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Un maestro
No me alargaré mucho para explicar la admiración que yo siento por José Luis Martín Prieto, ‘MP’ en el mundo periodístico, desde que en 1976 participó en la fundación de El País como adjunto a la dirección y, después, se convirtió en su Subdirector de opinión.
Baste decir que cuando, en 2006, abrí este blog en La Coctelera, en su primera configuración ya figuraba él como principal categoría en el submenú de ‘firmas‘. Y eso que para esa fecha ya se avecinaba su marcha de El Mundo [2009] para iniciar su última etapa en La Razón, hasta ayer sábado.
Arcadi Espada [ver infra] siempre le consideró un maestro capaz de elaborar de las mejores piezas del periodismo español del siglo, particularmente con motivo de sus impresionantes crónicas que publicaba diariamente en El País como enviado especial en el proceso del 23F, que después reuniría en aquel impagable libro titulado ‘Técnica de un golpe de estado: el juicio del 23 F‘ [ed. Grijalbo, 1982].
Yo le seguía desde mucho antes de aquella época en sus columnas, cautivado por su estilo literario, su forma de contar las cosas, de opinar conociendo en profundidad los hechos.
En El País, desde luego, pero también después, en la revista Tiempo [1988], dirigida por Pepe Oneto; como comentarista radiofónico en el ‘Protagonistas’ de Luis del Olmo, primero en la COPE y luego en Onda Cero; como columnista del diario Ya y, más tarde, de Diario 16 dirigido por José Luis Gutiérrez; y a partir de su fichaje por El Mundo de Pedro J. Ramírez [1993]. Y sin olvidar, por supuesto, su participación en La clave, y en los informativos de Telecinco.
En fin, como ya supondrán, formo parte de tantos de sus admiradores que le consideraban uno de los más grandes cronistas españoles del siglo XX y todo un auténtico fenómeno a la hora de emplearse a fondo en el periodismo judicial.
Y, como verán a continuación, me apoyé mucho en su genialidad a la hora de elaborar mis entradas en el periodo 2006-2013.
Descanse en paz.
EQM
Su libro clave:
«Técnica de un golpe de Estado. El juicio del 23F» [Grijalbo, 1982]
Alguna de mis entradas con textos de Martín Prieto, 2006-2013:
[El enlace EQM en granate; el título de la columna de MP insertada, en negrita y entre comillas]
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- 24/02/2006 – Técnica de un golpe de Estado: Martín Prieto, cumbre
- 18/04/2006 – Prohibido permitir. Drácula trafica con el terror / ‘Drácula, en Tráfico‘. Martín Prieto en El Mundo del 130406
- 06/08/2006 – ¿Son trabajadores las víctimas del motín de El Prat? / “Bajo el volcán“, Martín Prieto en El Mundo, 050806
- 29/08/2006 – La historia que nunca existió / «… y 40 años de vacaciones». Martín Prieto en El Mundo, 290806
- 19/10/2006 – ¿Alto el fuego irreversible? / ‘El dilema de los presos‘. Martín Prieto, en El Mundo, 191006
- 23/11/2006 – Etico-tabernas / ‘Justicia bajo toda sospecha‘. Martín Prieto, en El Mundo, 231106.
