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  • Menos bajas laborales pero más absentismo: la realidad del teletrabajo

Sandra Moreno Bazán en La Información, 300421

  • Los 5 mayores problemas que ven los españoles en el teletrabajo

Víctor Millán en El Economista, 300421

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La vicepresidenta Yolanda Díaz.
La vicepresidenta Yolanda Díaz.EFE

La Edad del Repliegue

Este retorno al hogar es obra de nuestras matrioskas y ha encontrado en la pandemia un aliado de una gran eficacia

Arcadi espada en El Mundo, 200721

ENTRE las insistencias más torpes del mujerío está la de reforzar el carácter subsidiario de lo femenino mediante la promoción de palabras que hagan la competencia a otras fuertemente establecidas. Así, sororidad, que tanto huele a refajo y convento, por oposición a la fraternidad sin horizontes. Y ahora matria, traída a la escena por la vicepresidenta Díaz, por oposición a patria.

Es decir, la matria patria chica o seno de la virilidad en las agonías unamunianas. Ante la torpeza subsidiaria de la podemia, ciertamente de origen, ha salido al rescate el sociólogo Tezanos para darle enjundia socialdemócrata a la palabra. Ayer dijo que detecta en los últimos estudios del CIS una demanda de un Estado más personal, cercano y cuidador y menos preocupado por el orden y la autoridad. Más matria que patria, en suma.

No creo que esta vez Tezanos razone a humo de pajas. Ni siquiera creo que su conclusión se deba limitar a España. Cada semana tratamos de adjetivar la época, pero quién puede resistirse a hablar, ahora, de la Edad del Repliegue. Los ámbitos del cuidado, la domesticidad y la introspección son los interiores.

Este retorno al hogar es, en buena parte, obra de nuestras matrioskas, quién iba a decirlo, y ha encontrado en la pandemia un aliado de una gran eficacia. En los días del confinamiento general colgaron por el barrio unos carteles, aparentemente feministas, que llamaban a la revuelta: «Ante el aislamiento patriarcal, orgías monstruosas».

Cuando descubrí el primero pensé: «Un varoncito listo». Y es que las mujeres no tienen el coño para ruidos. Los encierros, la mascarilla, la distancia social y, sobre todo, la pegajosa segregación simbólica de estas medidas son obra del pensamiento matriosko no necesariamente euskaldun ni reservado al sexo femenino que describe el sociólogo del CIS.

El estado residencial que pide el pueblo abre unas perspectivas de tedio de cuya avanzadilla informan debidamente, y con una identificación peligrosa, las páginas de los periódicos.

Decisiones como las de Boris Johnson y su Freedom day aparecen en este baño maría colectivo como agitadas por un loco peligroso, cuando quizá no sean más que las decisiones de un hombre prudente, en el sentido aristotélico: en el sentido del hombre que conoce los riesgos de toda acción libre.

Pero la pregunta fundamental que debe hacerse a los promotores del Estado matriosko es quién va a pagar los cuidados. O en términos algo más rudos, propios de mi condición: quién va a salir a cazar.

Y aún tengo la pregunta de en qué punto Matria degenerará en Matrix.

Este retorno al hogar es obra de nuestras matrioskas y ha encontrado en la pandemia un aliado de una gran eficacia 

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Fenomenología del tolili

Fenomenología del tolili

Nos entristecería que Coentrao se enojara al enterarse de que su presidente lo consideraba algo tan excepcional como un tolili

Jorge Bustos en El Mundo, 200721

NO SE llega a ser rico y poderoso sin un conocimiento preciso de la condición humana, y por eso a nadie le puede sorprender la destreza de Florentino para la pintura de caracteres. Los retóricos griegos diferenciaban entre la prosopografía, que se atiene a los rasgos externos de un personaje, y la etopeya, que ahonda en sus cualidades psicológicas.

La etopeya florentiniana, de trazo impresionista, se inserta en la sólida escuela del denuesto español, que de Quevedo a Losantos exige agudeza en la mirada, puntería en el concepto y donaire en la expresión. Al artista de la injuria le basta un molinete de palabras trazadas en el aire para hacerle un traje a su víctima por el que será reconocido en adelante.

