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Revista de de opinión en prensa
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OTAN, de ayer a hoy
Luis de la Corte Ibáñez ABC, 240622
«Por lo que he visto de nuestros amigos rusos (…) no hay nada que admiren tanto como la fortaleza, y nada que respeten menos que la debilidad militar». Suenan actuales, pero esas palabras fueron pronunciadas en 1946. Su autor, sir Winston Churchill: «Desde Stettin en el Báltico, a Trieste, en el Adriático, un telón de acero ha caído sobre el continente». El líder británico anticipó los graves problemas que no tardarían en llegar.
En febrero de 1948 los comunistas dieron un golpe de Estado en Checoslovaquia y en junio los soviéticos bloquearon Berlín. El general Lucius Clay, gobernador militar del Berlín bajo control estadounidense, advirtió a Washington: una nueva conflagración mundial podría estallar «de forma dramáticamente repentina». Por fin, en 1949 Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Francia, Holanda, Luxemburgo, Bélgica, Italia, Portugal, Noruega, Dinamarca e Islandia fundaron la Organización del Tratado del Atlántico Norte.
Poco después se sumarían Grecia y Turquía (1952) y la República Federal Alemana (1955) y bastante más tarde España (1982), gracias al empeño del presidente Calvo Sotelo.
Sin duda, la OTAN cumplió su misión fundacional: evitar una guerra que habría arrasado Europa y Norteamérica. En su lugar, los aliados y sus adversarios del Pacto de Varsovia, promovido por el Kremlin en 1955, aprendieron a coexistir bajo la espada de Damocles. Cuando la URSS colapsó en 1991 algunos pensaron que la OTAN se había quedado sin propósito, pero la organización sobrevivió e incluso amplió funciones y miembros.
En la década de 1990 los esfuerzos por adaptarse a un nuevo entorno estratégico mucho más dinámico e imprevisible y la descomposición de la antigua Yugoslavia motivaron las primeras acciones armadas de la OTAN: en 1995 su fuerza aérea detuvo la guerra de Bosnia (iniciada en 1992), impidiendo luego un nuevo genocidio en Kosovo (1999). Desde 2003 los aliados enviaron tropas a Afganistán para intentar estabilizar el país y adiestrar a sus nuevas fuerzas armadas, como hicieron también en Irak desde 2004 (y otra vez en 2018).
En 2008 buques de la Alianza comenzaron a patrullar las aguas del golfo de Adén para frenar los actos de piratería rampante en la zona. Como quedó reflejado en el Concepto Estratégico establecido en Lisboa en 2010, la gestión de crisis se convirtió en una nueva función de la OTAN, complementada con una tercera: la seguridad cooperativa. Los años trascurridos habían enseñado que la Alianza no podría enfrentar todos los desafíos sin diálogo y colaboración exterior. Además de abrir la Alianza a nuevos estados (hasta llegar a los 30 actuales, pronto 32), esa necesidad multiplicaría las iniciativas de cooperación con otros países de Europa Oriental, el Mediterráneo sur y Oriente Próximo y con otras organizaciones internacionales (ONU, OSCE, Unión Europea).
Centrado en otro tipo de amenazas (proliferación nuclear, terrorismo internacional, delincuencia organizada, fronteras porosas e inestables, ciberataques, seguridad energética), el Concepto Estratégico aprobado en Lisboa pareció dar por hecho que ningún país europeo podría verse expuesto al riesgo de sufrir un ataque armado convencional.
Desde 1991 la Alianza diseñó diversas fórmulas para asegurar el diálogo y la colaboración con Rusia, y siguió haciéndolo después de la intervención militar en Georgia (2008). En 2010 el presidente Medvedev (siempre obediente a Putin) afirmó su disposición a iniciar «una nueva etapa de cooperación» con la OTAN. Asimismo, por esos años los aliados parecían abrigar la esperanza de que el progreso económico de China acabara propiciando su democratización o, cuando menos, su adaptación al orden liberal internacional. Sin embargo, aquellas promesas y expectativas fueron engañosas.
