Anglofilia obtusa

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El Gobierno bajará del 21% al 4% el IVA de la prensa y libros ...

Revista de de opinión en prensa

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Soñó el ciego que veía

Andrés Trapiello en La Lectura, 031123

Una de las más enigmáticas maravillas del genio de la lengua: ¿quién fue el primero en inventarse un refrán? Como el inventor de la rueda, merecería una estatua. Los refranes son al pensamiento lo que la rueda a la técnica. Dígasele a Sancho Panza, que los soltaba, para desesperación de don Quijote, como quien cose guindillas en un sartal. Pues eso son también los refranes: el picante con que el pobre sazona su habla.

Andrés Amorós ha titulado su último libro como Juan Mal Lara el suyo de 1568: Filosofía vulgar. Es un libro apasionante. Va, claro, de refranes. Como Mal Lara, Amorós comenta y relaciona los que ha elegido él, que son, en general, los que siguen circulando hoy, los más sonados. No somos conscientes de hasta qué punto seguimos trufando con refranes y dichos antiquísimos nuestras conversaciones.

Si un aforismo es la punta de un iceberg, los refranes son un atajo, intuición y fulgor al mismo tiempo. Algo que ha sido destilado en la alquitara de la experiencia, algo que podríamos llamar «la filosofía del pobre». O sea, la que se entiende, frente a la que se estudia. Con permiso de Descartes: Montaigne; con la venia de Hegel: Nietzsche.

El de Amorós se parece un poco también al de don José Coll y Vehí, Los refranes del Quijote ordenados por materias y glosados (1874), y a Cervantes cita mucho Amorós. Normal: Cervantes contribuyó a la celebridad de unos cuantos e inventó otros («con la Iglesia hemos topado»). En cuando a las glosas de Amorós, amenísimas y cultas sin pedantería, están tan bien hiladas que caen los capítulos uno tras otro como golosinas.

Desde luego para mí los refranes son caramelos de todos los sabores (durante la pandemia se leyó uno, por pasar el rato, las recopilaciones importantes, desde las del Marqués de Santillana y Correa a las de Rodríguez Marín y Martínez Kleiser, unos sesenta mil refranes).

De esa lectura sacó uno sus conclusiones (aparte de una antología personal de unos dos mil) y me confirmó en esto: la originalidad está sobrevalorada. «Sábete, Sancho que no es un hombre más que otro si no hace más que otro»: lo dijo don Quijote, copiado tal cual de Blasco de Garay (Carta de refranes, 1551); Machado sólo cambió una palabra del «sólo el necio confunde valor y precio», que escribió Quevedo, y Nietzsche, de quien todo el mundo cita su «lo que no te destruye te hace más fuerte», es poco probable que conociera lo que en España llevaba siglos circulando: «lo que no mata, engorda».

El vulgo, o sea, el pueblo soberano, no tiene reparo tampoco en apropiarse de los hallazgos cultos («cualquier tiempo pasado fue mejor», de Manrique) o acuñarlos nuevos («que te vote Txapote», pero ninguno como aquel «sanfiní» de nuestra asistenta Angelita, síntesis ingenua e inconsciente del popularizado c’est fini y el castizo sanseacabó).

Incluso se da el caso del escritor que rescata y pone en circulación alguno desusado (Azorín, cuando volvió del exilio en 1939: «No veo a nadie, ni nadie me visita; ni hablo ni pablo». ¿Dé donde salió ese «ni hablo ni pablo»? (lo sabrá Álvarez de Miranda, seguro). Y que ese acervo sigue vivo no hay duda: del

«Vinieron los sarracenos/ y nos molieron a palos,/ que Dios ayuda a los malos/ cuando son más que los buenos» recuerda uno una interpretación graciosísima de Ferlosio, como otra suya de «la casa de tócame Roque».

Amorós eslabona cientos. Le agradece uno especialmente estos tres, en los que no había reparado hasta hoy. Actualísimos. Podrían aplicársele, uno, a Pedro Sánchez («Quien siempre me miente, nunca me engaña»), otro a Otegui («Al amaño, con engaño») y otro a Puigdemont («Mentiroso sin memoria, pierde el hilo de la historia»).

En justa correspondencia y como muestra de gratitud, me gustaría hacerle llegar a Amorós uno de los más misteriosos y poéticos que haya leído nunca. Lo publicó Hernán Núñez en su Refranes y proverbios de 1555, y en él está todo el Machado último, el metafísico y melancólico creador de apócrifos, uno de estos, acaso, aquel Jorge Luis Borges, argentino: «Soñó el ciego que veía, soñaba lo que quería».

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Ulises Culebro ‘ULISES‘ [México, 1963]

El despertar de la izquierda contra el ‘wokismo’

Daniel Arjona en La Lectura, 031123

En la segunda década del siglo XXI un enorme iceberg se desprendió de la izquierda tradicional, una gran masa de ideología que cristalizaba en clave activista las ideas del posestructuralismo francés y de los estudios culturales de los setenta y que se convertía en un verdadero peligro para las vías de navegación de los nuevos debates políticos por venir.

El fenómeno recibió su bautizo tras el éxito de Master teacher, la canción Erikah Badu que en 2008 sonó en todas partes con un estribillo que rezaba: «I stay woke».

