Nasciturus [RAE, wiki y Código Civil.- Pen. Concebido [La personalidad se adquiere en el momento del nacimiento con vida, una vez producido el entero desprendimiento del seno materno.] pero no nacido, como fase de la vida humana interna o en formación. Código Civil, art. 29 . vida humana en formación.
Es un término jurídico que designa al ser humano desde que es concebido hasta su nacimiento. Hace alusión, por tanto, al concebido y no nacido. En muchas legislaciones, el nascitūrus no tiene personalidad jurídica.1 Sin embargo, y dado que generalmente la adquiere al nacer, en ciertas circunstancias se le reconoce una serie de derechos. Así, el nascitūrus se encuentra protegido por el ordenamiento jurídico pues se le considera «un bien jurídico necesitado de tutela». Por otra parte, una vez acontecido el nacimiento la mayor parte de legislaciones existentes reconocen constitucionalmente derechos a toda persona nacida.
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Revista de de opinión en prensa
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Paula Andrade [Argentina]
Memento mori, joven woke
Iñaki Iriarte en El Debate, 050423
Es probable, después de todo, que Marx no anduviese del todo desencaminado cuando intuyó que el mundo burgués criaría a sus propios enterradores. Pero, en realidad, acaso esto tenga más que ver con la guerra entre generaciones que con la lucha de clases. Es aquélla, no la Rassenkrieg, ni el choque de civilizaciones, la que lleva camino de convertirse en la verdadera política, en el motor de la historia tras el fin de la Historia.
Por lo menos en Occidente, y cada vez más en el resto del mundo, los vivos se pasan la existencia encarándose con el padre todavía presente, hasta matarlo, enterrarlo y ponerse a desenterrar algún bisabuelo… que haya sido víctima de algo.
Pero, mientras este apasionante vodevil de ecos freudianos tiene lugar, los vivos suelen pasar por alto que los hijos preadolescentes comienzan ya a echarlos del trono de la vida. Tal vez sea una ley de hierro de la psique humana que, puesto que la práctica de devorar a los hijos lleva tiempo prohibida, solo quepa evitar no teniendo hijos. Cosa que, por otro lado y como es bien sabido, estamos ya haciendo.
Casi todo lo que una generación hace, en efecto, se explica en mayor o menor medida por su deseo de despedazar el pasado reciente. ¿Qué origina el rencor de una generación hacia aquellos que le han dado la vida? Por lo habitual, se invoca el afán de Justicia. Algo muy walterbenjaminiano, devolver la dignidad a los vencidos y todo eso.
Pero, en realidad, esos bellos sentimientos son una excusa. Porque la Justicia exigiría ponderar los puntos de vista, contrastar versiones, verificar las pruebas, escuchar al acusado, contextualizar sus actos e… in dubio pro reo. Pero cuando una generación sienta en el banquillo al pasado no suele haber rastro de formalismos ni escrúpulos y lo que tiene lugar no es un proceso reglado, sino un salvaje linchamiento.
¿Qué se esconde, entonces, detrás de ese deseo de venganza? Los mismos motivos de cualquier adolescente. Que sus mayores no le dejan vivir, que lo agobian, para que haga las cosas cuándo y cómo a ellos les gusta hacerlas. En definitiva, las nuevas generaciones odian a las viejas, mitad por inmadurez, y mitad porque las segundas intentan perpetuarse a través de las primeras. E inevitablemente a los jóvenes les desquicia ese papel de epígonos.
El choque cultural entre generaciones al que estamos asistiendo desde hace algunos años, sin embargo, es de una virulencia mucho mayor a los anteriores. Desde la Segunda Guerra Mundial los saltos de padres a hijos habían ido siendo cada vez mayores, pero la quiebra actual ha adquirido unas dimensiones inéditas y afecta a las bases nodales de nuestra cultura: a la forma de entender el yo, el sexo, la edad, el pudor, la familia, la realidad. Es tentador verlo como una mera moda.
Pero su extensión global y el hecho de que esos cambios culturales estén siendo acompañados de otras señales, que van desde las cancelaciones universitarias al derribo de estatuas, sugieren que no estamos ante la típica reyerta entre generaciones. Desde la revolución industrial nuestra civilización sustituyó la promesa de una salvación ultraterrena por la de una felicidad basada en la satisfacción de los deseos materiales.
Sin embargo, en los últimos tiempos hemos llegado a un cuello de botella entre las enormes expectativas de bienestar de 8.000 millones de personas y las posibilidades productivas del sistema. Hacer a todos, todas y todes materialmente felices se antoja una fuente de residuos inasumible. L’Age des Lumieres ha desembocado irremediablente en la era de los desechos y los microplásticos. La ideología del progreso, que había prometido iluminar el mundo, se ve obligada a recomendarnos apagar las luces.
Antes de la modernidad, la tradición permitía armonizar las relaciones entre generaciones. Existía la convicción de que la Creación necesitaba ser renovada periódicamente para no extinguirse. Gracias a ello, los jóvenes heredaban, no las deudas, como ahora, sino la sagrada misión de recrear el cosmos por medio de una colección mágica de palabras y gestos, rituales y mitos.
¿Puede imaginarse una responsabilidad más grande? Ahora, en cambio, los discípulos de Derrida han predicado por las facultades que la única identidad posible era una diferencia sin esencia que se oponía a los demás significantes. ¿Qué tiene de extraño que los adolescentes hayan asumido que sólo podrán ser si llevan hasta el paroxismo su voluntad de distinguirse, de proyectarse en imágenes rápidamente reconocibles?