De cuantos retratos sonoros se han publicado Dios o un juez sabrán por qué, el más celebrado ha sido el de Coentrao. Para definirle, Florentino recupera un nutritivo término de la germanía barrial caído en desuso. «Es un tolili», sentencia, y todos asentimos: en nuestra mente nace una correspondencia natural entre los fonemas que designan y el jugador designado. Ahora bien. ¿Qué es exactamente un tolili?

Más que una crasis de tonto y lila, el tolili vendría a ser un tolai rococó, amanerado, con un plus de ingenuidad. El tolili va pidiendo a gritos que lo engañen, pero nadie se molesta en hacerlo por una suerte de piadoso desdén que despierta en quien lo observa. Se trataría de un lerdo entrañable, alguien que pasa por la vida sin otra ambición que la de airear su inofensiva necedad.

Ojo con confundir al tolili con el imbécil, porque el imbécil a menudo provoca indignación, ni lo confundamos con el bobo, porque el bobo vive en un estado de pureza casi poética. Según el clásico estudio de Ruano, al tonto le gusta mandar porque cree haber nacido sabiendo mucho más de lo que la vida puede enseñarle.

Su soberbia natal no le permite paliar la tontería con la adquisición de conocimientos, y a cambio padece un sentimiento urgente de triunfo. El tolili prefiere obedecer, ser el mandado de un tonto, el primo lejano de un bobo y el objeto de admiración de un inteligente.

La política española se ha llenado de tontos y vaciado de tolilis. La tolilería presupone una inocencia que esta degenerada partidocracia perdió hace mucho. Por eso nos entristecería que Coentrao se enojara al enterarse de que su presidente lo consideraba algo tan excepcional como un tolili.

Ese enfado significaría que Florentino erró el diagnóstico y Coentrao ya no sería un tolili sino un tonto más, otro que se cree mejor de lo que es. Uno de esos tontos redondos, por cierto, que infestan las redes sociales.

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El declive del Estado de derecho en Cataluña y en España
Ilustración de Sean Mackaoui [Suiza, 1969] para el texto

El declive del Estado de derecho

Todas las instituciones de contrapeso en Cataluña (a excepción de los órganos judiciales) están prácticamente anuladas

Elisa de la Nuez en El Mundo, 200721

HACE apenas unas semanas que se concedieron los indultos a los presos del procés y ya nadie se acuerda prácticamente del pequeño revuelo mediático/político/jurídico levantado. Y es que las cosas van muy deprisa, desgraciadamente, en lo que se refiere al declive de nuestro Estado democrático de derecho.

Ya expuse en su momento las razones por las que consideraba muy perjudicial para el Estado de derecho una concesión de indultos no condicionada a ninguna rectificación (no digamos ya arrepentimiento) por parte de los indultados en torno al fundamento de una democracia liberal representativa: el respeto a las reglas del juego, en nuestro caso las establecidas en la Constitución y en el resto del ordenamiento jurídico.

Más bien parece que el indulto era una especie de trámite enojoso que había que superar para seguir con lo de siempre: derecho a decidir (el placebo utilizado para defender el inexistente derecho a la autodeterminación de una parte del territorio en un Estado democrático), la mesa de diálogo fuera de las instituciones (lo que supone considerar que las existentes no son idóneas para encauzarlo), la exclusión sistemática de los catalanes no nacionalistas (considerados como falsos catalanes, en el mejor de los casos, o como colonos o invasores en el peor) y la utilización partidista y sectaria de todas y cada una de las instituciones catalanas.

El objetivo último, declarado públicamente, es el de alcanzar una independencia que consagraría un Estado iliberal y profundamente clientelar porque aunque esto no se declare públicamente éste sería el resultado del viaje, como ya reflejaron las leyes del referéndum y de desconexión aprobadas los días 6 y 7 de septiembre de 2017.

Se trata, en suma, de garantizar el statu quo, es decir, el mantenimiento del poder político, económico y social en manos de las élites de siempre, puesto a salvo de las pretensiones y aspiraciones legítimas de los catalanes no independentistas consagrados no ya de facto, sino ahora también de iure como ciudadanos de segunda. Nada que parezca muy envidiable, salvo para los que detentan el poder, claro está.