El wokismo saltó al escenario internacional al asociarse con el movimiento Black Lives Matter (que se reavivó después de que Michael Brown muriera tiroteado por la policía de Misuri y recorrió el planeta tumbando estatuas) y el #MeToo (estallido feminista que, a caballo de las acusaciones contra el productor Harvey Weinstein, denunciaba las agresiones y abusos sexuales en Hollywood).

El Oxford English Dictionary daba carta de existencia al término al recoger ese mismo año la siguiente definición de woke: «Alerta ante la discriminación y la injusticia racial o social; frecuentemente en la construcción stay woke [mantente despierto], a menudo empleada como una exhortación».

Defensores de la corrección política y el lenguaje inclusivo, de las minorías marginadas y el feminismo interseccional, de la teoría queer y los derechos trans, activistas identitarios y autoproclamados luchadores por la justicia social, los wokes aseguraban que venían a ocuparse de todo aquello que la izquierda clásica de raíz obrera y comunista llevaba demasiado tiempo obviando.

Pero hubo quien, muy pronto, desde la derecha y también desde la izquierda, comenzó a sospechar que se trataba, en realidad, de algo muy diferente. Esa nueva izquierda identitaria lo que hacía en realidad era traicionar los ideales universales del liberalismo progresista original.

Primeras réplicas. La respuesta a lo woke, en forma de análisis y también de denuncia, desde todos los colores del espectro político, ha llegado ya a las librerías. La cosa comenzó de la manera más saludable posible: con unas risas.

En 2019 una tal Titania McGrath, que empezaba a ser conocida en las redes sociales como referente de la justicia social, publicaba precisamente Woke (Alianza), una sátira salvaje -pergeñada en realidad por el cómico Andrew Doyle- que se presentaba como una suerte de «wokismo para dummies» que guiaba al lector por la intrincada selva de la neolengua identitaria y ofrecía una serie de sencillos consejos. Algo así como: «Es fácil ser woke si sabes cómo».

Probablemente la confrontación más seria y sosegada fue la que plantearon Jonathan Haidt y Greg Lukianoff en La transformación de la mente moderna (Deusto, 2019). En sus páginas, estos dos teóricos estadounidenses se ocupaban de uno de los principales núcleos de irradiación del fenómeno: los recintos universitarios de su país.

¿Por qué los alumnos boicoteaban cada vez con más agresividad a oradores y profesores que, según ellos, los ofendían? ¿Por qué exigían «espacios seguros» en unos campus ya muy izquierdistas, incapaces de soportar el menor conflicto? ¿Y qué consecuencias iba a tener todo aquello en la búsqueda de la verdad que debe caracterizar a la Academia y en el porvenir de la democracia liberal occidental?

Al tiempo que se ponía en marcha la teoría, otro profesor pasaba a la práctica. Un vídeo de Jordan Peterson negándose a utilizar los pronombres personales que le reclamaban los alumnos trans de la Universidad de Toronto se viralizaba en Youtube y convertía al psicólogo canadiense en todo un paladín antiwoke.

Su libro 12 reglas para vivir (Planeta), en el que defendía a la masculinidad herida por el nuevo feminismo, se alzó rápidamente como un auténtico bestseller mundial.

En España, Juan Soto Ivars fue el canario en la mina que lanzó la primera alerta acerca del wokismo en ciernes en forma de una nueva poscensura que laminaba la libertad de expresión.

El periodista se ocupó de ello en libros como Arden las redes (2017), La casa del ahorcado (2021) o Nadie se va a reír (2022), que rescataba un alucinante caso concreto en el que un tipo perdía su trabajo y acababa siendo condenado judicialmente por una broma pesada. Ricardo Dudda, por su parte, se aplicaba con detalle a estudiar los orígenes y las razones del virus de la corrección política en

La verdad de la Tribu (2019); Daniel Bernabé denunciaba desde una perspectiva marxista clásica el abandono de la clase por la izquierda en un libro cuyo título supuso un feliz hallazgo terminológico muy usado desde entonces -La trampa de la diversidad (2018 -; Edu Galán exhibía el dramático e injusto reverso tenebroso del #MeToo en El síndrome Woody Allen (2020), y Pablo de Lora se ocupaba de los desvaríos legales de todo esto en Lo sexual es político (y jurídico) (2019) y Los derechos en broma (2023).

Dos libros recientes despliegan una panorámica analítica del wokismo una vez que sus principales posos ideológicos se han asentado, la amenaza va delimitando sus contornos y los síntomas son ya tan evidentes que es posible comenzar a pensar en un diagnóstico preciso e incluso un posible tratamiento.

En Teorías cínicas (Alianza), Helen Pluckrose y James Lindsay defienden que el liberalismo y la modernidad se encuentran asediadas por dos amenazas enfrentadas: una izquierda posmoderna woke y una extrema derecha populista alimentada por la primera.

Tras la forja sesentaiochista de las ideas posmodernas por un pequeño grupo de filósofos franceses -con Foucault, Deleuze o Derrida a la cabeza-, la Teoría (con mayúscula) se habría convertido en «la principal fuerza de la guerra cultural a finales de la década de 2010», un sucedáneo, tan potente como peligroso, de las viejas religiones . «Nos enfrentamos -advierten Pluckrose y Lindsay- al continuo desmantelamiento de categorías como conocimiento y creencia, razón y emoción, hombres y mujeres, y con una presión reciente para censurar nuestro lenguaje de acuerdo con La Verdad según la Justicia Social».