Desde 2011 la OTAN asistiría a una variedad de situaciones y tendencias en verdad desalentadoras: desestabilización de Siria, Irak, Libia y el Sahel (2011-2013); reactivación del terrorismo internacional; creciente presión migratoria sobre Europa; giro agresivo de la política exterior china tras la llegada al poder de Xi Jinping en 2013; captura rusa de Crimea (2014). Finalmente, a principios de 2022, Rusia lanzó sus fuerzas sobre Ucrania, dando principio a una guerra que seguirá activa cuando la Alianza Atlántica se reúna en Madrid, a finales de junio.
En Madrid la OTAN aprobará un nuevo Concepto Estratégico que reordenará sus prioridades, volviendo a privilegiar su propósito primigenio: la defensa colectiva. Los aliados acordarán un plan para aumentar sus capacidades militares y reafirmarán su compromiso con el artículo 5 del Tratado de Washington, que exhorta a considerar cualquier agresión armada a un Estado miembro como un ataque contra toda la OTAN.
Aún así, el conflicto en Ucrania no debería relegar a un segundo plano el resto de las cuestiones que reclaman tratamiento urgente. Ahí están los problemas que afectan al flanco sur de Europa: la inestabilidad en el Sahel Occidental continúa comprometiendo la seguridad de todo el Magreb y no es ajena a la impresionante expansión del yihadismo militante en otras partes de África.
El compromiso con la ‘gestión de crisis’ no puede abandonarse, pero los fracasos cosechados en Libia y Afganistán y los escasos resultados arrojados por otras misiones de adiestramiento deberían suscitar una reflexión profunda sobre la utilidad y límites de ese tipo de intervenciones.
La ‘seguridad cooperativa’ ganará importancia y no habrá más remedio que reforzar la dimensión política de la OTAN, imprescindible para abordar eficazmente una agenda repleta de desafíos y problemas globales: desde el tenso clima de competición geopolítica hasta las interferencias exteriores, mediante campañas de desinformación, en asuntos de política interna; desde los ataques cibernéticos hasta los posibles usos maliciosos de nuevas tecnologías (inteligencia artificial, biotecnología, computación cuántica); y desde los riesgos de penetración de las telecomunicaciones (como las redes 5G) a los efectos potencialmente desestabilizadores del cambio climático.
Por último, la actual coyuntura bélica en Europa ofrece una oportunidad de oro para reforzar el vínculo trasatlántico, que no atraviesa su mejor momento.
Inspirada por los valores de la libertad, la democracia y el Estado de Derecho, más de setenta años después, la OTAN continúa siendo una organización tan imperfecta como imperfectos son los gobiernos de las naciones que la integran y tan necesaria como lo fue el mismo día de su fundación.
Luis de la Corte Ibáñez es profesor de la Universidad Autónoma de Madrid.
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Parados en busca de empleo, en Pekín en abril. reuters
SEIS MESES después del final de la erupción del volcán de Cumbre Vieja, en la isla canaria de La Palma, las poblaciones afectadas están muy lejos de haber recobrado la normalidad y la mayoría de damnificados sufre el intolerable abandono de las administraciones públicas, como ellos mismos refieren a este diario.
Muy pocos entre los miles de desplazados cuentan ya con un alojamiento definitivo, mientras se cronifica la situación de quienes dependen de sus familiares para cobijarse y la de aquellos que disponen de soluciones provisionales y precarias, como casas prefabricadas y caravanas. Además, 300 personas permanecen alojadas en un hotel desde hace nueve meses. Los prometidos hogares no acaban de llegar.
En cuanto a las millonarias ayudas comprometidas por el Gobierno central y las Administraciones regional, insular y local, el testimonio generalizado de los agentes sociales es que llegan con cuentagotas, circunstancia que admiten desde el Gobierno de España y el de Canarias. Por si fuera poco, la solidaridad ha dado paso a la especulación, con subidas estratosféricas en el precio de terrenos edificables y de los alquileres. Y tampoco han faltado indignos episodios de quienes han cobrado ayudas sin tener derecho, por lo que el proceso de pagos se ha ralentizado aún más.
