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Ni vencedores ni vencidos: sólo asesinos

Urkullu selló -ayer jueves, en El País-, imagino que con el beneplácito del arruinador ZP -ahora haciendo como que pacifica en Venezuela- y la complicidad presupuestaria del complaciente Mariano155, el reconocimiento de que la democracia ha vencido al terrorismo etarra.

Así pluralizaba la ‘victoria‘:

«Creo que ahora mismo estamos en el ejercicio de buscar los pronunciamientos más cómodos para una organización terrorista que tiene pavor a que se interprete que lo suyo no ha servido para nada y a que se considere una derrota. Y no. Aquí hemos perdido todos. No hay vencedores ni vencidos

¿Ha quedado clarito?

A manos del simpar Luis Rodríguez Aizpeolea, la entrevista, que no tiene desperdicio, titula que Urkullu les anuncia que está negociando con nuestro Presidente el acercamiento de los presos y que observa estupenda disposición al respecto…:

Rajoy es sensible a un cambio en la política penitenciaria

Encantador. Sobre todo para todos aquellos que acompañamos a las víctimas en su dolor y en la estupefacción que produce sentir que se te hiela la sangre.

Hoy, en la localidad vascofrancesa de Cambo-les-Bains, se escenifica internacionalmente tal disolución vigilante de la banda asesina,  sin que el Gobierno de España maifieste la más mínima protesta e indignación por tal sangriento carnaval falsificador de la Historia.

Como contaba ayer Ángeles Escrivá en El Mundo, «Veinte terroristas cuidarán en secreto del ‘legado de ETA«, a través de una denominada ‘Comisión Técnica Provisional para Gestionar las Consecuencias de la Iniciativa Armada de ETA‘ [sic], formada por 20 etarras y de naturaleza clandestina.

Pues eso.

EQM

Revista de prensa:

Ilustración de Tomas Serrano en El Español, 040518

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La amabilidad del lehendakari con ETA

La autora, víctima del terrorismo, critica la condescendencia con la que, desde esferas oficiales, se trata a la banda terrorista en el momento de su disolución formal, una operación que califica de «manipulación mediática».

Maite Pagazaurtundúa en El Español, 040518

Me preguntan y repreguntan si he sentido alivio o algo positivo por las palabras de ETA durante la campaña de manipulación mediática de estos días. Y digo que ETA no desea aliviar a sus víctimas, sino desprenderse de sus responsabilidades y aparentar elocuentemente ante los que no les conocen.

La atención mediática de ETA está inflada artificialmente. Como organización terrorista fue policialmente vencida antes de que decidiera dejar de matar. El entramado de terror no le resultaba rentable socialmente mucho antes de que le dieran a elegir entre bombas y votos. A ETA le ofrecieron la legalización de sus siglas políticas en condiciones muy ventajosas -no condenó la historia del terror, sólo la violencia futura- y la eligió porque no tenía nada que hacer con las bombas, tal era la decrepitud de la división asesina del entramado.

Sin temor a los asesinatos, la sociedad vasca y navarra comenzó a disfrutar de la tranquilidad ambiental, pero el tejido moral había quedado muy dañado. Todavía lo está.

El lehendakari Urkullu ha reconocido estos días que está -llevan años- “en el ejercicio de buscar los pronunciamientos más cómodos para una organización terrorista”, pero se ve que la dulzura del trato del equipo del lehendakari alimenta el narcisismo de los nacionalistas vascos fanáticos y totalitarios que nos persiguieron para imponer su visión de la realidad. Lo de buscar la comodidad para los asesinos y su entorno yo no lo veo tan práctico y útil, porque deben enfrentarse a la realidad de la identidad excluyente e intolerante que les llevó a diseñar una gigantesca estructura de propaganda, reclutamiento, odio, dominio, control social hasta instalar el miedo y el silencio en la médula de la sociedad vasca y navarra. La comodidad está reñida con un ejercicio necesario de sinceridad sobre tanto espanto.

El lehendakari dice que ETA “tiene pavor a que se interprete que lo suyo no ha servido para nada y a que se considere una derrota”. Lo que parece significar que el lehendakari considera preferible que no sientan pavor e interpreten que ha servido para algo matar y aterrorizar y que no consideren una derrota dejar de matar.