- 06/01/2007 – Algunas reacciones con firma no gubernamental / ‘En la zona cero‘. Martín Prieto en El Mundo, 040107
- 05/02/2007 – Bandera e himno [de España, todavía] / ‘La manifestación‘. Martín Prieto, en El Mundo, 050207
- 23/02/2007 – La Cultura del Vino / ‘El don de ebriedad‘. Martín Prieto, en El Mundo, 220207
- 27/02/2007 – Soldado, soldada y soldadesca / ‘La soldado‘. Martín Prieto, en El Mundo, 260207
- 09/03/2007 – Contra las asquerosidades / ‘Reyertas de mancebía‘. Martín Prieto en El Mundo, 080307
- 16/03/2007 – El culo [con perdón] de la política / ‘La política es puro teatro‘. Martín Prieto, en El Mundo, 150307
- 31/03/2007 – Tuteos de café / ‘Lo que vale un café‘. Martín Prieto en El Mundo, 300307
- 07/05/2007 – España, da posada al ‘peregrino’. / ‘Hacia el apoliticismo‘. Martín Prieto, en El Mundo, 070507
- 29/06/2007 – ¿Desinhibición desinformada? / ‘El inhibidor desinhibido‘. Martín Prieto, en El Mundo, 280607
- 16/07/2007 – Cambio Ermua por PlayStation / ‘El fantasma de Ermua‘. Martín Prieto en El Mundo, 130707
- 23/07/2007 – Obituarios, remates y libertades / ‘Don Jesús del Gran Poder‘. Martín Prieto en El Mundo, 220707
- 02/10/2007 – Piromanía suicida / ‘En un país de fábula‘. Martín Prieto en El Mundo, 011007
- 20/05/2008 – Jetas y Getafe / ‘Telma pierde el juicio‘. Martín Prieto en El Mundo, 190508
- 03/06/2008 – El famoseo de lo desconocido / ‘La religión de la apariencia‘. Martín Prieto en El Mundo [Bajo el Volcán], 020608.
- 11/06/2008 – El negocio sanguinario / ‘40 años no es nada‘. Martín Prieto, en El Mundo [Bajo el Volcán], 090608.
- 10/11/2010 – Demasiado / ‘¿Y a ti qué te parece?‘. Martín Prieto en La Razón, 091110
- 10/01/2011 – Paco & Toni: democracias internas / ‘Indeseable Asunción‘. Martín Prieto en La Razón, 080111
- 25/11/2011 – Abducciones políticas / ‘Javier Pradera‘. Martín Prieto en La Razón, 231111
- 23/01/2012 – Libertad subvencionada / ‘Tertulia de cementerio‘. Martín Prieto en La Razón, 180112.
- 16/04/2012 – Elefantiasis / ‘Las raíces del cielo‘. Martín Prieto en La Razón, 160412
- 18/04/2012 – YPF: de la soberanía hidrocarburífera argentina / ‘Pingüinos por petróleo‘. Martín Prieto en La Razón, 140412.
- 21/12/2012 – Oportunidades Mariano / ‘El que manda es Junqueras‘. Martín Prieto en La Razón, 201212
- 07/03/2013 – H. Chávez y la providencia / ‘El cuartelero que robó el sable de Bolívar‘. Martín Prieto en La Razón, 060313
- 15/07/2013 – Vamos, que volvemos / ‘El clavo de Bárcenas‘. Martín Prieto en La Razón, 150713.
- 23/05/2013 – Impuestos y a lo loco / ‘Cuando hablan los ex presidentes‘. Martín Prieto en La Razón, 230513.
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Ilustración de Ulises Culebro ‘ULISES‘ [México, 1963], para El Mundo, 030619
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Diez libros
Arcadi Espada en su blog, 140404
«Cualquier persona que haya leído estos diez libros de mi biblioteca podrá decir que es periodista, si quiere decirlo. Sin masters en Colombia o en Columbia (que tanto monta). El deseo, el valor y estos diez libros bastan para hacer de un cualquiera un periodista. Trataremos de decir por qué.
[…]
Martín Prieto, José Luis. Técnica de un golpe de estado. Grijalbo, 1982
Recuerdo con una melancolía vivísima los días en que compraba el diario El País y, despreciándolo todo, me atrancaba en las crónicas que Martín Prieto escribía sobre el juicio del 23-F, aquellos recuadros maravillosos con los dibujos de Verdes. Pulverizando la frontera entre la información y la opinión —pero haciéndolo desde donde es útil, o sea desde el lado de la opinión fromalmente considerada— Martín Prieto convirtió aquel juicio en una de las mejores piezas del periodismo español del siglo. Cada día lo leíamos con la esperanza de que nos dijera, de que se atreviera a decirnos, quién había sido “el elefante blanco” y le pegara un puntapié a la verdad judicial. Y fue y lo dijo, y aún me golpea el corazón recordándolo.
[…].»