De cualquier modo, el jarrón de la tradición se nos rompió hace mucho y, por eso, nos guste o no, los boomers tenemos todas las de perder frente a las generaciones woke. Somos más que ellos, es cierto, pero el tiempo corre indiscutiblemente a su favor. Probablemente, son ya irreformables. Lo máximo que podemos hacer es resignarnos ante sus excesos y recordarles que también ellos serán sobrepasados por otras generaciones y que, como nosotros, perderán igualmente la batalla para perdurar.
«Tu desprecio a los boomer, joven woke, es un deja-vú. Esos mismos que desdeñas desdeñaron antes a otros. Y el tiempo les pasó por encima. Ocurrirá otro tanto contigo. Las generaciones por venir no leerán tus libros, no verán tus series. Acaso escuchen tu música, pero la consumirán tan deprisa como consumisteis la nuestra.
Tus valores se desvanecerán o serán juzgados como estúpidos o hipócritas. Tener mascotas acaso sea condenado como un alarde de especismo; los pelos de colores como una expresión infantil del consumismo capitalista. Acaso el feminismo sea repudiado como la encarnación del viejo etnocentrismo colonialista.
Quién sabe si el movimiento LGTBI no será acusado de haberse transformado en un nacionalismo LGTBI. Por eso, sé prudente, templa tu rencor, intenta mirar al largo plazo. Porque también tu generación va a criar sus propios enterradores. Memento mori, joven woke, recuerda que vas a morir».
Iñaki Iriarte es profesor de la Universidad del País Vasco y parlamentario foral en el Parlamento de Navarra.
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La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz.EFE
Yolanda, significante vacío pero no del todo
La idea es sencilla: las mujeres estarían dotadas de una sensibilidad especial que a los demás nos está negada
Felix Ovejero en El Mundo, 050423
SE REPITE que Yolanda Díaz no tiene sustancia, que no dice nada. Es posible. Pero no me negarán que lo dice tan bien. En su caso resulta sobradamente verdadera la maltratada afirmación de McLuhan: el medio es el mensaje.
Es tanto el énfasis en el medio que a sus entusiastas no parece importarles que el vistoso celofán incluso llegue a traicionar el magro contenido, como sucede con sus repetidas apelaciones a la humildad. Y es que la modestia es una virtud que se traiciona cuando se invoca: no se puede, sin incurrir en contradicción, blasonar de humildad.
Pero hay un sentido en el que el medio apunta a un cuerpo doctrinal más elaborado de lo que parece. Un cuerpo doctrinal sentimental que ha nutrido la versión menos democrática de la superioridad moral de la izquierda en su variante feminista. La idea es sencilla: las mujeres estarían dotadas de una sensibilidad especial que a los demás nos está negada y que, por eso mismo, no podemos entender.
De ahí que Yolanda se dirija a ellas. A los demás, ¿para qué, si no alcanzamos a entenderlo? No solo eso, las mujeres, por empáticas, por disponer de una excepcional capacidad para la compasión, resultarían mejores gestoras políticas. Si quieren saber de qué va la doctrina echen un rato en la red explorando lo que se da en llamar «ética del cuidado».
Que la empatía sea una virtud política resulta más que discutible. Entre otras razones porque mantiene una mala relación con la justicia y la imparcialidad. Somoza, Kim Jong-il y Jordi Pujol, llevados por la empatía, siempre cuidaron a los suyos. Y el axioma central, el más repugnante, del nacionalismo no es más que una extensión de la prioridad de los nuestros: my country right or wrong.
No solo eso. Es que hasta la parte positiva de la doctrina tiene endebles avales empíricos. Porque la supuesta disposición pacifista resulta discutible. Hay razones biológicas para desconfiar. Un reciente estudio publicado en Nature (marzo, 2023) mostraba que las mujeres resultan más competitivas que los hombres cuando están en juego importantes recursos relacionados con el éxito reproductivo.
Y la habitual comparación de las guerras declaradas por unos y otras descuida que, como el feminismo nos recuerda y es verdad, las mujeres han mandado poco. Pero ni siquiera eso está claro: entre 1480 y 1913, las reinas de Europa tenían un 27% más de probabilidades que los reyes de emprender la guerra, especialmente las reinas casadas (Oeindrila Dube & S.P. Harish, Queens, NBER Working Papers 23337, 2017).
Pero Yolanda lo dice todo tan bonito. Lo demás qué importa.
![Yolanda se lleva como las 'crocs'](https://e00-elmundo.uecdn.es/assets/multimedia/imagenes/2023/04/04/16806060327557.jpg)
Yolanda se lleva como las ‘crocs’
La política se parece mucho a la moda y también es efímera. Las cosas feas se llevan como cierto populismo
ES DIFÍCIL saber cuánto durará el efecto novedad de Yolanda Díaz. Y si la candidata, darling mediática de tantos columnistas, se desgastará en los muchos meses que quedan hasta que se celebren las elecciones generales. ¿Aguantará?
Recuerden que Íñigo Errejón también salió lanzado de Podemos para ocupar la vicepresidencia con Pedro Sánchez y –nadie lo descartaba– pelear en un futuro por el liderazgo de la izquierda. Se escribió mucho sobre eso. Aquello era la venganza dulce contra el clan de Galapagar que había liquidado su corriente.