El problema es que para que suceda se necesita básicamente no sólo que el Estado, sino que el Estado de derecho desaparezca de Cataluña o, para ser más exactos, que desaparezca su componente esencial, los contrapesos que permiten controlar el Poder, con mayúscula, y que son básicos en una democracia liberal representativa pero que brillan por su ausencia en las democracias iliberales o plebiscitarias.

Efectivamente, la diferencia esencial entre una democracia como la consagrada en nuestra Constitución y las que se están construyendo a la vista, ciencia y paciencia de la Unión Europea en países como Polonia y Hungría (y en menor medida en otros países) es la eliminación material de estos contrapesos esenciales, aunque se mantengan formalmente.

a se trate de la separación de poderes, de los tribunales constitucionales, defensores del pueblo, tribunales de cuentas, administraciones neutrales e imparciales, órganos consultivos o cualquier otra institución contramayoritaria diseñada para controlar los excesos del poder la tendencia es siempre la misma: se mantienen formalmente para cumplir con las apariencias, pero se las ocupa y se las somete al control férreo del Poder Ejecutivo. Lo mismo cabe decir de los medios de comunicación tanto públicos como privados.

Creo que no resulta difícil ver cómo en Cataluña todas las instituciones de contrapeso (salvo, por ahora, los órganos judiciales que no dependen del Govern) están prácticamente anuladas.

Esto no quiere decir que el ordenamiento jurídico no rija, que todas las leyes se incumplan o que no protejan suficientemente las relaciones jurídicas privadas de los ciudadanos, el problema es que no hay una protección real (salvo la judicial) frente a posibles arbitrariedades del poder político.

En definitiva, los catalanes están desprotegidos cuando invocan sus derechos frente a las instituciones autonómicas en temas sensibles para el independentismo, ya se trate de la inmersión lingüística, del sectarismo de TV3, de la falta de neutralidad de las universidades públicas, de las denuncias contra la corrupción y el clientelismo o de la falta de imparcialidad de las administraciones públicas; sin que, al menos hasta ahora, hayan tenido mucho apoyo por parte de las instituciones estatales, que con la excusa de su falta de competencia o por consideraciones de tipo político tienden a inhibirse.

En conclusión, son los propios ciudadanos disidentes los que, al final, tienen que luchar con los instrumentos jurídicos a su disposición, pagándolos de su bolsillo durante años o décadas en los tribunales, lo que supone un tremendo desgaste personal, profesional y económico.

Incluso así, cuando finalmente consiguen una sentencia favorable pueden encontrarse con una negativa por parte de la Administración a ejecutarla, lo que las convierte en papel mojado. No parece que sea una situación sostenible y pone de relieve una falta de calidad democrática e institucional muy preocupante.

Por eso, convendría reconocer de una vez que la construcción nacional en Cataluña pasa necesariamente por el deterioro o incluso la desaparición del Estado democrático de derecho y la construcción de una democracia iliberal de corte clientelar en la que el poder político no está sometido a ningún tipo de contrapesos y donde los gobernantes están por encima de la ley, tienen garantizada la impunidad y pueden otorgar prebendas de carácter público a su clientela.

La razón es, sencillamente, que no hay ningún otro camino ni en Polonia ni en Hungría ni en Cataluña para convertir la sociedad auténticamente existente, que es plural, diversa y abierta, en una nación homogénea política, lingüística y culturalmente.

Ya se trate de utilizar la vía rápida (la empleada en otoño de 2017), la intermedia (el famoso referéndum pactado) o la lenta (la conversión al credo independentista de los renuentes o/y el desistimiento de los no independentistas), se trata siempre de la utilización partidista y clientelar de instituciones, recursos públicos y medios de comunicación y de la desactivación de los mecanismos de control.

Que este tipo de proyecto identitario (apoyado principalmente por los catalanes con mayores medios económicos en contra de los que menos recursos) pueda considerarse como progresista es incomprensible. Se trata de un proyecto populista de corte ultranacionalista muy similar a los desarrollados por los gobiernos de extrema derecha de Polonia y Hungría.