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Así prologó Juan Luis Cebrián, en 1982, el libro «Técnica de un golpe de estado: el juicio del 23 F«, de J.L. Martín Prieto, sobre el juicio del 23 de febrero, obra cumbre, en mi opinión, de la literatura periodística judicial. No reeditado, aún se puede encontrar en casa de amigos de más de 50 años o en las librerías de viejos:
“Confieso que lo único que no me gusta de esta colección de crónicas de José Luis Martín Prieto sobre el Juicio del 23 de febrero es no haberlas hecho yo. Para ser claros, me consume la doble envidia de querer saber escribir como él y de haber podido asistir al Juicio contra los militares rebeldes. Juicio que la maestría de su pluma supo contar a los lectores de El País. Como consuelo me queda al fin la efímera satisfacción de haber sido el director responsable de que haya ido él a la sesiones de Campamento.
Eso me permitirá suponer algún día que yo también he tenido una parte de responsabilidad, por pequeña y oscura que sea, en que la literatura política de este país no se haya perdido la que considero una de las mejores sagas de artículos de toda la historia del periodismo español. Satisfecha ya mi personal petulancia con esta confesión de parte, y añadiendo que no tengo ningún propósito de enmienda y pienso seguir siendo impenitente envidioso de las cualidades, y hasta de los defectos, de Martín Prieto, puedo quizás enhebrar dos brevísimas consideraciones, lo mismo sobre el tema del libro que hoy tiene el lector en sus manos, que sobre su autor.
A Martín Prieto le llamamos, no sé si cariñosamente, el “Emepé” en la redacción de El País. La costumbre viene dada por la manía americanizante de designar a los personajes, organismos y cosas por sus iniciales. Pero en el caso del M.P. o “Emepé” adquiere connotaciones propias interesantes de analizar y sutilmente necesarias de entender si se quiere comprender también su obra. “Emepé” es un término que ha llegado a convertirse en la descripción de algo diferenciado y polivalente, mezcla de chino avecindado en Madrid, genio creador y periodista bohemio.
Lo de chino lo digo porque así le vio, aunque sin coleta, José Luis Verdes en los dibujos que acompañaron a las crónicas del juicio en el periódico, y porque, además, M.P. encierra en sí mismo no pocas de las características de la cultura oriental: mirándole por fuera es a veces como un termo, del que se puede saber agitándolo si está más o menos lleno, pero nunca se averiguará —si no se abre— la temperatura del líquido que encierra. No sabes nunca si “Emepé” te va a sonreír o a llorar, si va a volcar sobre ti una bondad casi infinita que se empeña en ocultar bajo los cristales de sus gafas, o toda la agresividad contenida de la que es capaz y que nace de un sentimiento de la vida tan trágico que Unamuno lo hubiera reclamado para si.
Por eso, al “Emepé” se le puede alternativamente odiar y querer hasta la muerte. Yo he preferido quererle, porque me resulta más cómodo y porque además los años me han ayudado a discernir que el odio es sólo amor no correspondido, y una de las pocas lealtades y amistades que todavía no me han fallado nunca ha sido la suya. O sea que ya se puede comprender que soy un admirador nada imparcial, aunque nada fanático, de lo suyo.
Eso me ha ayudado a descubrir que en medio de su aparente desequilibrio atormentado y genialoide existe una posibilidad de ponderación y análisis muy poco frecuente en el género humano, y así resulta que a la postre “Emepé” acude al tiento de temas tan vidriosos como el Ejército con una capacidad de entendimiento y respeto de la realidad y con un tal criterio sobre las cosas, que le ha hecho ser respetado y admirado hasta por quienes disienten de él.
Todo ello tiene algo, o mucho, que ver con la capacidad de liderazgo y de maestría, de docencia vital, que él ejerce desde el disfraz tosco de una incompostura nada conveniente para triunfar en esta vida. En la cuestión militar, “Emepé” ha tenido además, desde siempre, una especial cualificación, muy poco conocida incluso por los que durante años han trabajado a su lado. Permanente desertor del sueño, este individuo de boina barojiana y mentalidad iconoclasta resulta luego ser un experto en temas estratégicos, a base de emplear las horas que no duerme en aprender los movimientos de los carros blindados en las batallas de las Ardenas o el despliegue de fuerzas en torno a la línea Maginot.