Los palmeros ya no disimulan su hartazgo ante tanto despropósito: al desastre material se suman una evidente falta de liderazgo institucional y una burocracia que no parece estar a la altura de la excepcionalidad que comporta esta situación. Ambas han terminado de minar el ánimo que los damnificados atesoraban con la esperanza de reconstruir pronto sus vidas, atendiendo a las promesas políticas de los mismos que ahora les dicen que no será tan rápido ni tan fácil.
Seis meses ha tardado el presidente Sánchez –que visitó la isla en ocho ocasiones durante y después de la erupción– en designar un comisionado para la reconstrucción, que ayer mismo se reunió en La Palma con vecinos y miembros de las administraciones, en lo que se antoja la vuelta al principio de un proceso que ya debería estar en marcha hace tiempo.
El Gobierno de España no puede fiar a la solidaridad vecinal y al encomiable trabajo de las ONG la supervivencia de los palmeros damnificados. Es su deber urgir al resto de administraciones para que presten las ayudas comprometidas, legislando de manera excepcional si fuera necesario. Para miles de palmeros el volcán no ha parado aún de rugir. Esperemos que el nombramiento de un comisionado no sea la enésima estrategia para ganar tiempo en lugar de afrontar el problema.
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Ilustración de Nicolás Aznárez [EEUU, 1884] para el texto
Un Derby de platino
- La edición de este año de las carreras de Epsom ha contado con dos ausencias destacadas: la reina Isabel y Lester Piggot, considerado el mejor jinete de su siglo
Fernando Savater en EL PAÍS, 240622
Durante décadas, cuando se acercaba la fecha del Derby de Epsom, a comienzos de junio, la pregunta que se hacían los aficionados era “¿a quién monta Lester?”. Lester Piggott (the Long Fellow, the Maestro) no solo estaba considerado el mejor jinete de su siglo, sino sobre todo el gran especialista en la carrera clásica entre las clásicas.
La pista de Epsom, con sus ondulaciones y sus altibajos, no es una milla y media como las demás: llevar al caballo bien equilibrado durante el recorrido, no agotarlo antes de tiempo ni reservarlo tanto que no llegue a tiempo para disputar el final exige una combinación de suavidad y energía al alcance de pocos privilegiados. Muchos buenos jinetes han aguardado toda su vida la ocasión y nunca han ganado el Derby: Lester lo ganó nueve veces y seis el Oaks, la prueba de yeguas sobre el mismo recorrido, un récord que parece no solo insuperable sino incluso difícil de igualar.
Su primer Derby lo ganó en 1954, cuando tenía 18 años, montando al hermosamente llamado Never say die y el último sobre Teenoso, en 1983. Entre ambos y más allá una larga vida de jockey que le convirtió en un mito viviente, en una leyenda de Newmarket que simbolizó en los más de 30 países donde compitió el arte hípico en toda su mágica eficacia. Podía permitirse el lujo de elegir el caballo que quería montar en su prueba preferida y a veces abusaba un poco de ese privilegio.
Acerca de él se contaban todo tipo de chismes y anécdotas, desde su sordera y laconismo incurable hasta su tacañería sin fisuras. Incluso pasó una temporada en la cárcel por no pagar los debidos impuestos de sus ganancias en el extranjero: salió de prisión con más de 50 años, recuperó su licencia para montar (no para matar) y a los 12 días ganó en Estados Unidos la milla de la Breeder’s Cup, quizá su monta más perfecta. No carecía de cierto humor seco y cortante: cuando después de dos años de cárcel un periodista le preguntó que cómo iba a montar a partir de entonces, repuso “pues lo mismo que antes: una pierna a cada lado”.
Lester estaba retirado de las pistas desde hace décadas, pero este año su nombre ha vuelto a estar muy presente en la semana del Derby: el domingo, seis días antes del gran premio, ha muerto en su refugio de Suiza a los 86 años. A algunos viejos aficionados no les resulta extraño pensar en este primer Derby que él ya no verá ni siquiera por televisión.