Guardianes de la fe. En Cancelados (Paidós), Umut Özkirimli hace frente desde su trayectoria como «intelectual comprometido» a la manifestación más siniestra de la izquierda identitaria actual, esto es, la cultura de la cancelación.

Según los nuevos guardianes de la fe, toda aquella persona que manifieste opiniones que ellos consideren como «culturalmente inaceptables» deberá ser boicoteada e incluso excluida de la vida pública.

Tal vez no resulta sencillo cancelar a alguien como J. K. Rowling -aunque sí amenazarla de muerte por defender que el sexo es real y ser tachada por ello de «terfa» (trásfoba)-, pero otros no tan poderosos han llegado a perder su trabajo y a ver sus vidas destruidas. «Y por si esto fuera poco -dice Özkirimli-, la estrategia woke es derrotista y la política identitaria radical es divisiva al carecer de una visión basada en valores compartidos».

¿Ha constituido el wokismo un pasatiempo narcisista de las clases medias altas acomodadas de Occidente que pasará a un segundo plano ahora que el mundo se adentra en una nueva era impredecible sacudida por las guerras en Ucrania y Oriente Próximo?

Es una posibilidad que sugieren en sus conclusiones los autores los ensayos mencionados, pero existe otra amenaza más inmediata. La repulsa casi instintiva que generan algunos de los motivos de la izquierda identitaria por su rechazo de la naturaleza humana exacerba la polarización y podría llevar a algunas sociedades especialmente vulnerables a un punto de ruptura.

Dos ensayos recientes, ‘Teorías cínicas’ y ‘Cancelados’, despliegan una panorámica analítica del ‘wokismo’ una vez que sus principales po- sos ideológicos se han asentado

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Protesta en la Universidad de Carolina del Norte, en Chaprl Hill. el pasado abril

 

Recuperar la cultura de la libre expresiónLA LECTURA. 031123

Que dictaduras y regímenes teocráticos persigan la libertad de expresión es fácil de entender. Lo escalofriante es que esa persecución se esté dando en pleno siglo XXI en países democráticos.

En Estados Unidos, las universidades, sobre todo las de élite, se han convertido en las últimas décadas en espacios cerrados e inquisitoriales, en los que cada vez más profesores son represaliados por exponer opiniones que incomodan a sus alumnos.

La ola iliberal se expande a empresas y medios de comunicación. Y ello en un país que siempre ha llevado a gala la Primera Enmienda de la Constitución, que protege la libertad de expresión, de prensa, de reunión y de culto. La Fundación para los Derechos y la Expresión Individuales (FIRE) nació en 1999 para defender la libertad de expresión en los campus y ha ampliado su actividad a otros ámbitos.

Su presidente, Greg Lukianoff, conversa con el politólogo Yascha Mounk sobre el estado de la libertad de expresión en Estados Unidos.

YASCHA MOUNK. ¿Por qué cree que la amenaza a nuestra capacidad de hablar libremente en la esfera pública es tan grave en este momento?

GREG LUKIANOFF. Fundamos FIRE con el foco puesto en las universidades, donde la libertad académica y la libertad de expresión habían comenzado a erosionarse en los años 90.

Pero la guerra cultural empeoró mucho a partir de 2020, no sÓlo en los campus, también en el mundo empresarial, en el periodismo, en la enseñanza primaria, en los poderes locales y estatales, con amenazas tanto de la derecha como de la izquierda… A partir de 2014 se ha disparado el número de personas sancionadas o despedidas por un derecho de expresión protegido por la Primera Enmienda.

Y. M. Un argumento que escucho a menudo es que quienes defendemos la libertad de expresión somos en realidad conservadores encubiertos que estamos tratando de promover una agenda de derechas o simplemente queremos ofender impunemente. ¿Qué es una opinión legítima frente a una mala conducta o un acoso?

G. L. Trazar la línea es mucho más fácil cuando aplicas las pautas que marca la Primera Enmienda. Que un profesor grite o insulte a un estudiante por su raza es una conducta poco profesional, pero también es acoso racial y comportamiento discriminatorio grave.

La mayor parte de los casos que vemos en FIRE son personas que se meten en problemas simplemente por expresar una opinión o una hipótesis, o por publicar un artículo de investigación. Lo normal hasta ahora era que un artículo publicado suscitara críticas o respuestas. Ahora los retiran a un ritmo preocupante.

La represalia contra Carole Hooven, profesora de Biología Evolutiva en Harvard, por argumentar que el sexo biológico exist era inimaginable hace 10 años. Ni el escrache que los estudiantes le hicieron en Stanford a un juez conservador designado por Trump.

Y. M. Los críticos de la libertad de expresión, como Stanley Fish, sostienen que los límites que la regulan son arbitrarios y defienden los intereses de la clase dominante. Yo no estoy de acuerdo. Creo que la distinción entre la libertad de expresión legítima y el acoso en las aulas, por ejemplo, no es arbitraria.

G. L. Te refieres al libro de Stanley Fish, No existe la libertad de expresión y eso es bueno (1994), que dicho sea de paso, provoca cierto bochorno, porque sostiene que como no hay una libertad de expresión absoluta, y que los límites o excepciones son arbitrarios y benefician a los poderosos, entonces la libertad de expresión no existe y hay que reemplazarla por otra cosa.