Pero las cosas no salieron así (al menos a nivel nacional) y pese a que muchos le habían dado por amortizado, fue Pablo Iglesias quien ocupó la vicepresidencia destinada a su otrora pupilo. (Desde luego, no le ayudó decir aquello de lo afortunados que eran los venezolanos por comer tres veces al día…).
Y fue Iglesias quien colocó a la entonces desconocida Yolanda Díaz, que ahora presume de no ser de nada ni de nadie. Y tiene razón. Ella se puede quedar en nada y en nadie. No hay tanta casta guay entre el electorado y la gente no odia tanto a los viehos como el influencer extremeño que sacó al escenario.
La política, los políticos, se parecen más a las modas de lo que pensamos. Están las novedades, las cosas caras, los accesorios, que los logos se vean o no se vean, las marcas, lo cool…
Antes de que le contrataran como analista, Christopher Wylie, hasta 2014 cerebro de Cambridge Analytica –presuntamente decisivo en las victorias de Trump y el Brexit–, se dedicaba a la predicción de tendencias de moda en las redes sociales porque «son la expresión de la identidad del consumidor y de su papel en la sociedad».
En una entrevista, Wylie comparaba lo que llaman «populismo» con las sandalias crocs. «¿Sabe lo que son? Es una cosa objetivamente fea. Antes de que fueran populares eran feas, y después lo volvieron a ser. Pero cuando eran populares todo el mundo las llevaba». Pues eso pasará con Díaz mientras no se pase de moda.
Todos los que están en la onda mainstream querrán a Sumar. Y contra ella y su partido no podrán ni los datos de los fijos discontinuos, ni Fátima Báñez reivindicando su autoría en los ERTE de los que presume Yolanda para deleite de sus seguidores.
La moda es efímera. Lo debe de saber Feijóo, que también fue una cuando se produjo su advenimiento. Lo que no sabemos es si también será como las crocs.
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La purga de Benito Iglesias
Yolanda es como Pablo, pero más en agraz y con trasposición de género, como se dice ahora
Santiago González en El Mundo y en su blog, 050423
Lo del pentecostés adelantado de Yolanda todavía dará juego desde aquí al 28 de mayo, aunque no parece que intelectualmente vaya a producir nada relevante. Baste repasar el discurso de la neocandidata el domingo en Magariños y esta afirmación capital del mismo: “Nuestro país tiene sed de cambio”. Es asombroso que lo diga la vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo y Economía Social.
Es como si el eslogan con el que Felipe ganó las elecciones en el 82, ‘Por el cambio’, lo hubiera anunciado Suárez. Más de una vez he recurrido a una soberbia portada de Hermano Lobo en 1973, en la que el gran Ramón dibujaba a un preboste del franquismo diciéndole a la plebe: “Nosotros o el caos”, a lo que la interpelada respondía: “el caos, el caos” y el orador replicaba con una aclaración que muy bien podría haber hecho Yolanda: “Es igual. El cambio también somos nosotros”.
Yolanda es como Pablo, pero más en agraz y con trasposición de género, como se dice ahora. Hay que recordar que la puso él en los cargos que ocupa. En realidad, es como a él le gustan las mujeres desde el punto de vista intelectual, de un modelo al que pertenecen las novias que le hemos conocido y la secretaria general a la que puso al frente de Podemos al irse él.
Yo lo comprendo, teniendo en cuenta el balance que ha sacado de su encuentro con mujeres más dotadas: Rocío Monasterio lo echó de un debate electoral e Isabel Díaz Ayuso lo echó de las instituciones.
Y Yolanda, más corta que él (y que la banqueta de ordeñar, dicho sea de paso), también le ganó el domingo. Ione Belarra, cuyo mérito político viene de haber sido compañera de pupitre de la madre de sus hijos/as/es ha tenido que salir en su defensa, con un argumento curioso, recordando a Yoli que el Podemos creen en las primarias, pero no son muy partidarios del personalismo. Remember Carmena.
Lo dice una tía a la que puso a dedo en el Consejo de Ministros un tipo que incluyó su foto en la papeleta electoral que encabezaba a las elecciones europeas de 2014, manda huevos a Sandra, que se va de la ciudad, que escribía Maruja Torres cuando éramos amigos. «Es fácil que una sola persona se desconecte de las bases, se desconecte de la ciudadanía», explica ya in extenso.
En cambio, cuando estás conectado con las bases no se te ocurre marcharte de Vallecas, tu barrio, alejarte de tu gente (como haría de Guindos, según denuncia de Irene) para comprarte un casoplón en Galapagar.
La reacción primera de Pablo se limita a las declaraciones y venganzas pequeñitas. La candidata de Podemos en Asturias, Covadonga Tomé, que había ganado su candidatura en las primarias que tanto reclamaban Montero y Belarra a Díaz, ya denuncia que la quieren fumigar de las listas por su inclinación hacia Yolanda Díaz.
Primarias vendo y para mí no tengo. Hay que reconocerle a Iglesias una rapidez y una eficacia en las purgas que dejan pequeña la famosa purga de Benito, porque antes que Covadonga han caído su número 2, Xune Elipe, su número 4, Jorge Fernández y algún otro, como el ex secretario general de Asturias, Daniel Ripa.