No me imagino esta lógica de la amabilidad aplicada al nazismo, o al racismo, un suponer.

En primer lugar porque asesinar y aterrorizar ha servido para asentar núcleos de poder estables del partido de ETA en muchos municipios vascos y navarros de los que los constitucionalistas o han sido expulsados, o siguen aguantando vivir bajo tabús políticos. El censo electoral ha quedado modificado con la salida de los no “afectos” al nacionalismo vasco durante décadas. Las listas electorales del constitucionalismo no pudieron operar en situaciones de competición efectiva durante décadas. Los efectos de todo esto han sido estudiados por el catedrático y director del Euskobarómetro, Francisco Llera.

En segundo lugar, no sienten pavor por haber matado, sino por la visibilización de la derrota policial. Lo que habría estado bien es que el lehendakari hubiera considerado oportuno fomentar en los etarras y su entorno el sentimiento de vergüenza moral por haber matado y aterrorizado. El rito del perdón “es contrario a todo este resonar de romerías”, ha indicado Martín Alonso. Del mismo modo que ha indicado que la semántica del perdón es la antítesis de cualquier lógica ventajista.

Lógica de romería y de ventaja. Una agenda mediática inflada artificialmente de mentiras. ETA y su partido han desaprovechado, una vez más, la posibilidad de condenar la historia del terror.

Cuando uno sobrevive a una tragedia colectiva como una guerra deben sentirse las cosas de forma distinta. Lo nuestro ha sido una tragedia colectiva, sí, pero la persecución sectaria más directa no afectó a la mayoría, aunque aterrorizara a la mayoría de los que no pensaban como los terroristas de ETA y su entorno político.

A diferencia de una guerra, la experiencia de una estructura de persecución no trajo la ruina económica para la mayoría de los vascos o navarros. Tener unos fanáticos permeándolo todo fue incómodo, asfixiante, obsesivo, especialmente en los años de mayores disturbios en las calles, pero el asesinato durante muchos años pasó inadvertido fuera de los ambientes afectados porque los agresores impusieron su mirada, su ley y su victimismo reivindicativo. Yo diría que lo que sería útil es tenerles menos miramiento, lehendakari.

*** Maite Pagazaurtundúa, europarlamentaria, es hermana de Joseba Pagazaurtundúa, asesinado por ETA.

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El difunto nos lo explica

Santiago González en su blog, 030518

Hoy, el tema de conversación del día está, o debería estar en un titular de prensa de admirable precisión. Es el que ocupa cinco columnas en la portada de El Correo: “ETA dice que se ha disuelto”. No es la noticia, ‘ETA se ha disuelto’, sino su negación. Dice el subtítulo que “Confirma por carta que ha desmantelado completamente sus estructuras”. Menos la que se explica, la que remite estas cartas imposibles, la que graba el video que vamos a ver hoy o quizá mañana y se lo envía a la BBC.

En otra portada, la de El Mundo, Ángeles Escrivá desvela el oxímoron en un titular a cuatro: “Veinte terroristas cuidarán en secreto del ‘legado de ETA’”. Han disuelto completamente sus estructuras, salvo una: la Comisión Técnica Provisional para Gestionar las Consecuencias de la Iniciativa Armada de ETA, organismo que bajo la dirección de David Pla, último jefe de ETA, va a reunir a veinte terroristas cualificados que en la más estricta clandestinidad va a cuidar del legado de la banda terrorista, va a velar por el buen nombre de ETA y va a impulsar lo que ellos llaman “Iniciativa por la Verdad”, cualquier cosa que sea eso.

El certificado de defunción nunca puede ser firmado por el muerto. “Una organización disuelta” dice, no había oído nada parecido desde que aquel gran periodista, Cándido, contaba en sus memorias lo del becario de ABC que redactó un suceso diciendo que el difunto se ahogó al caer a un pozo “de tres metros de altura”, y cuando le dijeron que debería escribir “profundidad”, se rebotó: “No, es que yo escribo desde el punto de vista del muerto”.

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Ilustración del Alberto Morales ‘AJUBEL’ [Cuba, 1956] para el texto

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¿Derrotada o indultada?