No estoy seguro de que su insomnio haya sido tanto que sea incluso experto en misiles nucleares de cabeza múltiple, entre otras cosas, porque tiene un inaprensible anhelo de distinción –en el sentido elegante de la palabra- que le hace optar siempre por lo antiguo. Pero hasta en eso hemos tenido suerte para la ocasión de este volumen, pues el ligero alcanfor de sus estudios castrenses liga a las mil maravillas con la pátina decimonónica del Ejército protagonista en la vista del 23-F.
Así que, para terminar este retrato apresurado, diré que tal vez para algunos haya sido toda una revelación la punzante y comedida prosa con que el cronista de turno narró para los lectores de El País las sesiones del Juicio, pero no para mí. Literaria, técnica y éticamente, no había muchos que pudieran exhibir el bagaje de preparación con que el “Emepé” llegaba a campamento. Aguantó así, como muy pocos, la asistencia diaria y muchas veces tediosa a las sesiones del Tribunal. Y lo único que me preocupa hoy es que esto se le suba ahora a la cabeza, o que mi envidia se acreciente tanto que sienta yo la tentación de moderar su orgullo.
[…]»
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Muere Martín Prieto, periodista y punto (final)
Manuel Calderón en La Razón, 010619
En los primeros minutos de la media noche del sábado, ha fallecido José Luis Martín Prieto, MP, en el Hospital de El Escorial, donde residía desde hacía unos años junto a sus esposa, Cristina Scarfiora. Tenía 75 años de edad y su obra está en las hemerotecas de los periódicos más importantes del país, que es donde debe estar el trabajo de los periodistas, entre ellos LA RAZÓN, la que fue su última casa y donde cumplía casi a diario con la disciplina de los que han estado muchos años en las galeras de una redacción, conoce sus premuras y su sentido efímero del periodista, pero no de la letra impresa.
Martín Prieto no aceptaría halagos necrológicos, pero en él se resume lo mejor de una profesión ejercida con libertad, sentido crítico y escrita como si fuera la única huella que el hombre de la calle deja a su paso. Con enorme respeto a la palabra, a su belleza y a su verdad. Todo lo demás es vanidad. Era difícil que tras la lectura de alguna de sus columnas no se levantara una sonrisa despiadada, que podía suministrar a todas las páginas y secciones del periódico que lo reclamasen –y si la salud no se lo impedía.
Ha sido un periodista de genio, extremadamente racional, escéptico, por lo tanto, capaz de sacrificar estar al mando de un periódico a sostener la idoneidad de publicar una información. Consecuente con su destino, vivió sus últimos años fuera de corte mediática. Agnóstico en el cielo y en la tierra.
Nació en Madrid en 1944. Su padre, republicano, quedó ciego en la guerra civil. Su madre, montañesa, le enseñó a la fuerza a sobrevivir, y pronto lo hizo en las redacciones, un verdadero hogar que le dio todo y, también, se lo quitó. Conocía ese juego de poderes y por eso lo despreciaba. Tenía una concepción bohemia del periodismo porque no había nada mejor que contar y hacerlo justamente y creía que está profesión se ejercía desde la cultura.
De ahí que sus artículos siempre fuesen algo más. Escribió en los diarios “Arriba”, “Pueblo” e “ Informaciones”, donde fue redactor jefe. Formó parte del equipo fundador de “El País”, en 1977, llegando a ser subdirector y persona llamada a funciones más altas que no se cumplieron. Para muchos fue el alma de aquel equipo.
En el periódico de Jesús Polanco firmó las crónicas del juicio por el golpe de Estado del 23-F, páginas canónicas para entender que en un folio puede relatarse la trama más escurridiza y compleja si se sabe de loque se habla. Martín Prieto lo sabía, tenía fuentes, personas a las que preguntar, pero, sobre todo, capacidad de análisis sin perderse en la cacofonía del poder. Tenía la justa medida de despotismo ilustrado. Estos artículos diarios quedaron recogidos en el libro “Técnica de un golpe de estado: el juicio del 23F”, que debería ser de obligada lectura en la facultades y escuelas.