PODEMOS comprobar que ésta es la situación escuchando lo que dicen los propios líderes independentistas, que no se cansan de manifestar su falta de respeto por las instituciones contramayoritarias en general y por el Poder Judicial en particular, un día sí y otro también.

Son declaraciones que ponen de relieve que el modelo deseado es la democracia plebiscitaria, donde la mayoría arrasa con todo y los gobernantes no están sujetos a rendición de cuentas. Dicho eso, es comprensible la fatiga de muchos catalanes de buena fe que desean volver a tiempos mejores o que piensan que es posible desandar lo andado y girar las manecillas del reloj 10 o 15 años hacia atrás para recuperar la supuesta concordia civil entonces existente.

Por último, lo más preocupante es que este rápido deterioro del Estado de derecho se está extendiendo al resto de España. Son numerosos los ejemplos de políticos con responsabilidades de Gobierno haciendo declaraciones que hace unos años hubiesen sido impensables en público.

Ya se trate del «empedrado» del Tribunal de Cuentas poniendo obstáculos a la concordia en Cataluña (como dijo el ex ministro Ábalos) o de las críticas al Tribunal Constitucional por no haber convalidado el primer estado de alarma durante la pandemia (en el que la ministra de Defensa invoca nada menos que «el sentido del Estado») se nos trasmite la idea de que la existencia de contrapesos institucionales es un lastre para «hacer política».

Se les olvida que su existencia es esencial precisamente para «hacer política» en una democracia liberal representativa. Aunque no deja de ser el signo de los tiempos, me temo que cada vez estamos más lejos del constitucionalismo de Hans Kelsen y más cerca del antiliberalismo de Carl Schmitt.

Elisa de la Nuez es abogada del Estado y coeditora de ¿Hay derecho?

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Iván Redondo

El último día de Iván Redondo: De Son Goku a Jordan

El domingo recogió su despacho tras ser cesado por Pedro Sánchez

Toni Bolaño en La Razón, 180721

Tras varias semanas de especulaciones, Pedro Sánchez daba un paso adelante y remodelaba su Gobierno. Entraban en el nuevo Ejecutivo Isabel Rodríguez (Política Territorial y portavoz), José Manuel Albares (Exteriores), Pilar Llop (Justicia), Diana Morant (Ciencia) y Raquel Sánchez (Transportes). Y Óscar López a la dirección del Gabinete de Presidencia del Gobierno.

Iván Redondo estaba solo en el ala oeste del Palacio de Semillas. Hacía días que había tomado la decisión de cerrar una etapa de su vida, corta vida porque apenas tiene 40 años, y en esos momentos estaba poniendo hilo a la aguja.

En Madrid hacía calor y dentro de su despacho todavía más. El ajetreo de recoger papeles y objetos personales le hizo sudar. Tomo la decisión de sentarse ante la que ha sido su mesa de trabajo desde junio de 2018. Han pasado tres años, un mes y una semana.

Fue un momento para pensar. Se acordó en esos instantes de soledad, de intimidad, de los más cercanos, como se acordó en su toma de posesión. «Quiero agradecer a mi ama por toda la fuerza que me ha dado, porque es una luchadora; a mi mujer Sandra, a José Ramón y a Mari Luz –sus suegros–, a mis hermanos, que hoy están aquí. A mi hermana Lourdes, a mi hermano Manu y a mi hermano Txema, a Paula –su sobrina–, a todos los que me conocen que hoy están aquí, muchas gracias. Y, por supuesto, a mi hermana Esperanza, que no está con nosotros y a la que yo no pude conocer, pero allí desde el cielo siempre está cada vez que estoy haciendo algo».