Rogelio Alonso en El Mundo, 040518

«Pero detrás del desafío terrorista, que absorbía toda la atención, se estaba librando otro combate más hondo de naturaleza nacionalista. Además de sus comandos clandestinos, el terrorista ha contado con numerosos representantes civiles; y, junto a su aparato militar, ha dispuesto de otro político e ideológico. Derrotado policialmente, ¿no habrá salido, sin embargo, ganador en estos otros combates? Eludir esa pregunta sería prueba de complacido simplismo o de cobarde escapada; a la postre, de rendición».

La pregunta de Aurelio Arteta en un artículo de 2014 es especialmente pertinente ahora que ETA despliega un espectáculo mediático anunciando su final. Pero ETA no finaliza, pues su terrorismo no consistió solo en esa violencia física que cesó en 2011, sino también en la psicológica y política que coaccionó y aterrorizó a ciudadanos no nacionalistas durante décadas y que todavía hoy condiciona sus vidas. El terrorismo etarra no ha tenido un coste político para el nacionalismo ni para un partido como el PNV, que fue definido como «parásito objetivo de ETA» y que ha impuesto su hegemonía política, social y cultural.

Pero sí ha tenido para sus víctimas implicaciones políticas ignoradas en este engañoso final. La organización terrorista seguirá presente a través de quienes ya han sido perdonados por los últimos Gobiernos de nuestra democracia y una significativa parte de la sociedad. Como escribió Mikel Azurmendi en 2017, «las instituciones del Estado y los partidos políticos democráticos no han sido capaces de que el terrorista con múltiples asesinatos haya sido juzgado políticamente».

«Lo tenemos merecido», denunció Joseba Arregi tras el último comunicado etarra evidenciando la falacia de una derrota de ETA a la que las elites políticas han renunciado: «Es realmente indignante lo fácil que tragamos la enorme contradicción de reconocer que ETA ha matado por razones políticas, para materializar un proyecto político, y el carácter radicalmente privado de todo lo que se le exige a ETA en su final».

Años atrás, cuando el nacionalismo vasco ansiaba un final del terrorismo como el que ahora se le concede, centrado solo en los medios violentos mientras quedan indemnes los fines nacionalistas y la ideología compartida por ETA y PNV que los legitima, Aurelio Arteta exigió no solo una «derrota por un KO legal y policial», sino también «por otro político y moral». El Estado ha desistido de aplicar la justicia política que la verdadera derrota de ETA exigía para merecer ese nombre. Se expresa solidaridad con las víctimas ignorando que fueron asesinadas para lograr metas políticas y que, por tanto, la justicia hacia ellas exige mucho más que indemnizaciones y promesas.

Este tramposo final de ETA llega a costa de la rehabilitación política y social del entorno terrorista, auténtico poder fáctico y cómplice necesario del terrorismo nacionalista. Así lo han querido quienes se vanaglorian de una derrota de ETA que constituye, parafraseando a Hannah Arendt, «una mentira política organizada». Se oculta tan seria anomalía democrática, ya normalizada, mediante la instrumentalización de las víctimas prometiéndoles «Memoria, Dignidad, Verdad y Justicia», mientras se les niega estas reivindicaciones.

La manida batalla del relato instrumentaliza la memoria con una política memorialística limitada a recordar las atrocidades y a reivindicar la injusticia de los crímenes, pero sin exigir la necesaria rendición de cuentas a los terroristas nacionalistas y a sus cómplices. Estos ya han recibido el perdón político y moral e incluso penal con numerosos crímenes impunes. Por ello, muchas apelaciones a la memoria equivalen a extraer la última gota de sangre de esas víctimas a las que se les promete justicia mientras se les niega tan irrenunciable derecho. Tzvetan Todorov desenmascaró a quienes se presentan como «bravos combatientes por la memoria y la justicia» que, sin embargo, utilizan la memoria como sustituto de la justicia para eludir sus «responsabilidades frente a las miserias actuales».