Y también que la facción más alegre y etílica que hoy nos rodea en Epsom nació cuando él ya había dejado de montar. Sin embargo, este Derby de 2022 tiene otra protagonista también veterana y legendaria, la reina Isabel, que celebra sus bodas de platino con el trono de Inglaterra, en el que ha permanecido 70 años. Para el mundillo entusiasta del turf, the Queen es nuestra monarca principal.
En cada uno de los países tenemos otros reyes y otras reinas oficiales a quienes respetamos (no vayan a creer que somos de Podemos o Bildu) pero reina lo que se dice reina es sobre todo Isabel de Windsor, la que fue juvenil propietaria de Aureole, la criadora de Dumferline, la dueña de una de las cuadras europeas de más solera, pero que nunca ha ganado el Derby. La que sabemos que asiste en cada ocasión a Epsom o Ascot con la misma arrebatada entrega que cualquiera de nosotros.
Confesó hace tiempo, cuando por razones anglicanas no había competiciones hípicas los domingos, que “si no fuera por mi arzobispo de Canterbury, yo cogería el avión a Longchamp todos los domingos”. Antes de comenzar la jornada de Epsom, desfilaron por la pista vestidos con su chaquetilla púrpura y dorada 40 jinetes que a lo largo de medio siglo habían montado para ella.
Faltaba Lester, claro, que ganó con su Carroza el Oaks en estos mismos prados. Pero no solo los turfistas tenemos aprecio por la reina. Isabel II es un caso raro, una gobernante que después de ocupar el mando mucho tiempo goza de la veneración de sus ciudadanos en grado mucho mayor que la monarquía que representa. En estos días del jubileo hemos visto varias concentraciones multitudinarias en su homenaje, en las que muchos de los asistentes de cualquier edad —entre banderas británicas y otros símbolos patrióticos— llevaban una pequeña pancarta con el más sencillo de los lemas. “Thank you”, gracias. No se puede decir más ni mejor.
Cuando entramos en el amplio hall del hipódromo, llaman la atención una serie de dibujos de chulapos madrileños que con sus gorras, bufandas y chaquetas ajustadas parecen escapados de una zarzuela. También hay rótulos que proclaman a “Madrí” nada menos que “excepcional”. Después me entero de que se trata del anuncio de una marca de cerveza que quiere prestigiarse llevando en su blasón el nombre de la ciudad de moda en Europa.
¡Cómo se nota que los ingleses no leen nuestra prensa progre y, por tanto, ignoran los sufrimientos de los madrileños bajo la tiranía de otra Isabel, pero esta no de Windsor sino de Chamberí! Confían en lo bien que lo pasan al visitarnos y viven engañados…
Los caballos de la gran carrera representaban este año, como siempre, lo mejor de cada casa y de cada familia hípica, hijos de Galileo, Frankel, Sea the Stars cuyo recuerdo insigne nos da un pequeño estremecimiento extático a quienes los vimos correr. El ganador ha sido el máximo favorito, Desert Crown, un hijo de Nathaniel (hermano, por tanto, de la campeona Enable), entrenado por sir Michael Stoute, uno de los grandes que a sus 76 años algunos ya daban por amortizado pero que aún tiene mucho que enseñar a los que se creen dueños del cotarro.
Su jinete también ha sido en cierto modo un veterano, Richard Kingscote (nació en julio de 1986, un mes después que Rafa Nadal), un excelente profesional pero que nunca brilló entre los más glamurosos de la distinguida tribu. Quizá lo más simpático del resultado de este Derby es que los jinetes de los tres primeros clarificados —el propio Kingscote, David Probert y Rob Hornby— son rostros de lo más conocidos y respetados, pero ninguno es de los que puede permitirse viajar en avión privado.
