que tenía mucho porvenir y una gran pegada.
Nos hemos dejado atrás el combate más importante de su vida: el 21 de septiembre de 1974, apenas dos meses después de proclamarse campeón de Europa ante Ortiz, peleó con Lion Furuyama en Roma.
Era un japonés durísimo. Aquello fue un milagro. En el primer asalto me rompió una costilla. Tóqueme, tóqueme aquí, por favor. Aún la llevo desencajada tantos años después. Yo me habría retirado: sentía un dolor insoportable, y se lo dije a Martín Miranda y a José Couto. Iba a abandonar. No podía ni quería boxear. Me dijeron que de ninguna manera debería hacerlo. Resistí. Resistí. Y aún no sé cómo lo hice, le metí una buena mano en el séptimo asalto y gané a los puntos.
¿Cómo vivía aquel ambiente, cómo vivió aquella noche?
Qué le puedo decir. Imagínese: había pasado del hospicio, castigado por las monjas, ya sabe que también me echaron luego por una pelea, a campeón del mundo. Había pasado del taller de pintura y de ebanistería a lo más alto. Y además había cobrado un millón de pesetas. Todos eran amigos y admiradores de Perico, hasta Franco.
¿Fue esa su mejor bolsa?
No, no. La mejor fue la de la segunda defensa del título en Bangkok, ante Saensak Muangsurin. Me pagaron cinco millones.
Esa pelea marcó un antes y un después en su trayectoria. Fue en abril de 1975. ¿Qué pasó?
No lo tengo nada claro. Míreme, mire cómo muevo los brazos todavía. Bueno, pues entonces, nada de nada. No podía moverme. Yo creo que me habían dado algo en la comida o en la bebida, porque ni podía moverme. Fue ‘la puta calor’ y algo más. Esa pelea para mí sigue siendo un misterio. El único que conoce el secreto es Martín Miranda. Y se lo llevó con él para siempre.
¿Recuerda cuándo empezó a pintar?
Yo había sido en el hospicio pintor de brocha gorda. Y en las concentraciones –en Torrelodones, en las instalaciones con lago de Jesús Gil y Gil, en Barcelona, en los hoteles…- me ponía a pintar. Necesitaba distraerme, espantar la soledad, divertirme. He pintado siempre: al principio pintaba de fotos, luego hice abstracción, luego he hecho muchas pinturas de toros. Siempre me han gustado los toros y los toreros, y aún los sigo haciendo. ¿Le digo una cosa?
Por supuesto.
No tengo nada. Ni aspiro a nada. Cuando estás arriba te lo crees todo: crees que te quiere todo el mundo. Rechacé una portería a un alcalde de Zaragoza. No quiero un piso en propiedad ni en alquiler, pero me gustaría que me dejaran un sitio para ir a pintar todos los días. Solo ambiciono eso: un espacio, un taller. Ahora vivo en una fonda, pago quince euros por día y tengo que vender muchos cuadros para sobrevivir. Hay días que solo tengo para un bocadillo, pero eso no me importa. ¿Es necesario que le cuente esto? Pintar me relaja mucho, me gusta, me divierte y es la mejor manera que tengo para pasar el tiempo.
¿Cree que hoy haría las cosas de otra manera?
Me he equivocado en muchas cosas. Hacía lo que me daba la gana, no me fiaba de nadie. He sido muy golfo. He fumado y fumo mucho, lo he bebido casi todo, y ahora lo estoy pagando. He tenido varias mujeres, y dejé a la única que me quiso de veras: Rosalía Núñez Tena. Me había cansado de ella. No sé por qué, porque era un golfo, un sinvergüenza. Nadie ha querido al hombre, al ciudadano Pedro y no al campeón, como ella. Un día me paró por la calle y me dijo: “Pedro, esa chica que va por ahí es tu hija y ese es tu nieto”. Ni lo sabía. He tenido cuatro mujeres y tengo cinco hijos.
Pedro, ¿cómo sueña su futuro, está bien en Zaragoza?
Me encuentro muy solo. Y no me gusta la soledad. Me gusta y no me gusta la ciudad. A veces pienso: “¡Con lo que yo he sido: ahora todo es lamentable! ¿Qué amigos tengo ahora?”. A veces me consuelo a mí mismo y me digo: “Menos mal que he perdido memoria”.
DESPIECE
Un campeón sin miedo y demasiado terrenal
Perico Fernández parece un personaje de García Márquez o de Ignacio Aldecoa. Cuando estaba en la cima del mundo, merced a su derecha tremenda y a su boxeo de guardia norteamericana y buena esquiva, era un auténtico ídolo: igual departía con Franco en El Pardo que efectuaba un saque de honor del Real Zaragoza y se abrazaba con Pelé, o agotaba las noches bohemias con Carlos Diarte o Saturnino Arrúa, las figuras de los ‘zaraguayos’.
Y conversaba con José María García, con Mando Ramos -aquel púgil que se enfrentó en tres ocasiones a Pedro Carrasco-, con Alfredo Evangelista o con Pepe Legrá. Perico peleó hasta a los 33 años (en 1984 batalló ante Gianfranco Rosi por la corona europea sin éxito), tras haber sido varias veces campeón de España, campeón de Europa de superligeros y ligeros, y campeón mundial de los superligeros.
La vida de Pedro Fernández Castillejos está llena de anécdotas y de autoafirmación. Una de sus frases preferidas era: “Soy como soy. No puedo cambiar, y hay que aceptarme”. Confiesa que ha tenido muchas relaciones, pero que “jamás me he acostado con mujeres famosas, de esas que salen en las revistas del corazón. He salido muchas noches con los futbolistas Arrúa y Diarte, y bebía con ellos, pero poco más. No he estado en la cárcel: tantas cosas malas no habré hecho. He fracasado en el amor, y no supe distinguir a quien me amaba a mí y a quien quería estar con el campeón del mundo”.
Asoman otros amigos, como Benito Escriche, tan hermanado en la vida y en el pugilismo. Y la pintura siempre es su norte: regaló muchos cuadros cuando era el mejor y luego, arruinado tras cuatro separaciones, ha vendido lo que ha podido. Este jueves, en el Teatro Principal, Perico Fernández, el hombre a quien Bunbury dedicó el disco ‘Flamingos’, vuelve a estar bajo los focos: Octavio Gómez Milián y Juan Luis Saldaña presentarán su poemario ‘Perico Fernández que estás en los cielos’. Ahora, el campeón tampoco tiene miedo y también está sobre la tierra.
http://antoncastro.blogia.com/2016/111201-perico-fernandez-una-entrevista….php
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Blas dijo:
Caso parecido, Quicio, caso parecido:
José Manuel Ibar Aspiazu – José Manuel Urtain- (14 de mayo de 1943, Aizarnazábal, Guipúzcoa – 21 de julio de 1992, Madrid), uno de los íconos del boxeo español. Se dio a conocer en 1968, cuando consiguió un récord de 27 victorias por KO y, en poco tiempo, se convirtió en campeón europeo de pesos pesados.
Peleó casi una década, convirtiéndose en un ídolo para el pueblo español. Era tal su éxito que se filmó una película basada en su vida titulada «Urtain, el rey de la selva… o así», dirigida por Manuel Summers.
Desafortunadamente, «Urtain» cayó en una fuerte depresión por problemas económicos, y acosado por los acreedores se suicidó el 21 de julio de 1992, cuatro días antes del inicio de las Olimpiadas de Barcelona, arrojándose desde un décimo piso de su casa en Madrid.
Blas
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