Era un momento nostálgico, porque aquellas paredes le estaban recordando muchas cosas, pero no fue un momento triste. La decisión la tomó después de madurarla mucho. Estaba entre cajas y se reafirmó en su convicción porque siempre trata de ser consecuente. Un humanista había llegado a ser director del Gabinete de la Presidencia del Gobierno. Había cumplido su sueño dirigiendo un equipo multidisciplinar de política, estrategia y comunicación. En 3 años, 1 mes y 1 semana lo había ganado todo. Dos elecciones generales, las municipales, las europeas y las catalanas, había pasado en primera línea una pandemia, y todo gracias a ganar una moción de censura. Esta ha sido su viaje profesional y había llegado la decisión de parar.

Le dijo a su mujer que acompañaría al presidente en 2018 hasta que ganara las elecciones. Lo intentó en diciembre del 19, la pandemia puso en el congelador su idea y la desempolvó el 5 de mayo, cuando se la comunicó al presidente, aunque Pedro Sánchez no le creyó. Ha llegado el momento de parar, y lo más importante, el momento de pensar, escuchar y descansar. El momento de volver a llevar una vida normal en su piso de alquiler en el Barrio de Salamanca, donde vive hace más de 15 años. Aunque lo de descansar es un oxímoron porque su teléfono no para. Muchos le quieren ver, otros transmitirle su apoyo, su cariño, porque la perplejidad reina por los malos modos de la despedida. Eso sí, fuera del epicentro revanchista de Moncloa.

El lunes volvió a Semillas. Se llevó una sorpresa. Se encontró a todo el equipo de secretarias esperándole. Las que tenían turno, las que no y las que estaban de vacaciones. Las secretarias de Semillas que pueden explicar con detalle la historia de España querían despedirse del que ha sido su jefe, que «es muy diferente al personaje que dibujan los medios de comunicación».

Fueron momentos muy emotivos. Los primeros porque después de departir con ellas Iván Redondo, flanqueado por su amigo y su jefe de Gabinete, Fran Gómez, visitaron a todos los miembros de su equipo. Las emociones se desbordaron. Aplausos, lloros, abrazos sentidos –también con los ujieres y el personal de asistencia de Semillas– y un mensaje que repitió en todos y cada uno de los despachos, a todos y cada uno de sus compañeros: «Acoged bien a vuestro jefe, es vuestro nuevo líder y es vuestra obligación acogerlo», repitió una y otra vez, transmitiendo un mensaje siempre en positivo. Ni una mala palabra a pesar de que «la gestión de su salida no está gustando. Hay demasiado cainismo».

Todos siguen en sus puestos a la espera de la decisión del nuevo equipo. Cuando Redondo llegó a Moncloa ningún cargo de confianza fue despedido hasta que encontró trabajo. También bajo a las catacumbas donde se encuentra la Unidad de Política Nacional. Allí se fundió en un abrazo con Nuria Lera, la directora del equipo que en su día fue la jefa de gabinete del Óscar López secretario de organización del PSOE, y con Carmen Galbete, su compañera de fatigas desde mucho antes de llegar a Moncloa.

Óscar López sabe que lo tiene para lo que necesite. Fran Gómez hizo la transición a su sustituta, Sonia Sánchez, la jefa de Gabinete de López. Como hacer las rutinas, contestar las cartas de los ciudadanos, las reuniones con los directores de los ministerios, con la Secretaria de Estado de Comunicación, con el Gabinete del Secretario General, los recursos humanos, los ministros de jornada… Y un largo etcétera con el único objetivo de coordinarlo todo para hacer ganar tiempo al director para que pueda actuar de la forma más rápida posible. Lo otro, lo excepcional, lo complejo, ya llegará. De hecho, ni Fran Gómez tuvo tiempo para aburrirse y tampoco parece que lo tendrá Sonia Sánchez y «si te aburres, algo falla».

Envió a su equipo más íntimo un detalle, y también para la secretaria del presidente, con una nota manuscrita con un dibujo, porque Iván Redondo es buen dibujante aunque la Moncloa lo ha desentrenado. Acabó a media mañana del lunes de recoger sus cosas pero antes aún tuvo tiempo de enviar a Fran Bragado, el estudiante de políticas que creó IvanRedondoinfo, una cuenta que agrupa a comunidad de estudiantes que tiene pasión por la política, un mensaje «dedicado a los miles de jóvenes que les gusta la política. Sois capaces de lo mejor. Que no os engañen. Uno no sabe de lo que es capaz hasta que lo intenta. Nos volveremos a ver. Un abrazo y gracias por el cariño de estos años».