En su prólogo, escribió Juan Luis Cebrián, quien fuera su director:
“Confieso que lo único que no me gusta de esta colección de crónicas de José Luis Martín Prieto sobre el Juicio del 23 de febrero es no haberlas hecho yo. Para ser claros, me consume la doble envidia de querer saber escribir como él y de haber podido asistir al Juicio contra los militares rebeldes. Juicio que la maestría de su pluma supo contar a los lectores de ‘El País’. Como consuelo me queda al fin la efímera satisfacción de haber sido el director responsable de que haya ido él a la sesiones de Campamento”.
Poco después, el mismo periódico lo envió de corresponsal a América Latina, con base en Buenos Aires. A las espaldas de la calle Corrientes (fue asiduo en sus librerías nocturnas) vivió con la oncóloga Cristina Scarfiora tiempos felices, el gran hallazgo de esa estancia, “mi doctora”, la mujer que le ha acompañado hasta la última noche. Viajó por todo el continente, escribió de todo, conoció los sucesos políticos en un periodo todavía marcado por las dictaduras y la guerrilla. En 1985 Pinochet lo expulsó de Chile.
Pese a vivir en Argentina, no le gustaba el fútbol, del que sólo escribía por obligación. Sólo fue una vez a ver un partido; lo invitó el fiscal Julio Strassera, el que procesó a Videla y al resto de la Junta Militar. Fue a un partido del Boca –habría que ver a MP en la Bombonera-, pero hubo un momento que excusándose para ir al servicio o al bar, Martín Prieto desapareció. Una de sus tantas desapariciones.
La huella americana le había marcado tanto que en una de sus recientes visitas al hospital, para ayudar al médico en su diagnóstico, le explicó que había contraído la malaria en el Matogroso brasileño, siguiendo los pasos del coronel Percy Fawcett, quien desapareció en extrañas circunstancias en 1925 en lo más inhóspito de la selva buscando la misteriosa ciudad Z, creyendo que era El Dorado. Allí estaba Martín Prieto tras sus pasos para escribir un reportaje que, a la postre, creía él, le habían llevado, treinta años después, a la cama de un hospital.
Tras su paso por “Tiempo”, recaló en “Diario16” y “El Mundo”, con boina miliciana, dando con un grupo de periodistas muy de la etapa final de Felipe González, que él tan bien conocía. Martín Prieto era el único periodista que la noche del jueves 28 de octubre de 1982 estaba en la casa del candidato socialista esperando los resultados, junto a Carmen Romero y Julio Feo. Principio y final. Genio y figura.
El mes de octubre de 1996, Martín Prieto protagonizó uno de los sucesos más misteriosos de aquellos días plagados de conspiraciones periodísticas y tertulias. Le esperaban a cenar en su propia casa algún ministro, un juez, periodistas y su esposa cuando una tardanza excesiva disparó la alarma de un posible secuestro. Era un tiempo en el que en España muchos periodistas iban con escolta amenazados por ETA.
Se llegó a hablar de una misteriosa “rubia, de unos 35 años” que había salido con él de su propia casa. Apareció al día siguiente en un hotel de Madrid. Esta fue la penúltima desaparición del MP. “Cartas a mujeres” fue su otro libro, una pasión incalcanzable.
Hasta sus últimos días, recibía en su casa los periódicos de papel, leía hasta el amanecer -entre sus últimas lecturas estaba “Viajes al estrecho de Magallanes”, de Pedro Sarmiento de Gamboa, y de manera especial el Glosario de Voces Marítimas y Antiguas- y escribía columnas para seguir viviendo, en todos los sentidos.
No se oficiará servicio fúnebre y, tal y como ha dispuesto, su cuerpo será entregado a la Ciencia. Descanse en paz.
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La leyenda del M.P.
J.J. Armas Marcelo en El Cultural, 050918
Fue uno de los más relevantes periodistas de la transición: José Luis Martín Prieto, el Eme (M.) Pe (P.), así llamado con todo el cariño y la admiración de la profesión entera. Sus crónicas del juicio del 23 de febrero y las de América Latina quedarán como un dictado de periodismo y literatura periodística de primer orden. Porque resulta que para ser periodista hay que saber escribir, y hay quien siendo periodista, y con mucho poder, no sabe escribir aunque insiste en sus artículos mal escritos y desaforadamente depresivos, ahora que lo han echado del poder que él creía que era suyo para siempre.