Finalmente, dentro de la exaltación inmarchitable del glorioso momento, a algunos de los menos jóvenes nos queda un regusto tristón. La reina que esperábamos con tanta ilusión finalmente no pudo asistir por razones de salud, lo cual no es buena señal porque solo ha faltado dos veces en sus 70 años de reinado (sin contar las ausencias forzosas por el confinamiento de la covid).
Y Lester Piggott ya nunca paseará por su hipódromo emblemático antes de la carrera que este año se ha corrido en su memoria. Cuando se dio la salida del Derby, oculto entre el vocerío de la afición, yo grité como tantas veces “go on, Lester!”. Y luego, ya en un susurro: “never say die!”.
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EFE
La verdad sobre el coste de la transición verde
El ministro alemán de Economía, Robert Habeck, ha reconocido que el plan trazado para la descarbonización no es asumible en estas circunstancias
Editorial de El Mundo, 240622
LAS CONSECUENCIAS de la guerra provocada por Putin se hacen sentir especialmente en el sector estratégico de la energía. Es lógico: Europa ha descubierto tarde y en forma traumática que se ha pasado años financiando la actual maquinaria de guerra de un autócrata al tiempo que intensificaba su dependencia del gas ruso. La única forma de desarmar a Putin es imponerle sanciones y ganar la autonomía energética.
En represalia, Moscú amenaza con cortar el suministro. En marzo el Gobierno alemán ya declaró el nivel de alerta temprana, y ayer decidió elevarlo al activar el segundo de los tres niveles del plan nacional de emergencia después de los recientes cortes del flujo de gas desde Rusia.
El ministro alemán de Economía, Robert Habeck, ha reconocido que el plan trazado para la transición ecológica no es asumible en estas circunstancias. Anticipándose a un escenario quizá crítico, Habeck ha exhortado a la industria y a los hogares alemanes a que reduzcan el consumo de gas tanto como sea posible para poder afrontar el invierno sin quedar abocados al racionamiento energético. Además, quien fuera locomotora verde del continente anuncia la puesta en funcionamiento de centrales térmicas de carbón. Y no cabe descartar que dé marcha atrás en su renuncia a la energía nuclear.
Cuando Borrell advirtió de las consecuencias de entregar a Putin la llave del mercado energético europeo, no fue atendido. Cuando desde la otra orilla ideológica Aznar constata que es imposible cumplir con los compromisos y plazos de la transición ecológica, cosecha las críticas de cuantos prefieren la militancia en la virtud abstracta a la responsabilidad concreta de garantizar la calefacción de millones de ciudadanos.
Austria y Holanda ya avanzan que recurrirán al carbón. El Gobierno, con Ribera a la cabeza, se jacta de su liderazgo en materia de sostenibilidad y ha hecho bandera de la emergencia climática. Pero ha llegado la hora de decir la verdad a los ciudadanos, como ha hecho el Ejecutivo socialista alemán: la transición verde, como estaba planteada antes de la invasión de Ucrania, no solo se traduce en la pérdida de sectores enteros y de sus correspondientes puestos de trabajo sino que hoy es incompatible con las necesidades de la economía española.
La gasolina bate máximos históricos. Los españoles padecen los efectos de la inflación en todos los frentes, y cuentan con la desventaja de salarios más bajos y un país más endeudado. Para colmo, la catastrófica gestión de Sánchez en la interlocución con Argelia encarecerá la relación comercial con nuestro principal suministrador de gas.
No se trata de negar el cambio climático ni de socavar por intereses oportunistas la toma de conciencia general a favor de las energías limpias y la conservación del medio ambiente. Pero si por exceso de celo o arrogancia los gobiernos fracasan a la hora de involucrar a los ciudadanos en ese camino, sin tener en cuenta la coyuntura y los costes que esa agenda conlleva, nadie podrá quejarse del auge de fuerzas populistas. La descarbonización será gradual y realista o no será.