La purga la va a bendecir el Comité de Seguridad y Salud, porque el Comité de Garantías al que corresponde tiene un discurrir lento y esta chusma la quiere fuera antes del 28-M. Después todo sería más complicado.
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Imagen creada mediante inteligencia artificial. UNITED UNKNOWN
Cómo regular el auge de la IA: “frenar el desarrollo no es la solución”
El bloqueo de ChatGPT en Italia y la carta de miles de expertos para frenar la investigación durante seis meses avivan el temor. Otros científicos, en cambio, reniegan de tanto catastrofismo
Rodrigo Terrasa en El Mundo, 050423
«Crear una inteligencia superior podría ser el mayor acontecimiento en la historia de la humanidad… Por desgracia, también podría ser el último». Han pasado justo tres años de la advertencia del profesor Russell y sus temores, lejos de disiparse, se han disparado.
Stuart J. Russell tiene 61 años, es profesor de Ciencias de la Computación en la Universidad de California y uno de los primeros teóricos de la inteligencia artificial. Dos de sus libros están considerados los manuales de referencia sobre la materia. El primero, Inteligencia artificial: un enfoque moderno, publicado en 1995, sentó las bases de la disciplina y se usa hoy en más de 1.300 universidades de 116 países.
El segundo, Compatible con el ser humano: la IA y el problema del control, publicado 25 años después, es la obra fundamental sobre el nuevo escenario. En él, Russell explica por qué ha llegado a considerar su propia disciplina como una amenaza existencial para nuestra especie.
«Parece que la marcha hacia la inteligencia sobrehumana es imparable», escribe. «Pero su éxito podría ser la perdición de la raza humana».
Bajo esa premisa con aroma a apocalipsis cíborg, el propio Russell encabeza ahora una larga lista de expertos que han pedido un tiempo muerto en el sector… antes de que sea demasiado tarde. Cerca de 3.000 líderes, entre ellos Elon Musk, CEO de Tesla y Twitter; Steve Wozniak, cofundador de Apple; o el historiador Yuval Noah Harari, han firmado una carta abierta que reclama a todos los laboratorios de inteligencia artificial que detengan al menos durante seis meses los entrenamientos de sus sistemas más potentes para establecer antes unos protocolos de seguridad.
«La IA avanzada podría representar un cambio profundo en la historia de la vida en la Tierra, y debe planificarse y administrarse con el cuidado y los recursos correspondientes», dice la carta, publicada la semana pasada en la web de la ONG Future of Life Institute.
«¿Deberíamos dejar que las máquinas inunden nuestros canales de información con propaganda y falsedad?», se preguntan los expertos. «¿Deberíamos desarrollar mentes no humanas que podrían superarnos en número, ser más inteligentes, dejarnos obsoletos y reemplazarnos? ¿Deberíamos arriesgarnos a perder el control de nuestra civilización?».
Llevábamos años hablando de ciberguerras, imaginando un planeta gobernado por robots y de repente se nos apareció el Papa Francisco vestido con un abrigo acolchado de Balenciaga para cambiarlo todo. Las imágenes (falsas y ultravirales) de Su Santidad paseando por el Vaticano disfrazado como un rapero o las de Trump siendo arrestado por la Policía en plena calle –creadas ambas con herramientas de inteligencia artificial–, han demostrado los peligros de una realidad paralela cada vez más asequible.
«Pronto será imposible saber qué es verdad o qué es mentira, pero a quién le importa hoy la verdad…», se pregunta Ulises Cortés, director del grupo de investigación de Inteligencia Artificial de Alto Rendimiento en el Centro Nacional de Supercomputación de Barcelona, y uno de los firmantes de la carta. «La calidad de la verdad va a decrecer de manera rapidísima y eso eliminará de forma sistemática el pensamiento crítico y supondrá un daño enorme para la democracia».
En nuestra portada tienen a Yolanda Díaz y a Pablo Iglesias posando ante las cámaras sólo unas horas después de que la primera lanzara su candidatura a la presidencia del Gobierno al margen de Podemos. Aquí a Sánchez y a Feijóo de risas en la barra de un bar. ¿Y qué me dicen del paseo de Iglesias y Abascal cogidos del brazo? En sólo unas horas todo puede ser (aparentemente) real.
«Corremos un riesgo tremendo de instalarnos en una desconfianza total», explica Guillermo Simari, catedrático de Inteligencia Artificial por la Universidad Nacional del Sur de Bahía Blanca, en Argentina. «Hay gente que cobra por estar sentado delante de un ordenador generando mentiras. Antes esos trolls eran bastante estúpidos, pero ahora pueden contar con un asistente capaz de hacer un trabajo perfecto que, en el ambiente adecuado, puede provocar cualquier barbaridad».
El lanzamiento el año pasado de Dalle-E 2 o ChatGPT, los modelos desarrollados por la empresa OpenAI capaces de reproducir imágenes y obras de arte o conversar y escribir como un humano, han agudizado el debate en los últimos meses.
A un lado están quienes recelan del exceso de alarmismo. «Nadie podía imaginar una disrupción tan grande, pero preocuparse en este momento por el riesgo de una superinteligencia es como preocuparse por la superpoblación en Marte», ironiza Óscar Cordón, catedrático de IA de la Universidad de Granada.
¿Es mínimamente factible entonces darle al pause en la investigación, al mismo tiempo y en todo el mundo? ¿Sirve de algo hacerlo durante apenas medio año?