No es un buen argumento. Las amenazas, el acoso y la difamación no están amparadas por la Primera Enmienda. A veces hace falta un fallo judicial para delimitar esos parámetros. Pero lo básico es que la libre opinión es el principio más protegido, como manifestación de la libertad de expresión.

Y. M. Hay un problema filosófico con el argumento de Fish, que malinterpreta la paradoja sorites de los antiguos griegos. Es muy difícil saber cuándo alguien pasa de tener pelo a quedarse calvo, porque perder un cabello no marca la diferencia. Es un límite arbitrario. Pero sería una inferencia extraña decir que no existen los calvos ni las personas con cabellera abundante.

G. L. Basta ver la historia del poder y su relación con la libertad de expresión. Antes de que existieran las democracias, a los ricos y poderosos les iba bastante bien. Se protegían.

Pero también se protegen cuando llegan las democracias. Los poderosos siguen siendo poderosos, solo que, además, en este caso, la mayoría que vota también es poderosa. Quienes en una democracia necesitan que se proteja la libertad de expresión son aquellos que incomodan a las élites y también a la mayoría (o, lo peor de todo, los que tienen problemas con ambos).

No es casual que los movimientos por los derechos de la mujer o por los derechos civiles, que se remontan al siglo XIX, o por los derechos de los homosexuales más tarde, sólo pudieran despegar cuando se dio una interpretación amplia y firme del derecho a la libertad de expresión de la Primera Enmienda.

Pero eso no lo oirás en la universidad: ahí se dice que la libertad de expresión beneficia a los poderosos. Y creo que se debe a que las universidades y sus alumnos no quieren asumir que ellos mismos son un círculo de poder, riqueza e influencia.

Y. M. Si realmente creen que EEUU es un lugar tan injusto, entonces más motivos tienen para abrazar la libertad de expresión, de forma que los grupos oprimidos se dejen oír…

G. L. Creemos que el poder va a proteger a las minorías, pero eso no pasa en la universidad. En FIRE estamos preparando un libro con los datos sobre las cancelaciones de profesores: la cantidad de los que han perdido sus empleos desde 2014 es increíble.

Probablemente llegaremos a los mil expedientes, de los que 180, el 18%, resultaron en el despido y el 60% en otros castigos. Durante la caza de brujas macartista, de 1947 a 1957, se despidió a entre 100 y 250 profesores, según las estimaciones que pudimos encontrar. Pero ahí intervenían fuerzas externas a la universidad.

No hay registro de profesores expulsados por estudiantes. Ese es un cambio importante. Y es interesante ver cómo reaccionan los que niegan que esto esté sucediendo cuando les digo que el 40% de los casos son cancelaciones de la derecha.

Y. M. Mi teoría es que sólo puede presionarte la parte del espectro político que predomina en tu entorno social o profesional. Cuando ofendí a seguidores de Donald Trump recibí algunos correos desagradables, pero nunca me sentí amenazado profesionalmente.

Al revés: era algo que me otorgaba estatus en mi universidad o en mi entorno. En cambio, cuando ofendo a colegas, que probablemente son de izquierda, me pregunto si me estoy jugando el puesto. Entonces, si enseñas en una universidad de la Ivy League o en una selecta facultad de artes liberales, la preocupación es que la izquierda te cancele.

Y si enseñas en un colegio religioso o en una universidad estatal en Tejas o algún otro Estado profundamente republicano, tienes que preocuparse por los intentos de cancelación de la derecha. ¿Es así?

G. L. Se acerca mucho. Si miras las diez mejores escuelas del país, las denuncias de la izquierda tienen muchas más posibilidades de prosperar. Un 75% terminan en despido o en castigo, desde apertura de expedientes y suspensiones hasta tener que asistir a «cursos de capacitación ideológica» o que te censuren tu trabajo o tu plan de estudios.

Cuando la denuncia viene de la derecha, la posibilidad de castigo se reduce a menos de la mitad. Y, como sospechabas, si estás en una universidad elitista, es mucho más probable que te metas en problemas con la izquierda. La casuística de las cancelaciones en los campus es espeluznante, pero también fascinante.

En Massachusetts, el Babson College despidió a un profesor por tuitear una broma a raíz de la amenaza de Trump de bombardear sitios históricos en Irán en caso de guerra.

El profesor escribió: «Estimado ayatolá: aquí hay algunos sitios culturales que podrías atacar: la residencia Kardashian, el Mall of America». Y el MIT canceló una charla de Dorian Abbot sobre exoplanetas porque había criticado en un artículo que las universidades fijaran cuotas de admisión por raza, en lugar de hacerlo por mérito.

Y. M. Antes todo el mundo admitía la importancia de la libertad de expresión, al menos de boquilla. Hoy la gente niega su valor.

En la derecha se ha llegado a la conclusión de que la izquierda tiene un dominio tan aplastante en los medios, la educación superior y otras instituciones culturales en EEUU que no basta con luchar por algún espacio para que los conservadores puedan expresarse, sino que hay que impulsar una especie de revolución cultural.

Y algunos Estados republicanos, como Florida, están usando mecanismos coercitivos para censurar las opiniones de la izquierda. ¿Qué está haciendo FIRE para contrarrestarlo?

G. L. Algunos Congresos estatales están emitiendo leyes contra iniciativas «divisivas» del wokismo, contra la Teoría Crítica Racial, que atacan la libertad de expresión y la libertad académica. Los peores casos se dan en Florida.