Alemania marca el paso hacia una descarbonización más lenta y realista
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Ilustración de Sean Mackaoui [Suiza, 1969] para el texto
Un Gobierno para el cambio en Colombia
El autor explica el agotamiento del sistema ‘turnista’ en Colombia y subraya que Petro podrá tener éxito si es capaz de huir de tentaciones y retóricas bolivarianas para poner en marcha un proyecto socialdemócrata realista
DECÍA el coronel Aureliano Buendía que «uno no se muere cuando debe, sino cuando puede». Eso mismo ha pasado con la victoria de Gustavo Petro y el régimen moribundo existente en Colombia. Me atrevería a decir que desde el nacimiento del glorioso Frente Nacional derivado del Pacto de Benidorm y Sitges firmado en 1956 por el liberal Alberto Lleras Camargo y el conservador Laureano Gómez, en el que la alternancia política entre liberales y conservadores se consagró, prolongándose casi por los siglos de los siglos hasta justamente ahora, con la llegada a la presidencia de este ex guerrillero existe una voluntad decidida para cerrar de un portazo este largo, sangriento y complejo ciclo.
Ese régimen político de turnos en el acceso al poder colombiano –heredado de la restauración española– debía haber terminado con la Constitución colombiana de 1991 en la que después de los brutales asesinatos de líderes de la izquierda, candidatos presidenciales, como fueron Carlos Pizarro, Jaime Pardo Leal y Bernardo Jaramillo Ossa, se establecían nuevos derechos, nuevos canales de participación, el reconocimiento de las minorías indígenas y afrodescendientes bajo un sistema de pluralismo político e ideológico.
Sin embargo, mientras que la izquierda política era criminalizada por asimilación a la guerrilla y acosada por los distintos grupos paramilitares, la derecha, el centroderecha y el centro social hicieron su proceso de transición para depositar sus esencias –las más y las menos conservadoras– en nuevo caudillo liberal no tan ajeno a las grandes familias del establishment tradicional.
De esta forma, el uribismo en sus distintas versiones, desde los más leales del Centro Democrático, hasta los tachados como traidores dentro de los liberales –Santos a la cabeza–, lograron superar los partidos tradicionales para derivar en plataformas y coaliciones electorales con vocación populista de atrápalo todo.
Los 11 millones de votos para Gustavo Petro han decidido dar a Colombia un paso por la izquierda para superar definitivamente la herencia uribista y para dejar morir un régimen agotado, con unas élites políticas desacreditadas por los escasos cambios percibidos y por una impresión de falta de liderazgo y de confianza respecto a la actual política colombiana.
Somos muchos los que pensamos que esta Colombia de las nuevas generaciones, despegada de los rituales de sangre y frentismo legendarios, ha querido superar, con este voto contestatario, situaciones históricas tan terribles y dramáticas como la eliminación física del enemigo político y/o del perseguidor del negocio –Luis Carlos Galán in memoriam–, para tratar de abrazar una nueva normalidad democrática.
Es muy probable que sólo con la llegada de la izquierda –para cerrar el inevitable círculo democrático– y desde un programa transformador pueden darse las circunstancias favorables para implementar de una vez de forma efectiva los Acuerdos de Paz.
Superar, con constancia y progresivamente, los efectos de tantos años de guerra y conflictos propiciando una memoria histórica fruto del entendimiento entre todos los sectores que ponga a las víctimas como centro de dicha reconciliación. Sólo podrá existir paz en el corazón de los colombianos cuando se avance en la superación de la violencia y de las principales causas que la provocan, especialmente la exclusión, la desigualdad, la inequidad y la impunidad.
El programa del pacto histórico petrista es asimilable a los programas actuales de los partidos del socialismo democrático; para nada izquierdista radical. Sin embargo, su éxito estribará en que sea un proyecto prudente, a medio y largo plazo, que tenga el mayor consenso posible de las fuerzas políticas –también del centro y la derecha–, tal como solicita el presidente electo cuando habla de un «acuerdo nacional».
