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El Gobierno bajará del 21% al 4% el IVA de la prensa y libros ...

Revista de de opinión en prensa

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Kant
Estatua de Kant en la universidad de Kaliningrado, antes Konigsberg, en Rusia.GABRIELE THIELMANN (ALAMY/CORDON PRESS)

El Kant nuestro de cada día

Sin el legado de Platón, Descartes o Maquiavelo, expresiones como “amor platónico”, “mente cartesiana” o “plan maquiavélico” no existirían. Sin la filosofía de Immanuel Kant, tampoco algunas palabras serían lo que son.

El de Kant es uno de los nombres que más respeto infunden cuando se estudia filosofía. Su lenguaje no lo pone fácil. Pero me aventuraría a decir que sin su obra palabras como a priori, imperativo o sublime no serían tan habituales en nuestro vocabulario.

Recuerdo que en un examen de filosofía de COU (hoy bachillerato) nos pidieron explicar la teoría de los juicios de la Crítica de la razón pura. Al salir, alguien me preguntó qué tal había ido, a lo que respondí que a priori bien. En realidad no había salido tan airoso del envite. Había aludido a la diferencia entre juicios analíticos y sintéticos, pero no a su modalidad a priori y a posteriori. Era paradójico: estaba claro que no dominaba bien la teoría kantiana de los juicios, pero al mismo tiempo sabía perfectamente qué implicaba que algo fuera a priori.

Para el filósofo de Königsberg a priori significa independiente de la experiencia, por eso yo creía que el examen me había ido bien. En ese momento todavía no había cotejado los apuntes y comprobado que no había respondido todo lo que debía. Finalmente aprobé ese examen, pero ese día comprendí que si quería hacer bien las cosas tenía que aplicarme más.

Y así lo hice. Para el siguiente examen me conciencié de que tenía que estudiar con más tesón, ya que por entonces la filosofía se me atragantaba. Lo que no sabía es que tomar conciencia de una obligación o de un imperativo es precisamente el eje de la ética que se defiende en la Crítica de la razón práctica.

Un imperativo es un tiempo verbal que no admite discusión, igual que el imperativo categórico kantiano, que llama a la acción de una forma muy particular. Su mandato exige hacer las cosas conforme a la ley moral universal y, además, saber por qué se deben hacer así. En adelante mis exámenes de filosofía mejoraron ostensiblemente, aunque no llegaron a rozar lo sublime.

Sublime es, de estas tres, la palabra que menos utilizamos en un sentido propiamente kantiano, aunque el hecho de que la analizase tan detalladamente en su Crítica del juicio seguramente haya ayudado a difundir su uso. Cuando describimos un paisaje, una pieza musical o una obra de arte como “sublimes”, estamos indicando que se trata de una experiencia estética excepcional.

Pero Kant profundiza en una ambigüedad que ya se había formulado con anterioridad. En una experiencia sublime, puntualiza, uno se las tiene con una desbordante sensación en la que atracción y miedo se (con)funden. Lo sublime es una exposición a lo limítrofe que genera una gran conmoción, por eso no sabemos si quedarnos ahí o huir pavorosamente.

“Sublime” no es, ciertamente, una palabra filosóficamente diáfana, y a Kant se lo relaciona con la meticulosidad analítica y conceptual. Pero es que en el fondo ninguna palabra lo es. Por eso la filosofía se detiene tanto en sus recovecos. Las palabras buscan nombrar la vida, y si la vida es dinámica, ¿por qué no deberían serlo también nuestras palabras?

La vida es sutil, se muestra a la vez que se esconde, de ahí que nuestro lenguaje tenga que moverse principalmente en un mundo de metáforas y evocaciones. Solo cuando las palabras son capaces de combinar la audacia de querer decir con la humildad de aprender a callar, son palabras de vida.

Así que las palabras de la filosofía son vulnerables; esa es también su condición. Si la razón filosófica siempre está confrontada con sus propios límites, como apuntó Kant, es porque hacer filosofía significa, en esencia, explorar las dimensiones de esa finitud.

Miquel Seguró Mendlewicz es doctor en Filosofía y licenciado en Humanidades. Profesor de Filosofía, su último libro es Vulnerabilidad (Herder, 2021).

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Tribuna Padura 14 abril
Martín Elfman

Quién vivirá dentro de los libros?

Está llegando el tiempo en que, en lugar de personas, entre las páginas virtuales de la literatura deambulen algoritmos administrados y ordenados por máquinas

Leonardo Padura en El País, 140424

osé Saramago creía que los escritores vivían dentro de sus libros.

El premio Nobel portugués pensaba que, al tomar un libro en nuestras manos, debíamos pasar el dedo por el lomo con un gesto cómplice y luego abrirlo con cuidado, pues entre esas páginas impresas vivía el creador, con toda su sensibilidad, su inteligencia, acompañado por cada uno de los grandes y sutiles ingredientes que hacen que ese objeto, muchas veces maravilloso, esa obra concebida por su morador, sea única e irrepetible. Jugando con una concepción animista, Saramago aseguraba que en los estantes de su biblioteca vivía gente.

Un siglo y medio antes, Gustave Flaubert había sido atacado por los críticos de su momento pues había escogido como heroína de su novela Madame Bovary a una mujer adúltera. En su defensa, Flaubert argumentó que, a través de sus personajes, él “solo quería llegar al alma de las cosas”.

Más recientemente, Eugenio Fuentes, reflexionando sobre novelas, nos ha recordado que este “prodigioso género literario (…) desde el siglo XIX nos ha dicho de todas las formas posibles, en todos los lugares, de qué materia estamos hechos y ha mostrado, mejor que ningún otro (discurso), la infinita variedad de motivos, pasiones, grandezas, debilidades, humillaciones, ofensas, amores, odios de un millón de personajes, las pasiones que todo el mundo conoce y ha sentido”.