Las aficiones de Iván Redondo

Volvió a su despacho. Recogió sus últimas cosas. Sus muñecos. Es un fan del manga desde muy joven y recogió a los dos protagonistas de Karate Kid-Cobra Kai serie de moda en Netflix, –sorpréndanse, Redondo casi llegó a cinturón negro en Kenpo Kai, el Kung-Fu chino–, Son Goku de Dragon Ball y las bolas del dragón, que le regalaron los miembros de su equipo cuando se ganaron las elecciones de abril del 19. Y por último se llevó un último obsequio que llegó hace poco al despacho, un muñeco de Michael Jordan, aquel que lo ganó todo, se retiró y volvió, pero no al basket, sino al golf. Y volvió a ganar. Algunos deberían tomar nota porque Jordan resurgió como el Fénix, de sus cenizas. Fénix es el primer muñeco del manga que le regaló su madre a Iván Redondo Bacaicoa.

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Foto: Iván Redondo. (EFE)

La condena de la memoria de Iván Redondo

  • El Consejo de Ministros nombra hoy al nuevo núcleo duro de Moncloa: Óscar López, en el Gabinete del presidente; Francisco Martín, en la secretaría general, y Francesc Vallès, en comunicación. Redondo, a la desmemoria

José Antonio Zarzalejos en El Confidencial, 200721

El Consejo de Ministros de hoy va a ser significativo, por más que también previsible: acordará varios nombramientos y, entre ellos, el del llamado ‘núcleo duro’ de la Moncloa en sustitución de aquel que en el Real Decreto 136/2020 de 27 de enero configuró Iván Redondo como director plenipotenciario del Gabinete del presidente del Gobierno.

Con la inspiración de esa disposición, el donostiarra cometió su principal error: crear una superestructura que interfería con el Ministerio de la Presidencia y que le empoderaba de manera exorbitante respecto de todos los demás miembros del Gobierno y arropaba hasta la asfixia a Pedro Sánchez, al que correspondía, entonces y ahora, dictar esta resolución administrativa según la competencia que le asigna directamente la Ley de Gobierno de 1997:

“La aprobación de la estructura orgánica de la Presidencia del Gobierno”. Aquello fue un remedo de la Casa Blanca; una reverberación en ‘streaming’ de su ‘ala oeste’. Un completo exceso.

¿Cómo era la estructura que comandaba Redondo? Mejor acudir a la literalidad de los artículos 2 y 3 de aquel real decreto que hacer una digresión subjetiva. Estas eran sus funciones:

a) Proporcionar al presidente del Gobierno la información política y técnica que resulte necesaria para el ejercicio de sus funciones.

b) Asesorar al presidente del Gobierno en aquellos asuntos y materias que este disponga.

c) Conocer los programas, planes y actividades de los distintos departamentos ministeriales, con el fin de facilitar al presidente del Gobierno la coordinación de la acción del Gobierno.

d) Asistir al presidente del Gobierno en los asuntos relacionados con la política nacional, la política internacional y la política económica.

e) Asesorar al presidente del Gobierno en materia de seguridad nacional.

f) Realizar aquellas otras actividades o funciones que le encomiende el presidente del Gobierno.

Y, a esas funciones, estas competencias:

Para el apoyo material al presidente del Gobierno, al Gabinete de la Presidencia le corresponderán, además, a través de la Secretaría General de la Presidencia del Gobierno, las siguientes competencias:

a) La organización y la seguridad de las actividades del presidente del Gobierno, tanto en territorio nacional como en sus desplazamientos al exterior.

b) La coordinación de las actividades de apoyo y protocolo del presidente del Gobierno en su relación con los restantes poderes del Estado.

c) El apoyo y el asesoramiento técnico a los distintos órganos de la Presidencia del Gobierno. La asistencia en materia de administración económica, personal, mantenimiento y conservación, medios informáticos y de comunicaciones.

d) La coordinación de los programas y dispositivos logísticos para los viajes al extranjero de autoridades del Gobierno español.