Entre esas miserias que el discurso oficial sobre el final de ETA omite: la legitimación del terrorismo mediante la presencia de los representantes de ETA en las instituciones tras una legalización que obedeció a criterios políticos, no jurídicos, con la connivencia de los principales partidos y el fraude de ley de un Tribunal Constitucional que, sin competencia para ello, neutralizó la ilegalización dictada por el Supremo. Hoy escuchamos grandilocuentes llamamientos al recuerdo de las víctimas como pretexto para olvidar su significado político. Las consecuencias del terrorismo son blanqueadas incluso por algunos demócratas que abusan del sentimentalismo para vaciar de contenido político la violencia nacionalista, borrando cómo esta ha deformado el tejido político y social del País Vasco y Navarra.

El mutis de ETA es un show propagandístico rentabilizado por quienes la legitiman ante la inacción de un Gobierno español que solo contrapone un eslogan: ETA ha sido derrotada. La realidad demuestra que se trata de un significante vacío con el que ocultar la dejación política que ha evitado una verdadera derrota del terror nacionalista. Ciertamente, como ETA reconoció en 2011, no ha logrado sus objetivos estratégicos pues «si no Euskal Herria aparecería en los mapas del mundo como un país libre». Pero ETA puede reivindicar que, pese a no haber ganado, su «lucha no ha sido en balde».

Esta es la derrota del vencedor que debería avergonzar a sus responsables. Como algunas víctimas denunciaron, aunque los terroristas no lograron «todo lo que buscaban» sí ganaron «su batalla política imponiendo su paradigma de legitimación de su ideología». ETA ha conseguido que hablemos de sentimientos en lugar de hacer justicia a las víctimas, una justicia que necesariamente debe ser política. Se ha renunciado a una justicia política que interpela a los lobbistas de ETA y al nacionalismo representado por el PNV que obtuvo ventajas políticas, y que consolidó su poder gracias a la violencia contra los constitucionalistas. Hoy, en 194 ayuntamientos de mayoría nacionalista y solo 14 no nacionalistas, el PNV cuenta con 1018 concejales; Bildu, con 894; el PSE, con 196; y el PP, con 79.

Muchos demócratas ya han perdonado al terrorismo nacionalista su culpa política y moral. Con notable hipocresía rechazan los homenajes a etarras mientras se niegan a hacer cumplir dos leyes de víctimas, una nacional y otra autonómica, que los prohíbe expresamente. Incoherente resulta reivindicar la derrota de ETA cuando toleran rituales con los que los terroristas se desprenden simbólicamente de toda culpa, reforzando el esquema moral que justifica el terror mediante ese reconocimiento social y político.

Así se impone el relato que culpabiliza a las víctimas y absuelve a ETA sin que quienes se declaran indignados hagan nada por impedir tamaña injusticia. Prometen honrar a las víctimas y la deslegitimación del terrorismo, pero sus actos evitan deslegitimar a quienes, ante la indefensión de aquellas, imponen el control del espacio público, a quienes tuvieron y tienen como misión la no condena de ETA y, por tanto, la legitimación del terror nacionalista.

ETA YA ha recibido su indulto político y moral mediante la naturalización y normalización democrática de sus representantes, evidenciando una dejación del Estado que el mantra de la derrota de ETA intenta encubrir. El perdón a ETA y la renuncia a derrotarla verdaderamente también se aprecian en la petición de una víctima a Soraya Sáenz de Santamaría, vicepresidenta del Gobierno de Mariano Rajoy que, al igual que Rodríguez Zapatero, se negó a aplicar las órdenes internacionales sobre Josu Ternera tras localizarlo en Suiza y Noruega: «No apelo a usted solo en su condición de representante público.

Sé que hace poco ha sido madre; por ello apelo también a esta condición para que nos ayude a que se haga justicia por el asesinato de mis hijas y de mi hermano». Hoy son muchos los que promueven una amnesia consentida que subestima las graves cesiones políticas al terrorismo. Lo hacen mediante su comparación ventajosa con un final de ETA que utilizan como bandera para esconder cuan injusto y humillante ha sido para quienes tanto sacrificaron.

Rogelio Alonso es autor de La derrota del vencedor. La política antiterrorista del final de ETA, que será publicado por Alianza Editorial en la segunda quincena de mayo.

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Notas.-

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