Como simple y común lector siempre sufro una sensación agobiante, que me agrede sin piedad, cuando entro en una biblioteca o en una librería bien surtida. Y es la incontestable certeza de que el tiempo de la vida no me alcanzará para conocer a tantas de las gentes que viven dentro de esos libros y merecerían que los conociera, y poder asomarme al vislumbre del alma de tantas cosas, a las pasiones de ese millón de personajes.

Y es que la experiencia de la lectura —y eso lo sabemos todos— es única e irrepetible no solo como placer estético o medio de aprendizaje, no solo como forma de apropiación de historias, personajes, de adquirir información de todo tipo, sino como medio para, conociendo a otros, conocernos mejor a nosotros mismos. Para vivir otras vidas.

Los escritores que habitan dentro de los libros dejan en esas páginas encuadernadas unas formas de ver la vida, de interpretar la realidad, que suelen ser el fruto de una necesidad expresiva y, también, de un deseo de comunicarnos una peculiar visión de un mundo. Y, si de literatura artística se trata, debe resultar un empeño por atrapar la densidad inconmensurable de los entresijos de la condición humana y, por añadidura, con la intención de manifestarlo con belleza. Tal vez por eso fue que Hemingway solía repetir que escribir (literatura), y hacerlo bien, nunca ha sido fácil.

Todo lo dicho hasta ahora puede parecer una sarta de verdades tan elementales que quizás hubiera resultado innecesario anotarlas. Pero he preferido hacerlo ante la explosión de una realidad en la que ya vivimos y amenaza con convertir en historia antigua la pretensión de Flaubert, la certeza de Hemingway e incluso la imagen poética de José Saramago sobre los libros. Porque está llegando el tiempo en que, en lugar de personas, entre las páginas virtuales de los libros, deambulen algoritmos administrados y ordenados por máquinas, una época en la que escribir sea muy fácil.

Todavía tengo la confianza de que una noticia que me ha alarmado sea falsa. Pero aun así pienso que debería ser comentada, pues su presunta falsedad bien podría ser pasajera. Y es que unas semanas atrás varios sitios de la web publicaron que Amazon, el mercado de todo lo vendible más grande del mundo, incluso propietario del espacio comercial más poderoso de venta de libros, anunció que, de los textos electrónicos autoeditados y escritos con las herramientas de la inteligencia artificial, solo admitiría poner en sus estantes un máximo de tres obras de un mismo autor. Tres obras cada día, añadía la información leída.

Aunque las cifras manejadas en la noticia son tan ridículas que podamos dudar de su veracidad, lo cierto es, en cualquier caso, que la avasallante llegada de la IA a nuestro mundo es ya una realidad en marcha. La creación de un instrumento como el ChatGPT para la redacción de textos se ha convertido en una herramienta de uso común en muy diversos escenarios .

En el ámbito académico, por ejemplo, su colaboración es cada vez mayor en la redacción de trabajos de clase y hasta de tesis de distintas categorías. En los sectores de la publicidad y los negocios, entre otros, su empleo es cada vez más recurrido y, al parecer, hasta muy eficiente pues permite ganar tiempo e, incluso, precisión en el manejo de datos.

Mientras, su utilización para la creación literaria puede estar cada vez más extendida y siendo aprovechada (algunos confiesan que parcialmente) incluso por escritores profesionales. Y nada de esto estaría mal si al uso de ese instrumento tecnológico nos acercáramos con los más elementales condicionamientos éticos.

Quiero dar por descontado que —al menos por ahora— la calidad artística de esas obras escritas con el auxilio de la IA debe resultar cuando menos dudosa y que, posiblemente, sus contenidos nunca puedan acercarse a las sutilezas de una literatura creada por un humano con pretensiones de llegar “al alma de las cosas”. También quisiera confiar en que los buenos lectores no se dejarán engañar con facilidad, aunque no todos los lectores son buenos, como tampoco los escritores, incluso si se valen de inteligencias ajenas.

Pero la sola existencia de una eventual avalancha de textos fabricados con herramientas digitales pone en peligro toda una concepción de la creación y la cultura que nos ha acompañado desde los tiempos de Homero, Heródoto y los redactores bíblicos que, por cierto, para escribir sus obras, contaron unos con la ayuda de las musas y otros con el apoyo de Dios, que supervisaba la redacción de su doctrina, puesta en manos de seres humanos.

Los más optimistas piensan que ningún instrumento creado por la inteligencia humana será capaz de superarla o sustituirla, y quizás tengan razón. En cambio, sin aventajar nuestras capacidades, ya esas herramientas de procesar, organizar y recrear información sí pueden suplantarnos en muchas manifestaciones y hacerlo con la oscura habilidad —también de origen humano— de poder o, al menos, pretender engañarnos, pues los plagiarios y creadores de supercherías son más antiguos que los ordenadores.

En un mercado tan caprichoso y lamentablemente mercantilizado como el del libro y la literatura, cada día resulta más difícil a los autores hacerse un espacio, encontrar lectores. El escritor que pretende serlo de veras debe luchar, por ejemplo, contra el fenómeno ya no tan reciente de los best sellers publicados por los influencers (o por sus amanuenses) y también contra la creciente presencia de libros con temas específicos escritos con estudios de mercado y encargados por editoriales que, incluso antes de estar escritas las obras consignadas, pueden llegar a premiarlas con generosidad monetaria.

Ese complejo panorama donde se mezclan lo artístico, lo mercantil y los avances tecnológicos nos asoma a una realidad en la que la literatura artificial puede provocar un verdadero cataclismo cultural.