Es imprescindible que las distintas líneas de gobierno sean planteadas de forma realista propiciando soluciones pragmáticas y técnicas a los grandes problemas del país que ya se encuentran encima de la mesa: un alza de los precios histórica del 9,07%, con el malestar social por el aumento del desempleo, la desigualdad y la economía informal que generó la covid. El Gobierno de Gustavo Petro podrá tener éxito si es capaz de huir de tentaciones y retóricas bolivarianas para poner en marcha un proyecto socialdemócrata acomodado a la realidad colombiana con equipos estables y de gran continuidad –aprender de los errores cometidos en la gestión de la alcaldía de Bogotá–.
El programa presentado por Petro, no por casualidad coincide casi de forma matemática con los grandes ejes del Acuerdo de Paz: empezando por una necesaria reforma política para propiciar un mayor pluralismo ideológico, social y electoral capaz de abrir y limpiar una sociedad históricamente desigual, clasista, exclusiva y excluyente en donde pocas familias han detentado el poder social, económico y territorial; esos mismos apellidos que han sido, y siguen siendo, verdaderas castas políticas que han detentado por siempre el dominio y han asumido históricamente el Estado como botín.
Petro deberá revertir, como punto de partida del cambio prometido, el voto vergonzante en contra mayoritario del Congreso a la Ley de Reforma Política presentada fruto del Acuerdo de Paz.
Otro de los ejes más importantes –probablemente el más– del programa de Petro son las políticas urgentes para atajar la desigualdad en uno de los países de mayores desigualdades y más clasista de América Latina, con una falta de oportunidades de las clases más populares, especialmente entre los más jóvenes y en las comunidades más vulnerables: las rurales campesinas, negras, afrocolombianas, raizales y palenqueras.
Para combatir dicha desigualdad, el Gobierno de Petro deberá decidir, de forma inevitable, el modelo de Estado que necesita construir, pasar del Estado mínimo que es Colombia hoy, al Estado necesario deseable ampliando las políticas públicas transversales de mayor vertebración social que cubra a la ciudadanía más desprotegida y abandonada.
Para hacer posible esta nueva forma de entender el Estado y sus nuevos compromisos ciudadanos, urge poner en marcha reformas económicas y fiscales imprescindibles para incrementar la base recaudatoria inevitable para mantener estas políticas públicas que parten de una nueva inteligencia social, sobre todo el sistema público sanitario y de pensiones. La mayor parte de los sistemas, los más y los no tan progresistas –como el caso de la Administración Biden– están aplicando impuestos a las grandes fortunas y a las grandes multinacionales; otros gobiernos socialistas, menos socialistas y también liberales, gravan a los grandes emporios que expolian y trafican con los recursos naturales y energéticos.
INEVITABLE en la agenda política del cambio son, por un lado, la continuación de las negociaciones de paz con el ELN y también, la histórica cuestión pendiente referida a la propiedad y titularidad de la tierra, planteada por el Acuerdo y consagrada en la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras que es necesario reformar y ampliar al despojo realizado por los grupos armados delincuenciales y el narco.
En conclusión, Gustavo Petro acertaría si huye de tentaciones populistas y, como alternativa, plantea un socialismo democrático fresco que tenga como bandera la creación de riqueza y su reparto equitativo, con una reforma del Estado capaz de ampliar la base social con una ciudadanía que se sienta protagonista del cambio.
Una política neokeynesiana que plantee reformas profundas económicas y fiscales dentro de un gran diálogo social negociado entre todos los sectores, también los empresariales en todos sus niveles. Un proyecto original integral de alto contenido social capaz de cerrar –y no en falso– una parte importante de las causas profundas que han justificado históricamente la guerra y la violencia por más de 50 años en ese país.
Gustavo Palomares ha dirigido el proyecto europeo Pedagogía de Paz y gestión del postconflicto en Colombia y es catedrático europeo y decano de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UNED.
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Musica de Diana.
. «Mother« [1979 ](del inglés «Madre») es una canción escrita por Roger Waters de la banda de rock progresivo Pink Floyd. Fue publicada en su álbum The Wall [1979]. Via Diana Lobos, 240622.
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Humor
Viñeta de El Roto [A. Rábago, España 1947]
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