Las autoridades tienen voz en los planes de estudios de la educación primaria, pero no en la educación superior. FIRE denunció, y consiguió revocar, las leyes Stop Woke del gobernador Ron DeSantis, que fijaban textualmente «los temas que no se pueden promover en la educación superior».

Y. M. ¿Qué podemos hacer, colectivamente, para reconstruir una auténtica libertad de expresión en Estados Unidos?

G. L. Lo más importante es resucitar los hábitos de una sociedad libre y una cultura de libertad de expresión. Y digo resucitar porque los que crecimos hace décadas tenemos interiorizados dichos muy simples que plasman el significado de vivir en una democracia, plural y libre: «todos tienen derecho a su propia opinión», «este es un país libre, «antes de juzgar a alguien, camina un kilómetro en sus zapatos»…

Sería bueno repetir estas cosas. El segundo paso es cambiar la terrible forma en la que discutimos, luchar contra los argumentos basura. Tener una posición política no significa estar equivocado. Nunca llegaremos a resolver nuestros problemas a menos que recuperemos algunos de los hábitos que realmente nos ayudan a llegar a la verdad.

Eso requiere valentía individual en algunos casos. Pero todas nuestras encuestas nos muestran que la mayoría de los estadounidenses -de derecha, izquierda o centro; blancos o negros- defienden la libertad de expresión. Así que creo que hay un deseo reprimido de volver a la idea de que todo el mundo tiene derecho a tener su opinión. ¿Podremos al menos estar todos de acuerdo en eso? Espero que sí.

Pódcast y conversación publicados en la página web ‘Persuasion’ . Traducción de Maite Rico.

YASCHA MOUNK

(Múnich, 1982) Escritor y académico, es experto en el auge de los populismos y la crisis de la democracia liberal. Es director del diario ‘Die Zeit’ y profesor en la Universidad Johns Hopkins.

Su libro más reciente es ‘The Identity Trap’ (Random House), sobre los peligros que entraña abandonar el humanismo universalista

GREG LUKIANOFF

(Nueva York, 1974). Abogado y periodista, preside la Fundación para los Derechos y la Expresión Individuales (FIRE) y escribió, con Jonathan Haidt, ‘La transforma-ción de la mente moderna’ (Deusto). Acaba de publicar ‘The Canceling of the American Mind’ (Simon & Schuster)

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El alma enferma del Congreso
JM Nieto [España, 1973]

El alma enferma del Congreso

Luis María Cazorla Prieto en ABC, 031123

«Se habla de alma de las personas, de los pueblos, de los animales, de los ríos, de las montañas, de las obras de arte. Todo lo que tiene vida tiene alma», escribe agudamente el filósofo Manuel Freijó. El Congreso de los Diputados arrastra su alma enferma cuando desarrolla hoy su vida institucional, política y representativa.

El espíritu y el estilo son componentes esenciales del alma parlamentaria. Son exigibles a toda institución de esta naturaleza que aspire a desempeñar adecuadamente sus cruciales funciones. Un determinado espíritu debe impregnar la actividad parlamentaria y rodear todo lo que se haga en la Cámara y a los que lo hagan, aunque no se corporeice en textos políticos o jurídicos.

Adentrémonos en su contenido. Es elemento fundamental del buen espíritu parlamentario que los miembros de las Cámaras sean conscientes de dónde están y de la importancia capital de lo que protagonizan.

Las sesiones del Congreso de los Diputados no son reuniones de asambleas de estudiantes ni de cualquier órgano representativo que no tenga el alcance de las funciones de esta institución, pues y entre otras cosas, al pisar el palacio de la Carrera de San Jerónimo, se entra en la casa de la soberanía.

Me parece acertado que se les llene la boca a ciertos parlamentarios alegando que, gracias a sus intervenciones, entra la realidad de la calle en la Cámara; bien está esto, pero tal proceder debe adaptarse a la dignidad y altura que el espíritu parlamentario reclama.

La consciencia a la que las líneas anteriores aluden reclama la alteridad que tan poco gusta a los populismos sean de derechas o de izquierdas. Reclama tener presente que todo parlamentario, por muy alejado que esté de la ideología y del propio grupo, representa la soberanía nacional que reside en el pueblo español del que emanan todos los poderes del Estado, como señala el artículo 1.2 de la Constitución.

El espíritu, en suma, es la sustancia del alma parlamentaria y en su versión buena impide interpretaciones de las normas reglamentarias meramente formales o abusivas que choquen con la representatividad, la transparencia, la publicidad y la participación de todos los miembros de la Cámara en las tareas parlamentarias.

A su vez, el estilo es el complemento del espíritu y ambos son piezas básicas del alma parlamentaria. El buen estilo parlamentario va mucho más allá de lo que una norma escrita pueda decir. Debe empapar las relaciones entre diputados tanto individualmente considerados como integrantes de un grupo y, por encima de que se plasme o no en regla escrita, se debe respirar en la Cámara y presidir estas relaciones.

El buen estilo parlamentario impone que, por hondas e insalvables que puedan ser las diferencias políticas, se manifiesten con el debido decoro y respeto hacia el rival. Los insultos, los gestos despreciativos, el estruendoso grito descalificador, las faltas de respeto, por poner solo algunos de los muchos ejemplos posibles, dañan gravemente el estilo que reclama la buena salud del alma de la Cámara.