Y, lo peor, es que todo parece indicar que no tenemos escudos para defendernos de ese ataque y salvar la existencia de esa gente, con pasiones y veleidades humanas, que hasta ahora hemos visto vivir dentro de los libros.

Leonardo Padura es escritor. Premio Princesa de Asturias de las Letras en 2015.

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El modelo chino de modernización
Javier Carbajo y Sara Rojo

El modelo chino de modernización

«Hoy en día, con China basándose en su modelo y Taiwán en el occidental, los resultados son radicalmente distintos: los ingresos taiwaneses están acortando distancias con Estados Unidos, mientras que China se queda cada vez más atrás. El estadounidense medio y el taiwanés medio disfrutan de rentas que siguen creciendo mucho más que la renta media en China, lo que amplía la brecha, a pesar de que China adoptó una economía más capitalista en 1980»

Bruce Bueno de Mesquita en ABC, 140424

La economía bruta de China ha crecido hasta convertirse en la segunda del mundo y millones de chinos han salido de la miseria. Xi Jinping atribuye el crecimiento económico de su país al «majestuoso poder de la construcción de la modernización al estilo chino» y propone el modelo de China como sustituto de las ideas occidentales de democracia y competencia de libre mercado.

La visión de Xi es una idea de estilo confuciano en la que los resultados económicos del país y el bienestar de la población dependen de la rectitud moral de un dictador benigno y no de las leyes y las instituciones… El daño potencial de este enfoque dictatorial de la modernización se ve magnificado por el hecho de que los gobiernos de al menos la mitad de la población mundial, incluidos los de India, Irán, Pakistán, Rusia y Arabia Saudí, lo han respaldado.

Con India, la única democracia del grupo, como excepción, estos países, al igual que China, han pasado décadas bajo dictadores represivos y sus economías han languidecido por detrás de las que siguen el modelo occidental. La afirmación de Xi de que China está superando al modelo occidental es sencillamente errónea.

Sí, el crecimiento económico de China ha mejorado drásticamente, pero las diferencias en las tasas de crecimiento son la métrica equivocada para comparar modelos o juzgar milagros económicos. Cuando el denominador –la renta del año pasado– empieza cerca de cero, incluso pequeños incrementos producen una gran tasa de crecimiento.

La comparación de las tasas de crecimiento entre circunstancias económicas de base radicalmente diferentes (el tamaño del denominador) ofrece una historia engañosa. Las tasas de crecimiento se ralentizan a medida que aumenta la renta; la verdadera cuestión es saber de quién es la renta per cápita absoluta que aumenta más rápidamente. Al fin y al cabo, el dinero en efectivo paga al tendero, ¡no las tasas de crecimiento!

No es de extrañar que la economía bruta de China haya ocupado el primer o segundo puesto (por detrás de India) casi ininterrumpidamente desde 1500: tener poblaciones enormes, como las de India y China durante siglos, prácticamente garantiza un primer puesto en términos brutos.

Caer al quinto puesto, como le ocurrió a China entre 1913 y 1978, supone un serio declive para un país que tiene una población mucho mayor que casi todos los demás. El descenso de China se debe a que algunos países menos poblados se democratizaron, lo que significa que sus dirigentes tuvieron que preocuparse por la reelección. Los cambios en los ingresos individuales tienen gran importancia para los votantes. De ahí que los dirigentes que siguen el modelo occidental se esfuercen más por mejorar la situación de sus votantes.

Los verdaderos milagros económicos tienen que ver con el crecimiento individual. La renta per cápita de China en 1960, en pleno Gobierno de Mao Zedong, era de sólo 238 dólares, según el Banco Mundial. En 2021 era de 11.188 dólares, un aumento de 47 veces. Aunque esto refleja una enorme tasa de crecimiento, debemos recordar que los grandes cambios porcentuales se consiguen fácilmente cuando el denominador (238 dólares) es pequeño.

Aparentemente, mucha gente cree que el rápido crecimiento de China ha reducido la diferencia de ingresos con Occidente, pero es justo lo contrario. Para ver cómo se comporta China, comparémosla con sus principales rivales: Estados Unidos y Taiwán.

La renta per cápita estadounidense era de 19.135 dólares en 1960. En 2021 era de 61.855 dólares, un aumento de casi 43.000 dólares. La renta media estadounidense creció 32.000 dólares más que la renta media china en esos años. Según el prestigioso proyecto Maddison (el Banco Mundial no informa sobre la renta de Taiwán), la renta media de los taiwaneses era de 2.157 dólares en 1960 y de 44.664 dólares en 2018 (último año disponible).

El taiwanés medio en 2018 ingresó 33.500 dólares más que el típico continental. Los ingresos estadounidenses y taiwaneses aumentaron cada uno mucho, mucho más que los ingresos chinos durante esos años.

Podemos analizar más a fondo cuánto mejor es el modelo occidental que el chino comparando los ingresos en Estados Unidos, Taiwán y China durante doscientos años, desde principios del siglo XIX. Por aquel entonces, las condiciones eran bastante equitativas. Los tres tenían rentas per cápita muy pequeñas.

En 1800, Estados Unidos era un remoto y pobre remanso. Unos años antes, las islas del Caribe (donde se producía azúcar que se exportaba a Europa) tenían una economía mayor que la de las colonias americanas juntas. Con la independencia, sin embargo, Estados Unidos empezó a abrazar la democracia y la competencia económica, reforzada por la cláusula de comercio de la Constitución. Su economía despegó y hacia 1860 la renta per cápita estadounidense era mucho mayor que la china.