«La solución no puede ser frenar el desarrollo científico», sostiene José Ignacio Latorre, autor de Ética para máquinas. «Yo comparto la preocupación ante un avance tecnológico brutal que llega a una sociedad no educada y con un sistema jurídico no preparado, pero lo que hay que hacer no es parar, sino acelerar también la creación de leyes, mantener una supervisión ética e ir contra todo lo que no sea correcto».
Al otro lado, figuran quienes creen que las advertencias de los expertos se quedan cortas. «Pausar los desarrollos de IA no es suficiente, necesitamos cerrarlo todo», reclamaba hace sólo unos días desde la revista Time Eliezer Yudkowski, el controvertido fundador del Instituto de Investigación de la Inteligencia de las Máquinas de Berkeley. «Si alguien construye una IA demasiado poderosa, en las condiciones actuales, lo esperable es que todos los miembros de la especie humana y toda la vida de la Tierra mueran poco después».
Y en medio queda una larga nómina de expertos en inteligencia artificial preocupados, como mínimo, por el vertiginoso salto de los últimos años. «Estamos en un momento clave porque se ha acumulado la cantidad de energía suficiente como para que todo explote», asegura Cortés. «La tecnología actual en manos de ciertas personas y en un escenario de falta de legislación, o al menos de legislación laxa, se convierte en algo infinitamente tétrico y peligroso».
Cortés pone un ejemplo muy gráfico: «Imagínate que mañana aparece un Elon Musk español y pone mil coches en Madrid y los deja para que la gente los utilice y los comparta por la ciudad sin ningún control. Ninguno de esos coches ha pasado ninguna certificación y, además, los coches no requieren carné de conducir. Cualquiera puede usarlos, da igual que sea menor. Parece peligroso, ¿verdad? Pues justo eso ocurre en internet».
La regulación hasta ahora es casi inexistente. Ni EEUU ni China parecen dispuestos a ceder un milímetro en su batalla particular y sólo Europa ha dado pasos para legislar. «Es muy difícil ser ético cuando los demás no lo son», apunta Simari.
La UE propuso en 2021 una primera ley que, tras dos años de debate, sigue pendiente.
«La ley va muy por detrás de la tecnología, así que necesitamos herramientas de transparencia y explicabilidad de cada nuevo sistema, al menos un sello de certificación. Lo tienen los plátanos de Canarias, pero no estos sistemas, que pueden ser mucho más peligrosos», lamenta Cristina Urdiales, investigadora en robótica e inteligencia artificial en la Universidad de Málaga.
La semana pasada, Italia bloqueó con efecto inmediato la herramienta ChatGPT por no respetar la ley de protección de datos del país. Sólo unas horas después se supo que un joven se había quitado la vida en Bélgica tras semanas de «conversaciones frenéticas» con otro chatbot que le había creado la ilusión de tener una respuesta a todas sus inquietudes.
«El problema fundamental es que no tenemos ningún conocimiento científico sobre el comportamiento de los sistemas, son impredecibles», subraya Guillermo Simari. «Quienes los promocionan nos dicen que son capaces de superar sin problemas un examen de Medicina o de Derecho, pero no nos dicen que lo que sale de ese examen no es un médico capaz, ni tampoco un abogado. Los sistemas sólo saben pasar el examen, pero no tienen una inteligencia real, son sólo un simulacro».
Una noticia más: el pasado verano una empresa china especializada en aplicaciones para móviles decidió nombrar como director ejecutivo a un sistema de inteligencia artificial. Seis meses después, el valor de la compañía creció un 10%.
«A corto plazo el mayor peligro es la instrumentalización política para aumentar la desinformación», asegura Latorre. «A medio plazo, el riesgo es la pérdida inevitable de puestos de trabajo».
Según un estudio de Goldman Sachs, los últimos avances en inteligencia artificial podrían llevar en los próximos años a la automatización de alrededor de 300 millones de empleos, pero también podrían disparar la productividad laboral y elevar el PIB mundial en un 7% durante la década que viene.
En su blog personal, el mismísimo Bill Gates, fundador de Microsoft, celebraba hace sólo unas semanas la nueva era de la IA como la mayor revolución tecnológica de los últimos 40 años. «Va a cambiar la forma en que las personas trabajan, aprenden, viajan, obtienen atención médica y se comunican entre sí. Las empresas se distinguirán por lo bien que lo utilizan», aseguraba Gates.
Sólo unos días antes, Microsoft había despedido a todo el departamento de ética de su equipo de IA. Eran sólo siete personas, pero en 2020 llegaron a ser más de 30. «Eran líderes en ética hasta que se dieron cuenta de que podían competir con Google», apunta Óscar Cordón, que pone el foco en otra de las claves del debate: la competencia empresarial.
OpenAI, la compañía que está detrás de los últimos grandes avances, nació en 2015 como un laboratorio «sin ánimo de lucro». Sólo cuatro años después, Microsoft invirtió 1.000 millones de dólares en la empresa. UBS pronostica que el mercado de servicios de inteligencia artificial alcanzará los 90.000 millones en 2025.
«Quizás algunas de las corporaciones que están detrás de esa carta son las que van perdiendo en el campo de la investigación», insiste Cordón. O quizás no hay algoritmo capaz de combinar tecnología, negocio y moral. «A las grandes empresas, mientras su actividad sea legal, sólo les importa el dinero», recuerda Guillermo Simari.