e) La supervisión del Sistema Operativo Sanitario de la Presidencia del Gobierno.

f) La planificación y seguimiento de la actividad gubernamental.

g) La ejecución de aquellas otras actividades o funciones que le encomiende el presidente del Gobierno.

ras atribuir al director del Gabinete la condición de secretario de Estado, se ponía bajo su dependencia los siguientes órganos:

a) La Secretaría General de la Presidencia del Gobierno, cuyo titular tendrá el rango de subsecretario.

b) La Dirección adjunta del Gabinete de la Presidencia del Gobierno, cuyo titular tendrá el rango de subsecretario.

c) El Departamento de Seguridad Nacional, cuyo titular tendrá el rango de director general.

d) El Departamento de Asuntos Económicos y G-20, cuyo titular tendrá el rango de director general.

e) El Departamento de Asuntos Exteriores, cuyo titular tendrá el rango de director general.

f) El Departamento de Unión Europea, cuyo titular tendrá el rango de director general.

g) La Oficina Nacional de Prospectiva y Estrategia de País a Largo Plazo, cuyo titular tendrá el rango de director general.

Y, además, se establecía:

Que el director del Gabinete asistirá a la Comisión General de Secretarios de Estado y Subsecretarios.

Que el director del Gabinete ejercerá las funciones de secretario del Consejo de Seguridad Nacional.

Que el director del Gabinete ejercerá las funciones de dirección, coordinación e impulso del Comité de Dirección de la Presidencia del Gobierno (en el que tenía asiento el secretario de Estado de Comunicación).

Estos eran los poderes de Iván Redondo, que serán muy pronto rectificados una vez sea nombrado hoy Óscar López para sustituirle. Los que ostente el nuevo director del Gabinete serán más recortados, aunque no necesariamente su gestión será menos eficiente. La eficacia no siempre depende de las dimensiones administrativas que se manejan.

A la postre, la profusión de competencias y organismos bajo el mando de Redondo nunca redundó en una mejor coordinación del Gobierno, ni evitó al presidente chascos varios y algunos fracasos formidables. Y, a mayor abundamiento, esa acumulación de fielatos, filtros y supervisiones ralentizó el funcionamiento de los distintos ministerios y se solapó con las competencias de la vicepresidenta Carmen Calvo.

Sin olvidar que Félix Bolaños —a la sazón secretario general de la Presidencia— dependía también de Redondo con la categoría de subsecretario, inferior a la de secretario de Estado. Por supuesto, nada de todo este montaje, nada del funcionamiento anterior de los servicios de Moncloa, es ajeno a la directa responsabilidad de Pedro Sánchez.

La antigua Roma fue la partera de formas y procedimientos políticos que conservan, reformulados, su total vigencia. El Senado y el pueblo, una vez fallecía el emperador —u otros personajes poderosos— declaraba su apoteosis o máximo reconocimiento a su recuerdo, o condenaba su memoria (‘damnatio memoriae’) proscribiendo su nombre, destruyendo sus estatuas, abrogando sus normas y cubriendo de escombros sus palacios.

Pues bien, salvadas las distancias, ocurre lo mismo en la política contemporánea. Es lo que sucederá con el recuerdo de Redondo al designar el Consejo de Ministros el nuevo núcleo duro de Moncloa: Óscar López, director del Gabinete de la Presidencia, Francisco Martín, secretario general de la Presidencia, y Francesc Vallès, secretario de Estado de Comunicación.

Redondo, a la desmemoria, aunque su carácter templado, la experiencia acumulada y una inteligencia despierta le permitirán reverdecer laureles una vez la auténtica y definitiva versión de su precipitación al ‘barranco’ quede aclarada.

PD. Me permito sugerir la lectura del ensayo ‘ Panfleto contra la trapacería política’ (Biblioteca Deliberar), escrito a al alimón por el catedrático Francisco Sosa Wagner y Mercedes Fuertes, con un prólogo atinado de Albert Boadella.