En contraste con la experiencia de Estados Unidos, la economía per cápita de la isla de Taiwán fue aproximadamente la misma que la de China continental a lo largo del siglo XIX y hasta mediados del siglo XX. El Gobierno y la economía de Taiwán estuvieron controlados por la dinastía Qing desde finales del siglo XVII hasta 1895, cuando Taiwán fue entregada al Japón Imperial como parte de la resolución de la guerra chino-japonesa.

En 1945 fue devuelta al Gobierno continental. Tras la derrota del Kuomintang a manos de los revolucionarios comunistas chinos en 1949, los dirigentes derrotados huyeron a Taiwán y establecieron un Gobierno autocrático. Desde 1800 hasta la década de 1980, Taiwán, al igual que la China continental, no fue democrática. Tras la transformación de Taiwán en una democracia hacia 1987, su Gobierno siguió el modelo occidental, combinando la democracia con el capitalismo de libre mercado, y la economía taiwanesa despegó.

Hoy en día, con China basándose en su modelo y Taiwán en el occidental, los resultados son radicalmente distintos: los ingresos taiwaneses están acortando distancias con Estados Unidos, mientras que China se queda cada vez más atrás. El estadounidense medio y el taiwanés medio disfrutan de rentas que siguen creciendo mucho más que la renta media en China, lo que amplía la brecha, a pesar de que China adoptó una economía más capitalista en 1980.

De hecho, la comparación de los resultados económicos de Taiwán y China después de 1987 se aproxima a un experimento natural. Deng inició la modernización de China, Taiwán adoptó el modelo occidental, y Taiwán salió adelante. ¿Cuál ha sido entonces el verdadero milagro?

En la actualidad, la renta per cápita media del 10 por ciento de las democracias más desarrolladas es 2,8 veces superior a la media mundial, y esto es así al menos desde 1950. En las partes del mundo que no siguen el modelo occidental, la renta media es sólo el 71 por ciento de la media mundial, lo que supone un aumento insignificante respecto al 68 por ciento de los setenta años anteriores.

El milagro económico de China ha elevado su renta per cápita al 76 por ciento de la media mundial, apenas un 27 por ciento de la media alcanzada por el 10 por ciento de las democracias más prósperas. Para quienes buscan en China una alternativa al modelo occidental de competencia política y económica: ¡Cuidado con el comprador!

Bruce Bueno de Mesquita es politólogo y profesor en la Universidad de Nueva York.

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El efectivo no es el problema

La igualdad de oportunidades en España requiere, entre otras cuestiones, definir y establecer una red de efectivo como una Infraestructura Nacional Crítica, a través de la que se garantice un servicio universal de acceso al efectivo

María Crespo Garrido en El Debate, 140424

La sociedad digital, el frenético ritmo al que se vive en algunas ciudades, la comodidad, los meses de aislamiento del confinamiento vivido en 2020… y un largo etcétera han impulsado la generalización de los pagos electrónicos, poniendo en sordina los perjuicios de una posible desaparición del cash.

Si no fuera posible pagar en efectivo, es probable que los ciudadanos controláramos peor nuestros gastos. Si sólo se pudieran hacer compras de manera digital, la privacidad de nuestros hábitos de consumo desaparecería y los consumidores podrían ver monitorizadas todas sus preferencias, sin ser consultados.

Por otro lado, es obvio que, aunque no se pudiera pagar en efectivo, el fraude y el delito fiscal existirían. El propio Plan de Control Tributario 2024 centra la lucha contra el fraude en cuestiones que nada tienen que ver con billetes y monedas, como son la deslocalización de la residencia fiscal de personas físicas y jurídicas y los pagos virtuales, ya sea mediante criptomonedas o a través de pagos a distancia.

De las 31 páginas en las que se diseña en plan de control del fraude fiscal para 2024, sólo se dedican dos referencias a la identificación –de forma muy endeble–, de la economía sumergida con la utilización del cash. Sin que se pueda concluir que los pagos en efectivo son necesariamente un foco de economía sumergida, fundamentalmente porque existen mecanismos de control muy exhaustivos que alejan el fraude del pago con billetes.

En España, la identificación de billetes con el fraude fiscal es tanto como reconocer que las bolsas de fraude son de corto alcance, ya que la retirada de dinero está limitada a 1.000 euros. Y, por otra parte, la tutela administrativa española parece tratarnos como menores de edad, pues el límite español de retirada de efectivo dista considerablemente de los 10.000 euros que estableció el Consejo Europeo en el Reglamento contra el blanqueo de capitales.

Es la propia Agencia Tributaria, en su Plan de Control Tributario 2024, quien afirma que no hay razones objetivas para identificar necesariamente cash con fraude. De hecho, llaman su atención «aquellos sectores y modelos de negocio en los que se aprecie alto riesgo de existencia de economía sumergida, con especial atención al uso intensivo de efectivo o al empleo de métodos electrónicos de pago radicados en el extranjero que eviten las obligaciones de suministro de información». Es decir, el fraude se produce en multitud de sectores de actividad y se materializa a través de múltiples modos de pago.

La Hacienda Pública, en la era de la I. A. y del big data tiene suficientes mecanismos de control sin necesidad de cercenar las libertades de los ciudadanos. Las liquidaciones de IVA, las retenciones practicadas, la valoración de existencias finales, el cruce de información entre Administraciones, la firma de convenios multilaterales… son algunos de los medios de prevención del fraude, que no limitan las libertades individuales, ni invaden la intimidad de las personas.

Ninguno de los cinco pilares en los que se centra el Plan Estratégico 2024-27 de la Agencia Tributaria alude a que los pagos en efectivo son un foco de atención en la prevención del fraude. Y sí lo son, por ejemplo, las inexactitudes en los censos de sociedades mercantiles, la existencia de entidades interpuestas o territorialmente deslocalizadas, el control de aduanas, los flujos transfronterizos, la mejora de la educación cívico-tributaria, los grupos de empresas o la acumulación de patrimonios injustificados.