¿Qué espacio tiene entonces la ética en este universo? Para José Ignacio Latorre, el mayor dilema que plantea ahora mismo la inteligencia artificial es la «delegación de decisiones». «Tener a mano herramientas tan potentes como las actuales hace que tus propias decisiones queden condicionadas y eso es un problema ético profundo. El corazón del problema. Produce vértigo porque empobrece el razonamiento humano y nos empuja a ceder decisiones de forma sistemática».
Latorre es, aun así, optimista, pero diríamos que su visión es minoritaria. «Reto a toda esa gente que cree que los humanos somos una barbaridad a que viaje a 1960 y tenga una úlcera de estómago. ¿Cuánta gente le daría al botón para viajar a ese pasado? Sí, yo soy optimista, pero creo que debemos reaccionar ya, no podemos perder medio siglo para legislar algo que avanza tan rápido».
Stuart Russell decía que la inteligencia artificial es hoy como el genio dentro de la lámpara, ese que en los cuentos nos concedía tres deseos. La inteligencia artificial –como el genio– hará lo que pidamos que haga, pero eso no significa que el resultado final sea el que esperábamos.
«¿Sabes siempre cuál es el tercer deseo?», pregunta Russell en su libro. «Por favor, deshaz los dos primeros deseos, porque lo he arruinado todo».
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Mark Coeckelbergh. «una moratoria contra la ia no tiene sentido»
Rodrigo Terrasa en El Mundo, 050423
RODRIGO TERRASAEl pensador belga Mark Coeckelbergh (Lovaina, 1975), profesor de Filosofía de la Tecnología en la Universidad de Viena, acaba de publicar Filosofía política de la inteligencia artificial (Cátedra), un manual para hacer frente a todos los desafíos que plantea el imparable desarrollo tecnológico.
Pregunta. ¿Qué opina de la carta de los expertos que piden una pausa de seis meses para la IA?
Respuesta. No estoy de acuerdo con su contenido. Para mí, esta carta encaja con una exageración transhumanista de la IA y una narrativa a largo plazo que no comparto. No creo que la IA vaya a evolucionar hasta convertirse en una superinteligencia ni que debamos centrarnos en un futuro lejano.
Tenemos que fijarnos en la ética y centrarnos en los riesgos de ahora. No necesitamos ciencia ficción. También es cuestionable que una moratoria tenga sentido porque la gente sabrá cómo burlarla.
P. ¿Cuáles son los riesgos más inmediatos?
R. Inteligencias como ChatGPT recogen información de internet y esa información no siempre es exacta. El funcionamiento del programa también puede dar lugar a mezclas de información falsa o engañosa. La IA también puede utilizarse para manipular y a la vez puede llegar a ser muy manipuladora: a través de sus respuestas puede persuadir a la gente para que haga cosas.
En Bélgica ha habido un caso de un chatbot que persuadió a alguien para que acabara con su vida. Se trata de riesgos graves e inminentes.
P. En términos de ética, ¿cuál es el mayor dilema que plantean los avances en IA?
R. Hay que elegir entre funcionalidad y poner límites éticos. Es bueno regular y restringir este tipo de IA. Pero, ¿hasta qué punto sigue siendo funcional si, por ejemplo, se filtran determinadas opiniones en nombre de la corrección política? ¿
Hasta qué punto está justificado ese tipo de censura y quién debe tomar las decisiones al respecto? Actualmente, un gran problema es que el desarrollo de la IA está en manos de unas pocas grandes empresas y eso no es democrático.
P. La carta de los expertos dice que la IA puede cambiar la historia de la vida en la Tierra…
R. Como otras grandes tecnologías, la IA tendrá un enorme impacto en la sociedad, pero la carta exagera.
P. ¿Es realmente posible que los humanos perdamos el control de nuestra civilización?
R. El miedo a la pérdida de control y al caos ha ocurrido siempre. No hay pérdida de control cuando se regula adecuadamente esta tecnología. La pérdida de control que debería preocuparnos es que la IA siga en manos de las grandes tecnológicas y que su futuro esté influido por las personas que firmaron la carta.
Son parte del problema, no de la solución… Necesitamos una IA democrática y una moratoria no es la mejor forma de abordar estos problemas. Necesitamos una regulación y más investigación sobre la ética y asegurarnos de que el uso de la inteligencia artificial por parte del Estado no conduzca a más autoritarismo y opresión.
P. ¿Quién debería auditar los avances del sector y qué papel deberían desempeñar entonces los Gobiernos en esta situación?
R. Necesitamos auditorías independientes y los Gobiernos deberían tomar medidas: no una moratoria, sino un marco sólido de regulación y más inversión en investigación independiente sobre el impacto ético y político de la IA.
Actualmente hay mucho trabajo en el mundo académico, pero los medios de comunicación están más interesados en lo que dice gente como Elon Musk que en mostrar los resultados de personas que están pensando en estos temas desde hace años.
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- Revista de prensa de El Almendrón
- Revista de prensa de la Fundación para la Libertad
- The Objetive
- El Debate
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Videos
.Trump: «Mi único delito es defender a la nación» (discurso completo-castellano) | RTVE. 050423
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Música de Diana Lobos
.»Change Your Mind» [1994], tema del álbum homónimo de Neil Young & Crazy Horse, en Shoreline Amphitheatre [1994]. Vía Diana Lobos, 020423.