El buen estilo va mucho más allá de la mera cortesía, conforma el caparazón del espíritu parlamentario, guarda una estrecha conexión con éste y ayuda mucho al buen funcionamiento de la Cámara y, a la postre, a la salud democrática de nuestro sistema político.

El alma del Congreso de los Diputados está enferma por el deterioro que aqueja a su espíritu y por el deficiente estilo parlamentario que predomina en él. El fenómeno viene desgraciadamente de lejos, y, en mayor o menor medida, son muchos y variados los causantes, aunque se ha acentuado en la última legislatura.

El mal ambiente general y la utilización abusiva de los procedimientos parlamentarios en materias capitales como la tributaria y la penal han contribuido al desprestigio de los diputados individualmente considerados y de la Cámara como institución, y, a la postre, del sistema democrático.

En esta lamentable etapa, ya en la última fase de mis muchos años al servicio del Congreso, me refugié en la Comisión de Defensa en donde, gracias a la presidencia de José Antonio Bermúdez de Castro y de Ignacio Echániz y al buen trabajo de los portavoces, entre los que, obligado por razones de espacio, solo menciono a Zaida Cantera y a Fernando Gutiérrez Díaz de Otazu, los de los grupos más numerosos, reinaron el buen espíritu y estilo con buen fruto para las tareas parlamentarias.

En la primera fase de una nueva legislatura creo que no es ocioso preguntarse si la enfermedad que daña el alma del Congreso de los Diputados es mortal o es curable, aunque sea a costa de mucho esfuerzo.

Si anclamos la mirada en los valores democráticos encauzados a través de un sistema parlamentario representativo y se sopesa lo que he apuntado en las líneas precedentes, la enfermedad que aqueja a lo que, quizá con demasiado lirismo, llamo alma parlamentaria es grave, incluso muy grave, aunque sea todavía curable si se ponen los medios para ello.

Dada la importancia de lo que escribo, hay que exigir a los que puedan atajar esta enfermedad que se pongan a ello. De no ser así, el deterioro de un cimiento esencial del sistema democrático español acabaría siendo irreparable y la enfermedad del alma parlamentaria incurable.

Los que han de impulsar esta tarea antes de que sea demasiado tarde y sin excluir a los demás son principalmente los dos partidos sobre los que se sustenta en buena medida nuestro sistema político y sus respectivos grupos parlamentarios. El primer paso podría ser un «pacto o acuerdo de pasillo», sin ninguna formalización escrita o escenificada de rebajar la tensión, disminuir la agresividad y aumentar la tolerancia mutua.

Sin ser exhaustivo, otros pasos en el camino de recuperar la salud del alma parlamentaria podrían consistir en reforzar con hechos concretos y actitudes generales el papel institucional de la Presidencia del Congreso de los Diputados, incluso incrementando sus facultades disciplinarias, y en poner freno a la adulteración y utilización indebida de ciertos procedimientos, sobre todo legislativos.

Si alguno o ninguno de los dos partidos con representación más numerosa no se presta o no se prestan a través de sus grupos a iniciar la curación del alma de la Cámara será o serán responsables de haber contribuido al vaciamiento del sistema democrático español y habrá o habrán incurrido en una notable responsabilidad presente e histórica.

En la legislatura que balbucea deben darse pasos decisivos en la mejora de la vida parlamentaria. Si no es así, el alma del Congreso de los Diputados podría caer en manos de una enfermedad letal y el sistema democrático resultar seriamente dañado.

Luis María Cazorla Prieto fue secretario general del Congreso de los Diputados y letrado mayor de las Cortes Generales.

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Matthew Perry y la soledad de la adicción
Fotoilustración por The New York Times

Matthew Perry y la soledad de la adicción

ace mucho tiempo, me mantuve horas sin dormir, aterrorizada de que fueran las últimas que me quedaran en el mundo. Me había comprometido a dejar la cocaína, que fue mi segunda adicción; la primera, que duró años, fue a las anfetaminas. Estaba intentando limpiar mi organismo y estar sana.

Pero entonces me llamó un amigo con el que había consumido cocaína de manera habitual y que siempre la tenía a la mano. Esa noche oscura, caí en el terreno conocido de las líneas blancas sobre el espejo y un corazón que late demasiado deprisa. Latía tan fuerte, tan rápido, tan desbocado, que estaba segura de que ni él ni yo sobreviviríamos.

Consideré el hecho de haber sobrevivido como una especie de milagro. Sería una historia linda y pulcra si dijera que nunca volví a consumir drogas. Pero la adicción nunca es linda y pulcra. Volví a tratar de poner orden en mi vida y, la verdad, solo recaí un par de veces después de eso, y nunca de manera tan grave como esa noche que pensé que sería la última.

No pienso en esos días con frecuencia, pero con la muerte de Matthew Perry los recuerdos han vuelto por lo franco que fue sobre su propia adicción. Quiero decirles algo sobre la adicción: no importa quién sea ni a qué sustancia esté enganchada esa persona, la soledad es la causa.

Por alguna razón —y no tengo ninguna teoría de por qué—, hay quienes nos sentimos aislados en este mundo, como si todos los demás tuvieran alguna fórmula secreta para llevarse bien, para encajar, y nadie nunca nos la hubiera compartido. Esa soledad reside en lo más profundo de nuestro ser, en nuestra esencia, y no importa cuánta gente intente ayudarnos, cuántos amigos nos tiendan la mano, nos apoyen, vengan a vernos, jamás desaparece del todo.