En definitiva, el Plan Tributario 2024 se refiere de manera colateral a la utilización del cash como una posible bolsa de fraude, mientras que el empleo de criptomonedas se muestra como un modo de pago opaco a todo tipo de controles, por su propia definición.

La posibilidad del uso del efectivo es una fuente de libertad, es una forma de garantizar la igualdad de oportunidades, sin discriminaciones por edad, por discapacidad o por el lugar de residencia. En la actualidad, según la encuesta elaborada por GAD3 para la Plataforma Denaria, el 60 por ciento de las personas dicen tener dificultades para conseguir dinero en efectivo, y el 30 por ciento de quienes viven en el ámbito rural dicen tener problemas para encontrar un cajero.

Mientras que en el Reino Unido la FCA (Financial Conduct Authority) ha propuesto nuevas reglas para mantener un acceso al efectivo razonable para clientes, personas físicas y empresas, aunque el 95,1 por ciento de los británicos encuentran un cajero a menos de una milla y el 99,7 por ciento cuentan con un punto de retirada de efectivo a menos de tres millas.

La igualdad de oportunidades en España requiere, entre otras cuestiones, definir y establecer una red de efectivo como una Infraestructura Nacional Crítica, a través de la que se garantice un servicio universal de acceso al efectivo, similar al que se existe en la energía, las telecomunicaciones o los servicios de internet.

En definitiva, las crecientes dificultades para formalizar los pagos en efectivo, la práctica inexistencia de consecuencias si no se permite pagar por este medio, la creciente dependencia de los sistemas informáticos de pago, la cesión de datos y la pérdida de la privacidad en las decisiones diarias de consumo, son alguno de los ejemplos de la fábula de la rana cocida. Si permitimos que el efectivo desaparezca, la lenta pero constante insensibilidad a esta cesión de derechos nos convierte en esclavos de un único medio de pago que, como todo monopolio, es lesivo para los intereses de los consumidores.

María Crespo Garrido es profesora titular de Hacienda Pública en el Departamento de Economía y Dirección de Empresas de la Universidad de Alcalá.

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Drones lined up in a large hangar with green, white and red banners hanging from the roof and screens with the Iranian flag visible.
Modelos de drones en una exposición de la industria de defensa iraní celebrada en Teherán el año pasado. Teherán ansía crear un importante negocio de exportación con sus drones.Credit…Atta Kenare/Agence France-Presse — Getty Images

Lo que sabemos sobre las capacidades militares de Irán

El enfrentamiento militar directo entre Irán e Israel ha generado un nuevo interés en las fuerzas armadas iraníes.

Farnaz Fassihi en The New York Times, 150424

El inicio de un enfrentamiento militar directo entre Irán e Israel ha generado nueva atención en las fuerzas armadas iraníes. A principios de este mes, Israel atacó un edificio del complejo diplomático iraní en Damasco, la capital siria, en donde murieron siete altos mandos y militares iraníes.

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Irán prometió tomar represalias, y así lo hizo unas dos semanas después, iniciando el sábado un amplio ataque aéreo contra Israel en el que participaron cientos de aviones no tripulados y misiles dirigidos contra objetivos dentro de Israel y del territorio que controla.

Aquí un vistazo al ejército iraní y sus capacidades.

Funcionarios israelíes han dicho que responderían a cualquier ataque de Irán con un contraataque, lo que podría provocar nuevas represalias de Irán y, posiblemente, extenderse a una guerra regional más amplia. Existe incluso la posibilidad de que un conflicto de ese tipo lleve a Estados Unidos a participar, aunque Washington ha dejado claro que no tuvo nada que ver con el ataque en Damasco.

Los analistas afirman que los adversarios de Irán, principalmente Estados Unidos e Israel, han evitado durante décadas los ataques militares directos contra Irán, al no querer enredarse con el complejo aparato militar de Teherán. En su lugar, Israel e Irán han mantenido una larga guerra en la sombra mediante ataques aéreos, marítimos, terrestres y cibernéticos, e Israel ha atacado de forma encubierta instalaciones militares y nucleares dentro de Irán y ha matado a comandantes y científicos.

“Hay una razón por la que Irán no ha sido golpeado”, dijo Afshon Ostovar, profesor asociado de asuntos de seguridad nacional en la Escuela de Posgrado Naval y experto en el ejército de Irán. “No es que los adversarios de Irán teman a Irán. Es que se dan cuenta de que cualquier guerra contra Irán es una guerra muy seria”.

Las fuerzas armadas iraníes se encuentran entre las mayores de Medio Oriente, con al menos 580.000 efectivos en servicio activo y unos 200.000 efectivos de reserva entrenados, repartidos entre el ejército tradicional y el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica, según una evaluación anual realizada el año pasado por el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos.

El ejército y la guardia tienen fuerzas terrestres, aéreas y navales separadas y activas, y la guardia es responsable de la seguridad fronteriza de Irán. El Estado Mayor de las Fuerzas Armadas coordina las ramas y establece la estrategia general.

La guardia también dirige la Fuerza Quds, una unidad de élite encargada de armar, entrenar y apoyar a la red de milicias subsidiarias en todo el Medio Oriente conocida como el “eje de la resistencia”. Estas milicias incluyen a Hizbulá en Líbano, los hutíes en Yemen, grupos de militantes en Siria e Irak y Hamás y la Yihad Islámica Palestina en Gaza.

El comandante en jefe de las fuerzas armadas iraníes es el líder supremo, el ayatolá Alí Jamenei, que tiene la última palabra en todas las decisiones importantes.