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Humor
El Roto [A. Rábago, España 1947]
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LA CUESTIÓN DEL ABORTO
JULIÁN MARÍAS, ABC, Actualizado:21/12/2007
La espinosa cuestión del aborto voluntario se puede plantear de maneras muy diversas. Entre los que consideren la inconveniencia o ilicitud del aborto, el planteamiento más frecuente es el religioso. Pero se suele responder que no se puede imponer a una sociedad entera una moral «particular». Hay otro planteamiento que pretende tener validez universal, y es el científico. Las razones biológicas, concretamente genéticas, se consideran demostrables, concluyentes para cualquiera. Pero sus pruebas no son accesibles a la inmensa mayoría de los hombres y mujeres, que las admiten «por fe»; se entiende, por fe en la ciencia.
Creo que hace falta un planteamiento elemental, accesible a cualquiera, independiente de conocimientos científicos o teológicos, que pocos poseen, de una cuestión tan importante, que afecta a millones de personas y a la posibilidad de vida de millones de niños que nacerán o dejarán de nacer.
Esta visión ha de fundarse en la distinción entre «cosa» y «persona», tal como aparece en el uso de la lengua. Todo el mundo distingue, sin la menor posibilidad de confusión, entre «qué» y «quién», «algo» y «alguien», «nada» y «nadie». Si se oye un gran ruido extraño, me alarmaré y preguntaré: «qué pasa?» o ¿qué es eso?». Pero si oigo unos nudillos que llaman a la puerta, nunca preguntaréis «¿qué es», sino «¿quién es?».
Se preguntará qué tiene esto que ver con el aborto. Lo que aquí me interesa es ver en qué consiste, cuál es su realidad. El nacimiento de un niño es una radical «innovación de la realidad»: la aparición de una realidad «nueva». Se dirá que se deriva o viene de sus padres. Sí, de sus padres, de sus abuelos y de todos sus antepasados; y también del oxígeno, el nitrógeno, el hidrógeno, el carbono, el calcio, el fósforo y todos los demás elementos que intervienen en la composición de su organismo. El cuerpo, lo psíquico, hasta el carácter, viene de ahí y no es rigurosamente nuevo.
Diremos que «lo que» el hijo es se deriva de todo eso que he enumerado, es «reductible» a ello. Es una «cosa», ciertamente animada y no inerte, en muchos sentidos «única», pero al fin una cosa. Su destrucción es irreparable, como cuando se rompe una pieza que es ejemplar único. Pero todavía no es esto lo importante.
«Lo que» es el hijo puede reducirse a sus padres y al mundo; pero «el hijo» no es «lo que» es. Es «alguien». No un «qué», sino un «quién», a quien se dice «tú», que dirá en su momento «yo». Y es «irreductible a todo y a todos», desde los elementos químicos hasta sus padres, y a Dios mismo, si pensamos en él. Al decir «yo» se enfrenta con todo el universo. Es un «tercero» absolutamente nuevo, que se añade al padre y a la madre.
Cuando se dice que el feto es «parte» del cuerpo de la madre se dice una insigne falsedad porque no es parte: está «alojado» en ella, implantado en ella (en ella y no meramente en su cuerpo). Una mujer dirá: «estoy embarazada», nunca «mi cuerpo está embarazado». Es un asunto personal por parte de la madre. Una mujer dice: «voy a tener un niño»; no dice «tengo un tumor».
El niño no nacido aún es una realidad «viniente», que llegará si no lo paramos, si no lo matamos en el camino. Y si se dice que el feto no es un quién porque no tiene una vida personal, habría que decir lo mismo del niño ya nacido durante muchos meses (y del hombre durante el sueño profundo, la anestesia, la arterioesclerosis avanzada, la extrema senilidad, el coma).
A veces se usa una expresión de refinada hipocresía para denominar el aborto provocado: se dice que es la «interrupción del embarazo». Los partidarios de la pena de muerte tienen resueltas sus dificultades. La horca o el garrote pueden llamarse «interrupción de la respiración», y con un par de minutos basta. Cuando se provoca el aborto o se ahorca, se mata a alguien. Y es una hipocresía más considerar que hay diferencia según en qué lugar del camino se encuentre el niño que viene, a qué distancia de semanas o meses del nacimiento va a ser sorprendido por la muerte.
Con frecuencia se afirma la licitud del aborto cuando se juzga que probablemente el que va a nacer (el que iba a nacer) sería anormal física y psíquicamente. Pero esto implica que el que es anormal «no debe vivir», ya que esa condición no es probable, sino segura. Y habría que extender la misma norma al que llega a ser anormal por accidente, enfermedad o vejez. Y si se tiene esa convicción, hay que mantenerla con todas sus consecuencias; otra cosa es actuar como Hamlet en el drama de Shakespeare, que hiere a Polonio con su espada cuando está oculto detrás de la cortina. Hay quienes no se atreven a herir al niño más que cuando está oculto -se pensaría que protegido- en el seno materno.