Cuentan desde el periódico en el que escribió esas crónicas, periódico de referencia de España en los tiempos de la transición y en los ya entrados en la democracia, que el M.P. llegaba de Campamento en silencio por la tarde, al final de las sesiones de juicio. Se sentaba a su máquina de escribir, aporreaba el artefacto escribidor con una fuerza y una sabiduría excepcionales y a la hora y media terminaba su magistral crónica. Se bajaba al bar que estaba debajo de la redacción, se enfrascaba en sus pensamiento con whisky y, en silencio, se pasaba horas libando el escocés. Cuando ya estaba suficiente mojado por dentro, tomaba un taxi y se iba a su casa a dormir hasta el día siguiente.
Pero cuentan que un día escribió la crónica, la dejó encima de la mesa del jefe de cierre, se bajó al bar de siempre y, como siempre, se hinchó de escocés hasta que decidió marcharse para su casa. Ocurrió que se perdió la crónica, y piensen que estamos en los tiempos de la máquina de escribir, no en estos que podemos dejar copia de todo lo que escribimos en el ordenador. El director del periódico, que hasta hoy no ha sabido nunca escribir medianamente bien, decidió enviar a un par de amigos del M.P. a buscarlo a su casa, a darle café (no en el sentido del asesino de Queipo de Llano), sino café-café, puro colombiano. Para despertarlo, ducharlo y hacerlo regresar al periódico y volver a escribir la crónica. Así se hizo y todo salió bien.
Pero a los tres días, apareció la primera crónica, la que se había perdido, y alguien cotejó su redacción con la segunda que había escrito el M.P. antes de beberse todo el escocés del bar. El asombro fue una sorpresa para todos: era la misma crónica, estaba redactada exactamente igual, en los mismos términos, con los mismos conceptos y con las mismas palabras. Me imagino la envidia del director… Dicen ahora, a toro pasado, que eso no ocurrió nunca, que es una leyenda periodística-urbana que nació de la admiración que le tenían todos entonces. Y a mí, ¿qué?
En el viejo Oeste del gran periodismo español de la época de la transición, queridos mentirosos, la leyenda es más importante que la historia real: la verdad es la leyenda y lo otro, la historia, siempre es una excusa de los ególatras ganadores y casi siempre mediocres. O sea, recuerden ahora la película El hombre que mató a Liberty Valance.
Una vez en San Sebastián de la Gomera, en el parador que levantó Palazuelo en piedra de la isla, nos tocó dormir en habitaciones contiguas los M.P y a mi mujer y a mí. Toda la noche estuve sin pegar un ojo, hasta las seis de la mañana, porque el M.P. no dejaba de aporrear sin ninguna piedad su máquina de escribir. De vez en cuando se paraba, salía a la terraza en calzoncillos y camiseta, se quedaba mirando para la luna clara, mientras fumaba inconteniblemente y volvía al tajo como un buscador de oro en una mina regresa a perforar la tierra en busca del tesoro que imagina encontrar un par de minutos más tarde.
Ahora hace años que no veo al M.P. Echo de menos sus artículos, su humor cáustico, sus enseñanzas de la escritura y de la vida. Lo echo de menos de verdad, cuando los amigos se van yendo para siempre y él, que está con nosotros, se ha vuelto invisible para todos. Siento por el M.P una admiración profunda, que no ha decaído con los años, todo lo contrario, ha subido toneladas de recuerdos y admiraciones. Hacía en su casa unas fiestas interminables y sobre las dos de la mañana llegaba siempre un taxista con un fajo de periódicos de todo género, desde la derecha a la izquierda, que se repartía entre quienes aguantábamos la muerda hasta la madrugada.
Actrices, políticos, escritores, periodistas: para escribir cien artículos en aquella fiesta. Una noche, entrados los dos en tragos, me mostró dos de los cientos de tarjetones que su director, en tiempos de admiración y antes de que llegara la ruptura entre el genio periodista y el mediocre poderoso, le enviaba cada vez que escribía M.P. una de sus piezas maestras. Ahí están los tarjetones, en manos y en el silencio de aquel genio a quien me gustaría ver pronto en una francachela que nos devolviera la cercanía, la complicidad y parte de la vida perdida.
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Notas.-
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