Aunque las milicias subsidiarias no se cuentan como parte de las fuerzas armadas de Irán, los analistas afirman que se consideran una fuerza regional aliada —preparada para la batalla, fuertemente armada e ideológicamente leal— y podrían acudir en ayuda de Irán si fuera atacado.

“El nivel de apoyo y los tipos de sistemas que Irán ha proporcionado a actores no estatales no tiene precedentes en cuanto a drones, misiles balísticos y misiles de crucero”, dijo Fabian Hinz, experto en el ejército iraní del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos de Berlín. “Podrían considerarse parte de la capacidad militar de Irán, especialmente Hizbulá, que tiene la relación estratégica más estrecha con Irán”.

Qué tipo de armas tiene Irán?

Durante décadas, la estrategia militar de Irán ha estado anclada en la disuasión, haciendo hincapié en el desarrollo de misiles de precisión y largo alcance, drones y defensas aéreas. Ha construido una gran flota de lanchas rápidas y algunos submarinos pequeños capaces de interrumpir el tráfico marítimo y el suministro mundial de energía que pasan por el golfo Pérsico y el estrecho de Ormuz.

Según Ostovar, Irán posee uno de los mayores arsenales de misiles balísticos y aviones no tripulados del Medio Oriente. Esto incluye misiles de crucero y misiles antibuque, así como misiles balísticos con un alcance de hasta 2000 kilómetros. Estos misiles tienen la capacidad y el alcance necesarios para alcanzar cualquier objetivo en Medio Oriente, incluido Israel.

En años recientes, Teherán ha reunido un gran inventario de aviones no tripulados con un alcance de entre unos 1900 y 2400 kilómetros y capaces de volar bajo para eludir los radares, según expertos y comandantes iraníes que han concedido entrevistas públicas a los medios estatales. Irán no ha ocultado su despliegue, mostrando su arsenal de aviones no tripulados y misiles durante los desfiles militares, y tiene la ambición de crear un gran negocio de exportación de aviones no tripulados. Los drones iraníes están siendo utilizados por Rusia en Ucrania y han aparecido en el conflicto de Sudán.

Las bases e instalaciones de almacenamiento del país están muy dispersas, enterradas a gran profundidad y fortificadas con defensas antiaéreas, lo que dificulta su destrucción mediante ataques aéreos, según los expertos.

Las sanciones internacionales han privado a Irán de armamento de alta tecnología y de material militar fabricado en el extranjero, como tanques y aviones de combate.

Durante los ocho años de guerra entre Irán e Irak en la década de 1980, pocos países estaban dispuestos a venderle armas a Irán. Cuando el ayatolá Jamenei se convirtió en el líder supremo de Irán en 1989, un año después del fin de la guerra, encargó a la guardia que desarrollaran una industria armamentística nacional y dedicó recursos a este esfuerzo, del que informaron ampliamente los medios de comunicación iraníes. Quería asegurarse de que Irán nunca más tuviera que depender de potencias extranjeras para sus necesidades de defensa.

En la actualidad, Irán fabrica una gran cantidad de misiles y aviones no tripulados en el país y ha dado prioridad a esa producción de defensa, según los expertos. Sus intentos de fabricar vehículos blindados y grandes buques de guerra han tenido resultados desiguales. También importa pequeños submarinos de Corea del Norte mientras amplía y moderniza su flota de producción nacional.

¿Cómo ven otros países al ejército iraní y cuáles son sus puntos débiles?

El ejército iraní se considera uno de los más fuertes de la región en cuanto a equipamiento, cohesión, experiencia y calidad del personal, pero está muy por detrás del poder y la sofisticación de las fuerzas armadas de Estados Unidos, Israel y algunos países europeos, según los expertos.

La mayor debilidad de Irán es su fuerza aérea. Gran parte de los aviones del país datan de la época del sah Mohamed Reza Pahlevi, quien lideró Irán de 1941 a 1979, y muchos han quedado inutilizados por falta de piezas de repuesto. El país también compró una pequeña flota a Rusia en la década de 1990, según los expertos.

Los tanques y vehículos blindados iraníes son antiguos, y el país solo dispone de unos pocos buques de guerra de gran tamaño, según los expertos. Dos buques de recopilación de información, el Saviz y el Behshad, desplegados en el mar Rojo, han ayudado a los hutíes a identificar buques de propiedad israelí para realizar ataques, según han declarado funcionarios estadounidenses.

¿Desorganizará el ataque israelí al ejército iraní?

Se espera que las muertes de los altos mandos militares tengan un impacto a corto plazo en las operaciones regionales de Irán, al haber eliminado a comandantes con años de experiencia y relaciones con los jefes de las milicias aliadas.

No obstante, la cadena de mando de las fuerzas armadas dentro de Irán permanece intacta, según los expertos.

Farnaz Fassihi es la jefa del buró de las Naciones Unidas para el Times, que dirige la cobertura de la organización, y también cubre Irán y la guerra en la sombra entre Irán e Israel. Radica en Nueva York. Más de Farnaz Fassihi

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La soledad de Elena Quiroga

Álvaro Acebes Arias dedica uno de sus «Rescates» a la segunda mujer que fue académica de la lengua, una escritora asombrosa que pagó con el casi olvido su desentendimiento de los círculos literarios oficiales.

Álvaro Acebes Arias en El Cuaderno Sigital, abril 2924

Los manuales de historia de la literatura, por más que se empeñen en iluminarlo todo, suelen dejar zonas en sombra. A veces, incluso, demasiadas. Fíjense en lo que pasa, por ejemplo, con el repaso que se suele hacer de los narradores de la generación del 50, tal vez la promoción que concentra a los mejores novelistas de nuestra literatura.