En sus breves y enjundiosas 140 páginas, puede entenderse el universo político español en el que suceden ‘trapacerías’ como la última crisis de Gobierno, en su sentido más literal: “artificio”, “chisme”, “engaño”. De ahí su subtítulo cervantino: “Nuevo retablo de las maravillas”.

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A la izquierda le sobran las Cortes

Todo da mucha pereza

Viendo lo que sucede y la calidad de quienes protagonizan lo sucedido es disculpable que al observador le de una tremenda pereza describirlo

Miquel Giménez en Vozpópuli, 200721

Bien podría ser que los rigores de un estío, que ya se intuye banal y plúmbeo, influyeran en mi ánimo. Tampoco desdeño que el maratoniano ejercicio de escarbar entre la basura oficial, intentando encontrar algo interesante, no haya producido estragos en mi espíritu. Padezco el síndrome de Stendhal, pero al revés, y me abruma tanta fealdad, tanta apología de lo vulgar, de lo chabacano, de la ordinariez elevada a la categoría de ministerio. A lo mejor, a fuerza de destilar tinta, mi pluma se encuentra agostada y ya solo sirve para arañar de manera estéril el folio en blanco. Quién sabe. El de escribidor es oficio que castiga el hígado, a no ser que formes parte de la inmensa legión de maxmordones y mamacallos que no deben preocuparse lo más mínimo acerca de sus artículos. Porque los hacen al dictado.

Posiblemente, encontrarnos a final de la temporada periodística o no haber parado de trabajar un solo día los últimos dos años tengan influencia. Aunque lo que me resulta realmente extenuante, lo que me provoca fatiga mental y física son los temas que trato. Ya saben, la política. Siempre he creído que el mal cansa muchísimo, más que cualquier otra cosa en la vida.

El mal consume, desgasta, abruma,  siempre de manera devastadora. De ahí mi pereza, mi desgana a la hora de ponerme frente al teclado para describir la última barbaridad escupida por este o aquel memo con coche oficial. Ni les cuento cuando se trata de trasladarles las tropelías, los robos, las manos puercas metidas hasta lo más hondo en las cajas públicas por parte de quienes deberían preservarlas con su propia vida, si fuera menester.

Bien podría ser que los rigores de un estío, que ya se intuye banal y plúmbeo, influyeran en mi ánimo. Tampoco desdeño que el maratoniano ejercicio de escarbar entre la basura oficial, intentando encontrar algo interesante, no haya producido estragos en mi espíritu. Padezco el síndrome de Stendhal, pero al revés, y me abruma tanta fealdad, tanta apología de lo vulgar, de lo chabacano, de la ordinariez elevada a la categoría de ministerio. A lo mejor, a fuerza de destilar tinta, mi pluma se encuentra agostada y ya solo sirve para arañar de manera estéril el folio en blanco. Quién sabe. El de escribidor es oficio que castiga el hígado, a no ser que formes parte de la inmensa legión de maxmordones y mamacallos que no deben preocuparse lo más mínimo acerca de sus artículos. Porque los hacen al dictado.

Posiblemente, encontrarnos a final de la temporada periodística o no haber parado de trabajar un solo día los últimos dos años tengan influencia. Aunque lo que me resulta realmente extenuante, lo que me provoca fatiga mental y física son los temas que trato. Ya saben, la política. Siempre he creído que el mal cansa muchísimo, más que cualquier otra cosa en la vida.

El mal consume, desgasta, abruma,  siempre de manera devastadora. De ahí mi pereza, mi desgana a la hora de ponerme frente al teclado para describir la última barbaridad escupida por este o aquel memo con coche oficial. Ni les cuento cuando se trata de trasladarles las tropelías, los robos, las manos puercas metidas hasta lo más hondo en las cajas públicas por parte de quienes deberían preservarlas con su propia vida, si fuera menester.

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+Revista de Prensa

El Gobierno bajará del 21% al 4% el IVA de la prensa y libros ...

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Vídeos 

. Así será el próximo estadio del Real Madrid.28920.

. Editorial Alfonso Rojo: «¿De qué se ríe, señora ministra?». 150721.

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Humor

Idígoras y Pachi
Viñeta de Idigoras y Pachi para El Mundo, 210721

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