Es enorme y sombría y también forma parte de lo que somos. Algo ocurre cuando descubrimos una droga o el alcohol: de repente tenemos un compañero que nos toma de la mano, nos comprende, nos hace sentir que encajamos, que podemos formar parte del club. Está con nosotros en las horas vacías, cuando parece que nadie más nos acompaña.

“Nadie quería ser famoso más que yo”, dijo Perry en el Festival del Libro de Los Angeles Times en abril. Pero añadió: “La fama no logra lo que crees”. Recuerdo oírlo decir eso y pensar: “Es cierto, no penetra esa soledad”. Me pregunto si alguna vez se dio cuenta de lo valiente que fue al superar su dolor y perfeccionar un talento que haría reír a la gente.

Él descubrió el alcohol a los 14 años. Yo tenía 16 cuando descubrí las anfetaminas, y sentí que había conocido a mi mejor amigo. De pronto me sentí más animada, más divertida; ya no era la chica tímida y miope que se sentía incómoda con la gente. Para entender a un adicto, hay que apreciar esa compañía, esa necesidad de recurrir a lo que no te juzgará, sino que, por el contrario, parecerá transformarte en quien deseas ser.

Perry habló sobre sentirse solo. Escribió sobre ello en su libro Amigos, amantes y aquello tan terrible, y habló de eso en el contexto de anhelar una relación. Me preguntaba si él sabía que ni siquiera la alegría y la satisfacción de una relación llenan ese espacio inseguro que algunos llevamos dentro.

Cuando dejé las drogas, tuve que aceptar que eso formaba parte de mí; no tenía que arreglarlo ni intentar borrarlo. De todos modos, eso no había funcionado. Había seguido las líneas blancas de la coca hasta volver a ser quien era: la persona que sentía que necesitaba consumir drogas para vivir.

Puede que nunca sepamos cuál era el estado emocional de Matthew Perry en el momento de su muerte. ¿Habría asumido el hecho de que la fama hacía que la adicción fuera mucho más difícil de soportar, pero también le permitía ayudar a los demás, a través del relato de su propio viaje y de la residencia adaptada para vivir sobrio que creó?

“Lo mejor de mí, sin excepción, es que, si alguien viene y me dice: ‘No puedo dejar de beber, ¿puedes ayudarme?’, puedo decir: ‘Sí’ y de verdad hacerlo”, dijo en el pódcast Q with Tom Power.

Desnudó sus heridas, sus luchas, su complicada relación con las drogas y el alcohol.

Eso es lo mejor que podemos hacer en la vida: ser sinceros y esperar que esas verdades se conviertan en faros para otra persona en su deambular por la oscuridad. Mi mayor esperanza es que él supiera que había cumplido su deseo.

Patti Davis, hija del presidente estadounidense Ronald Reagan, es autora, entre otros libros, de Floating in the Deep End: How Caregivers Can See Beyond Alzheimer’s.

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 Cristian Campos en El Español, 031123

1.No, no será un gobierno corto. Agotará la legislatura.

2. No, no va a ser inocuo. Tendrá consecuencias en la economía y en la convivencia.

3. No, no ganaremos nada a cambio. Perderemos libertad e igualdad.

4. No, no estamos a tiempo de volver atrás. Hemos superado ya el punto de retorno. No volveremos a los años 90 y no habrá un pacto de Estado entre PP y PSOE.

5. No, no es una exageración comparar 2023 con 1936. Son los mismos partidos con los mismos objetivos. La comparación es legítima y nadie honesto intelectualmente puede negar los patrones.

6. No, la Unión Europea no hará nada. Sánchez es de izquierdas y la izquierda es ontológicamente incapaz de degradar la democracia. Haga lo que haga, la mejora.

7. No, las instituciones españolas no tienen capacidad para frenar a Pedro Sánchez. El camino «de la ley a la ley» es de doble sentido.

8. No, el Estado de derecho tampoco frenará nada. El Derecho no es la ley, sino lo que deciden los jueces. Y más concretamente el Tribunal Constitucional.

9. Y no, tampoco el Tribunal Constitucional lo frenará. Porque no es un órgano jurídico, sino político, y actuará como tal. En beneficio del PSOE.

10. No, no sirve de nada manifestarse. Es más, es contraproducente.

11. No, tampoco sirve de nada no manifestarse. Es más, es contraproducente.

12. No, no hay ninguna contradicción entre las dos frases anteriores. Sólo hace falta controlar el relato como lo controla el PSOE.

13. No, las apelaciones a la Constitución y al Estado de derecho tampoco sirven de nada. Son abstracciones con las que ningún ciudadano empatizará jamás más allá de los pequeños círculos de esa intelectualidad que ve pasar la historia como las vacas los trenes mercancías.

14. No, el PP no es consciente de lo que está ocurriendo. Nunca lo es.

15. No, ningún político español es la solución a nada. Nunca lo son.

16. No, la democracia no es esto. A no ser que estiremos el concepto hasta ese punto donde sus presupuestos elementales pierden toda su coherencia interna.