Unos pocos nombres ocupan el lugar central, mientras que a otros les toca en suerte una posición marginal, a la manera de apéndices de ese puñado de grandes figuras. Siempre ha sido así y me dirán ustedes que esto de la posteridad es una lata y que todo manual se hace con una vocación sancionadora y que cómo no va a haber asimetrías si de lo que se trata es de ofrecer una visión panorámica y general.

Tienen ustedes toda la razón, pero no es menos cierto que la historia de la literatura es también una historia de la lucha de clases, como escribió Rafael Reig, y que, a diferencia de lo que uno podría pensar, en esto de que una obra perdure más allá de la muerte de su autor la calidad no basta.

Otras cosas que tienen que ver con asuntos llamados poder, jerarquía, mercadotecnia y valores y criterios tan tornadizos como frágiles también juegan un papel importante a la hora de mantener una situación de privilegio. ¡Ay de aquel que dice estar por encima de ellos o que, con instinto kamikaze, se pone de cara a la pared y renuncia de forma consciente a todo lo que no tenga que ver con la fe en las palabras! En su caso, la soledad, la aniquilación, el olvido más absoluto.

Si no me creen, observen lo que ocurre con la situación de algunas escritoras de esa generación de la que les hablaba antes. Tras los nombres de Carmen LaforetAna María Matute Carmen Martín Gaite, el silencio o, en el mejor de los casos, una pedrea en la que, entre un revoltijo de fechas y títulos, se cuelan los de Mercè RodoredaJosefina AldecoaDolores MedioConcha AlósCarmen KurtzElena Soriano y alguna más.

Estas ausencias, a las que ustedes pueden añadir según su criterio todas las que quieran, no dejan de ser sorprendentes si tenemos en cuenta que en muchos casos estamos hablando de narradoras que gozaron de éxito y reconocimiento de crítica y cuyos libros, qué duda cabe, están a la altura de los de las tres grandes novelistas que mencionaba más arriba, pero a las que el paso del tiempo ha condenado a la invisibilidad o a ser, como mucho, una nota al pie.

Ya ven entonces que en el decorado de cartón piedra que es la historia de la literatura abundan los desconchones: cuadros generacionales que piden a gritos una revisión, lagunas difícilmente reparables o desvergonzadas manipulaciones que, mientras aúpan a unos, dejan en segundo plano a otros.

Pero ya que hablamos de omisiones sangrantes, ninguna como la de Elena Quiroga, quien fuera ganadora del Premio Nadal en 1951 y la segunda mujer en entrar en la Academia de la Lengua, allá por mediados de los ochenta. No sé si hoy, a pesar de los esfuerzos de alguna pequeña editorial y de los homenajes que se hicieron por su centenario, se leen todavía sus novelas o si se ha convertido en una de esas tantas escritoras clandestinas que hay en nuestra literatura.

Diría que lo segundo, y es una lástima porque Elena Quiroga es una de las grandes autoras de la narrativa española del siglo XX. Por cierto, que lo de la entrada en la RAE tiene su miga porque el otro candidato en 1983 a ocupar el sillón era Juan Benet, un escritor mucho mejor posicionado, encarnación de la literatura «grand style», y que contaba con que los pactos académicos le dieran los votos necesarios, aunque acabó llevándose un palmo de narices. Ante lo que consideró un desplante, el autor de Volverás a Región no volvió a presentar su candidatura.

Elena Quiroga no se parece mucho a sus compañeros de generación. Nacida en Santander en 1921, quedó ligada, sin embargo, a Galicia desde que era niña, lugar al que se trasladó después de que su madre muriera. Puede que esa orfandad infantil tuviera algo que ver en el temprano interés que la autora mostró por las letras, como si encontrara en los libros un refugio.

Al fin y al cabo, uno siempre se hace lector desde la adversidad, intentando combatir el aburrimiento, una dolencia o la realidad que le rodea. Sí, uno lee para salvarse y eso es seguramente lo que le pasó a Elena Quiroga, que halló en las obras de Pardo Bazán, de Galdós, de Stendhal Dickens un medio para superar la pérdida.

La guerra, por otro lado, la pilló siendo una adolescente en Bilbao, Barcelona y Roma. No regresaría a Galicia hasta 1940. Los contactos y la posición de su padre, un aristócrata venido a menos, le habían garantizado una esmerada educación, algo inusual para una joven de aquella época, y a principios de los cincuenta, poco después de casarse, se trasladó a Madrid.

Antes había publicado su primera novela, La soledad sonora, que más tarde ella misma desautorizaría, pero que le valió para darse a conocer en los círculos culturales de La Coruña.

Decía antes que Elena Quiroga tiene poco en común con otros autores de la generación del 50. A diferencia de Aldecoa, los GoytisoloSánchez Ferlosio o Martín Gaite no hizo estudios universitarios y tampoco frecuentó capillas literarias. Su formación fue completamente autodidacta, limitándose a asistir como oyente a algunas clases que le atraían y después imponiéndose la disciplina de escribir cuatro horas diarias.

Fruto de ese extenuante ritmo de trabajo saldría una novela como Viento del Norte, la obra con la que ganó el Nadal en 1950. Pero no es solo la trayectoria académica lo que distingue a Elena Quiroga. Frente al realismo social que dominaba entonces, la suya es una narrativa de corte intimista, mucho más centrada en problemas existenciales, y en la que escarba en la piscología y los conflictos internos de los personajes.

El recuerdo de la guerra y de la maltrecha situación social, cómo no, siempre está ahí, pero la autora pone el acento en la introspección y la emotividad, sin olvidar la reivindicación y la perspectiva femenina, tan presente en títulos de inspiración autobiográfica y una delicadeza admirable como TristuraLa enferma Presente profundo.