Y es curioso cómo se prescinde enteramente del padre. Se atribuye la decisión exclusiva a la madre (más adecuado sería hablar de la «hembra embarazada»), sin que el padre tenga nada que decir sobre si se debe matar o no a su hijo. Esto, por supuesto, no se dice, se pasa por alto. Se habla de la «mujer objeto» y ahora se piensa en el «niño tumor», que se puede extirpar como un crecimiento enojoso. Se trata de destruir el carácter personal de lo humano. Por ello se habla del derecho a disponer del propio cuerpo. Pero, aparte de que el niño no es parte del cuerpo de su madre, sino «alguien corporal implantado en la realidad corporal de su madre», ese supuesto derecho no existe. A nadie se le permite la mutilación; los demás, y a última hora el poder público, lo impiden. Y si me quiero tirar desde una ventana, acuden la policía y los bomberos y por la fuerza me lo impiden.
El núcleo de la cuestión es la negación del carácter personal del hombre. Por eso se olvida la paternidad y se reduce la maternidad a soportar un crecimiento intruso, que se puede eliminar. Se descarta todo uso del «quién», de los pronombres tú y yo. Tan pronto como aparecen, toda la construcción elevada para justificar el aborto se desploma como una monstruosidad.
¿No se tratará de esto precisamente? ¿No estará en curso un proceso de «despersonalización», es decir, de «deshominización» del hombre y de la mujer, las dos formas irreductibles, mutuamente necesarias, en que se realiza la vida humana? Si las relaciones de maternidad y paternidad quedan abolidas, si la relación entre los padres queda reducida a una mera función biológica sin perduración más allá del acto de generación, sin ninguna significación personal entre las tres personas implicadas, ¿qué queda de humano en todo ello? Y si esto se impone y generaliza, si a finales del siglo XX la Humanidad vive de acuerdo con esos principios, ¿no habrá comprometido, quién sabe hasta cuándo, esa misma condición humana? Por esto me parece que la aceptación social del aborto es, sin excepción, lo más grave que ha acontecido en este siglo que se va acercando a su final.
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Julián Marías Aguilera (Valladolid, 17 de junio de 1914-Madrid, 15 de diciembre de 2005) fue un filósofo y ensayista español. Doctor en Filosofía por la Universidad de Madrid, fue uno de los discípulos más destacados de José Ortega y Gasset, maestro y amigo con quien fundó en 1948 el Instituto de Humanidades en Madrid.
Conferenciante en numerosos países de Europa y América y profesor en varias universidades de Estados Unidos. Colaborador de diversos periódicos, fue miembro de la Real Academia Española desde 1964 y senador por designación real entre 1977 y 1979. Presidió la Fundación de Estudios Sociológicos (FUNDES) desde su creación en 1979 hasta que falleció. En 1996 se le concedió el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, compartido con Indro Montanelli.
(Ver Wikipedia)
Blas
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O sea, Quicio, como el resto de humanos que vivimos en esta mierda de sociedad distópica que se nos está imponiendo. Al feto (por no hablar del espermatozoide y el óvulo) se le está amenazando antes de nacer, sólo depende del credo de la gestante. Todo está permitido. Se entiende que los que legislan siguen los pasos del darwinismo social y los posteriores partidarios del eugenismo. Si a ello se le añade que la eutanasia (“ayuda médica para morir”) está de moda. Vamos, que el feto, antes de desarrollarse del todo está amenazado por toda la sociedad y ya depende del capricho de muchos otros. Una persecución a muerte antes de nacer y después de hacerlo. En fin, una sociedad que persigue, amenaza y mata fetos, que se aprovechan para la fabricación de mejunjes tribales, no es una sociedad tradicional. Me temo que ya es nuestra sociedad; una sociedad muerta porque se empeña en diezmar al 90% de ella y de “nanomanipular” al resto para esclavizarla. Bonito panorama.
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Cuando ya no valga la pena intentar nacer, y tampoco vivir, ¿Qué pasará entonces?
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La OMS alerta sobre el “problema de salud pública” de la infertilidad: «afecta a una de cada seis personas en el mundo».
El organismo pide a los gobiernos que aumenten ”urgentemente el acceso a servicios de fertilidad asequibles y de alta calidad para quienes los requieran”:
https://elpais.com/sociedad/2023-04-04/la-oms-alerta-sobre-el-problema-de-salud-publica-de-la-infertilidad-afecta-a-una-de-cada-seis-personas-en-el-mundo.html
La realidad es claramente otra: Mientras la OMS dice esto, se ha quedado claro que la plandemia y la campaña de vacunación del supuesto Covid fue en realidad una campaña de control de crecimiento de la población por la esterilización masiva, la pérdida de defensas naturales, las muertes y los innumerables problemas de salud que experimentan o experimentarán. Esta es la triste realidad:
https://t.me/PLANDEMIA_MUNDIAL_COVID
Dos mundos opuestos, dos versiones diferentes, la engañifa y la realidad. Unos sólo pueden ganar más poder porque ya les sobra el dinero, los otros sólo pueden seguir viviendo en libertad o perder la vida. Reflexionar sobre esto es necesario para llegar a la conclusión más lógica: la trampa de los poderosos se impone con su dinero si no actuamos todos juntos y ¡YA!
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¡Esto es realmente TREMENDO!. Quien quiera ver que vea.
Dr. Manuel Jesús Rodríguez, médico forense durante 15 años
¿Queréis saber el resultado de 16.000 necropsias realizadas a personas que murieron «con o por»
el supuesto Covid?
Mira este video:
https://web.telegram.org/?legacy=1#/im?p=@PLANDEMIA_MUNDIAL_COVID
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