17. No, este PSOE no habría aprobado la Constitución. Por supuesto que no la habría aprobado.

18. No, tampoco la habrían aprobado sus socios. Su proyecto es la violencia política contra la mitad de los españoles.

19. No, el PSOE no es ya un partido constitucionalista. Constitucional, desde luego. Constitucionalista, bajo ningún concepto.

20. No, no va a haber ninguna rebelión en el PSOE. Los expectorantes hace tiempo que se convirtieron en placebos en Ferraz.

21. No, nada cambiará si el PP llega al Gobierno. Su proyecto es el del PSOE, con diez años de retraso.

22. No, el poder territorial del PP no frenará nada. El poder territorial no es poder.

23. No, el Senado tampoco frenará nada. Es una cámara muerta.

24. Sí, sí habrá un referéndum de independencia. Se recurrirá al ejemplo escocés, Sánchez «se verá obligado» a ello por «convicción democrática» y la UE lo apoyará.

25. Sí, sí se va a intentar derrocar la monarquía. Lo harán una vez se consagre el nuevo estatus jurídico federal de Cataluña y el País Vasco.

26. Sí, el PSOE sí está diseñando un régimen que dificulte hasta lo imposible la alternativa política. Y no, el PP no cambiará la ley electoral.

27. Sí, sí se está dividiendo a los ciudadanos en españoles de primera y de segunda. La paradoja es que más españoles de segunda han votado seguir siendo de segunda que votantes de primera han votado seguir siendo de primera.

28. Sí, el PSOE de Pedro Sánchez sí es el PSOE. No hay «otro» PSOE.

29. Sí, España sí va a convertirse en la Argentina de la Unión Europea. Cualquiera que conozca Argentina reconoce las señales. Están por doquier.

30. Sí, sí seremos cada vez más pobres, más pequeños y más amargos. También lo será la UE.

31. Sí, sí tenemos un problema con nuestra clase política. Grave.

32. No, Pedro Sánchez no tiene líneas rojas.

33. No, no es una hipérbole hablar de autocracia. Si todo esto lo hubiera hecho Feijóo, hace tiempo que el término sería de uso cotidiano en los medios.

[Autocracia: según la RAE, «forma de gobierno en la cual la voluntad de una sola persona es la suprema ley»].

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Vídeos
El plan de jueces y fiscales para cortar la amnistía de Sánchez. Carlos Cuesta
habla sobre la posibilidad de que se pueda parar la amnistía con Carmelo Jordá y Miguel Ángel Pérez. 031123

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Música de Diana.

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«»«Nein, meine Söhne geb’ ich nicht«» [1987], tema compuesto por Reinhard Mey e nterpretado por el mismo con sus amigos [Eric Burton / B. Deutung / Eric Fish / Esther Jung / Seraphina Kalze / Leichtmatrose / Holly Loose / Reinhard Mey / Silke Meyer / Katja Moslehner / Daniel Schulz / Moira Serfling / Ally Storch / Luci Van Org / Joachim Witt], de su álbum homónimo. Vía Diana Lobos, 031123.

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Humor
Amnistía, el eufemismo
Puebla [el sacapuntas]

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8 pensamientos sobre “Anglofilia obtusa”

  1. Anónimo dijo:

    Ruth Carbonell:

    Los anglicismos se imponen por representar el progreso técnico/robótico, el que nos ha caído encima y de sopetón. El español, sin embargo, encarna lo tradicional, lo que muchos echamos ya de menos. La vanguardia es la inteligencia artificial, que no es inteligencia alguna, pero está presente en nuestra vida cotidiana y se cocina con apellidos ingleses. Es lo que hay, todo lo que prolifera por facilitar la nueva vida, se pone de moda; sin embargo, lo pasado, pasado está, y sólo los que respetan sus tradiciones e historia y se enorgullecen de ella, evitan utilizar expresiones y giros del exterior. Como dice Trapiello, nuestros refranes no son filosofía pura, pero son la filosofía de los pobres, o sea, el vulgo, el pueblo soberano.

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  2. Anónimo dijo:

    Sánchez se aprende la definición de autogolpe del jurista Hans Kelsen (reformar la constitución por vías distintas a la que ella prevee) y la pone en práctica con carácter urgente.

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  3. Anónimo dijo:

    Emilio Galindo:
    El tráfico de personas se ha institucionalizado a través de múltiples ONG que viven de los dineros transferidos indirectamente del FMI y que nuestro gobierno adora. Es un negocio descarado y que sólo beneficia a los que necesitan mano de obra barata y a los que hacen el trabajo sucio para ellos. <aunque la mona se vista de seda, mona se queda.

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  4. Anónimo dijo:

    Baterías y teléfonos:

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  5. Anónimo dijo:

    Documento audiovisual de la «batalla» de Urquinaona y la ignominia de Sánchez:

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  6. Anónimo dijo:

  7. Anónimo dijo:

    De Javier Basaste:

    LA COSA SE PONE SERIA

    En la concentración de ayer ante la sede del PSOE en Madrid, la gente llama “masón” y exige al Rey que actúe: “Felipe, masón, defiende tu nación».

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  8. Anónimo dijo:

    El neoliberalismo lo que hace es transformar una gran crisis capitalista como la actual y dar un paso más, con un capitalismo de élite (tecnocapitalismo), mientras que al resto de la población la convierten en los nuevos esclavos de la sociedad contemporánea.

    Informe sobre la agenda 2030: propuesta general de actuación

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