Hay algo más. A diferencia de otros que mostraron de forma persistente su vinculación a unos conceptos y a unos modelos narrativos, en la amplia trayectoria de Elena Quiroga hay un continuo proceso de renovación, casi obsesivo, como el de quien va su aire sin reparar en el dictado de modas o corrientes mayoritarias y busca técnicas o procedimientos originales con los que urdir sus historias.

Solo así se explica las tensiones que hay dentro de una carrera extraordinariamente prolífica, tensión frente a la escritura de sus compañeros de promoción y los itinerarios que irán imponiéndose o contra sus propios títulos, pues del relato directo y el tratamiento tradicional de la trama que hay en sus primeras obras se pasa a una visión más compleja y arriesgada del quehacer narrativo.

Vean, por ejemplo, lo que ocurre con las novelas que siguieron al Nadal, Trayecto uno Algo pasa en la calle, de un neorrealismo avant la lettre. En esta última, donde se incorporan técnicas heredadas de Faulkner y un deslumbrante juego de perspectivas para exponer la ruptura de un matrimonio, Elena Quiroga abordó un tema tabú en aquella época como era el del divorcio y se adelantó casi una década a lo que hará Delibes en Cinco horas con Mario.

Léanla para comprobarlo. En otros casos, los ambientes rurales gallegos de las obras de sus inicios ceden paso a escenarios inusuales, como ocurre en La última corrida, centrada en el mundo del toreo y donde la autora huye del folclore y el documentalismo que tanto encandilaban a Hemingway.

Ya se lo digo: existen pocas figuras en nuestra narrativa que puedan competir con la originalidad de Elena Quiroga y la riqueza y variedad de sus propuestas. Si no me creen, comparen el tono lírico de Escribo tu nombre, continuación de Tristura, con los ambientes míticos y la fabulación legendaria, inspirada en Cunqueiro Valle-Inclán, que hay en La sangre, donde el narrador es un roble centenario que actúa como testigo del devenir de una familia gallega a lo largo de varias generaciones.

De entre todos los títulos que componen la trayectoria de Elena Quiroga tengo predilección por Viento del norte. Tal vez porque fue el primero que cayó en mis manos o porque contiene uno de esos personajes que permanecen imborrables en la memoria de cualquier lector.

A veces una criatura de ficción puede adquirir más entidad que personas de carne y hueso con las que nos cruzamos todos los días. Es lo que tiene la literatura, que amamos el mundo que se representa en una novela y nos sobresaltamos con el destino de sus protagonistas porque en los libros las cosas quedan explicadas y en la vida no.

Es una lástima, claro, que sean siempre las existencias de otros las que cobran sentido, nunca la del lector. Quizá por ello, para afrontar las pavorosas certezas de las que vamos haciendo acopio, seguimos leyendo, para extraer de las vicisitudes y experiencias de las vidas ajenas una lección que llevar a las nuestras. Se lo decía antes: uno siempre lee para salvarse. Lo del placer y todo lo demás viene después.

Viento del Norte cuenta la historia de Marcela, abandonada por su madre poco después de que esta diera a luz. La niña se cría al cuidado de don Álvaro de Castro, el señor del pazo gallego de La Segrerira y que, a diferencia del falso marqués que protagonizaba Los pazos de Ulloa, demuestra ser un hombre culto, moderno y sensible, más preocupado por los estudios jacobeos que por la caza y las recias aficiones que tenían sus antecedentes literarios.

La niña crece y se convierte en una joven de belleza arrebatadora, capaz de provocar murmullos entre las mujeres y disputas en los hombres, que enloquecen de deseo. Ella también será una víctima de esa seducción irresistible. Como no podía ser de otro modo, don Álvaro, con la nariz siempre metida en sus libros y ya un sesentón, acaba enamorándose de la muchacha y decide casarse con ella.

Claro que antes es preciso desbastarla un poco y la envía a un convento. Allí, el carácter independiente y salvaje de Marcela choca con las reglas y los corsés de un cuerpo social reacio a admitir ese elemento extraño. Esta situación se repetirá después, cuando regrese al pazo, pero ahora con el título de señora y provocando el consiguiente trastorno en unas jerarquías tardomedievales firmemente establecidas.

La novela, o más bien el drama de Elena Quiroga, es una pugna entre las fuerzas destructivas del deseo y la belleza y la obligación de ceñirse a unas normas, entre la fidelidad a unas creencias y costumbres atávicas y la imparable marcha del progreso que las aniquila, todo ello entremezclado en una trama donde se desatan crueldades, instintos, violencias y pasiones hasta conducir a un desenlace magistral e inevitable que no les voy a contar porque es uno de esos finales en los que un lector comprende emocionado el alcance de todo lo que se le ha estado relatando.

Cuando fue publicada, Viento del Norte fue tachada de anacrónica. El estilo con que se narraba la historia de Marcela, con una prosa sugerente y de gran belleza descriptiva, que no rehuía el simbolismo y donde Elena Quiroga demostraba su buen oído para capturar las voces populares, chocaba con el enfoque objetivista y el propósito crítico que había impuesto el realismo social.

Claro que parecía una novela de otra época, pero lo paradójico es que esa acusación, más preocupada por destacar las deficiencias de la tremendista y patética relación de Marcela y don Álvaro, obviaba la casuística social que exponía el libro y la dimensión de unos conflictos universales (el amor y la muerte, la ciudad y el campo, los códigos de clase y el ansia de libertad) que siempre han estado presentes en los imaginarios colectivos.

Yo les aseguro que traspasar las lindes de La Segrerira es algo más que un lujo literario. Para el que no la ha leído nunca, permite descubrir la personalidad de una autora extraordinaria, dueña de un universo propio y que, a su manera, rompió con las aduanas culturales que definieron su época, creando de forma discreta y libre una obra que conviene recuperar. Nada más, nada menos.

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