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Cuando la división puede puede hacer la fuerza
Sobre el artículo de Cayetana Á. de Toledo -‘We few’, ayer en El Mundo [ver ut infra]- he de decir que, como de costumbre, me dio que pensar y, en consecuencia, me vuelve a permitir reflexionar a vuela pluma sobre la cuestión de fondo.
Que el alemán Franz Josef Strauss le dijera a Aznar en 1988 que procurara que no le creciera otro partido a la derecha pudo significar, esencialmente, que evitara segregaciones que pudieran derivar en nuevos partidos que le hcieran sombra. Porque, no hay duda, eso no beneficia internamente a ninguna organización, por lo general.
Y digo por lo general porque sí puede beneficiarle por otras razones. Veamos:
1.- Si ampliar un partido hacia el centro del espectro político puede suponer la necesidad de abandonar, más o menos explícitamente, el correspondiente extremo, ¿qué duda cabe de que tal sector ideológico radical recolectará más votos específicos presentándose por su cuenta?
2.- En una época en la que el binomio izquierda-derecha y la lucha de clases han sido sustituidos por las identidades territoriales, sociales, generacionales, sexuales y emocionales… ¿qué duda cabe de que las opciones electorales deben atender más a tales singularidades identitarias?
3.- Cuando es cada vez más palpable y fundado el escepticismo de la ciudadanía ante las convocatorias electorales y la demagogia imperante, con el consiguiente e imparable crecimiento del absentismo… ¿qué duda cabe de que ofertas más singularizadas estimulará el deseo de salir de casa para ir a votar?
Genial, por otra parte, lo de «quiero ver a los ñoquis del régimen socialista haciendo cajas«, refiriéndose Cayetana a la dedocracia andaluza a punto de buscar nuevo empleo…
Sin embargo no veo, en absoluto, una actitud bravucona en Abascal, es decir, ‘esforzado o valiente solo aparentemente’ [RAE], sino sensato en la real aplicación de su esfuerzo, con objeto de impulsar el inicio del cambio deseado por tantos, mediante un pacto de mutua cesión con el PP, aguantando las graves descalificaciones de Ciudadanos y con el principal objeto de sacar al socialismo clientelar, caciquil, del poder andaluz después de 40 años ininterrumpidos.
Con la particularidad de que la descompuesta agresividad de Rivera se basaba en el teatral ataque a objetivos, principios, que el propio Ciudadanos ha defendido no ha mucho en su propia casa y que ha practicado no ha mucho el centralista francés M. Valls, expulsando de Francia a gitanos rumanos y búlgaros ‘ilegales’ en 2013.
Y sí comparto con Cayetana que VOX mermará al PP, aunque no hasta el punto de enterrar el partido, entre otras razones porque se va a nutrir de indignados también provenientes del PSOE, de Podemos y, sobre todo, de entre los que practicaban el absentismo por hartazgo y escepticismo. Y ello va suponer que el posible beneficio al ‘frente popular‘ del éxito de VOX, no se va a producir, como no se ha producido en Andalucía.
Por otra parte, para los nacionalistas VOX no representa un nacionalismo radicalmente distinto al que creen ver en el PP o incluso en Ciudadanos. ‘Las tres derechas‘ o ‘los trillizos‘ -como bautizan ZPedro y los podemitas, respectivamente- son el enemigo al que, eso sí, quieren llamar genéricamente ‘españolistas‘ o nacionalistas españoles porque ese ‘frente popular‘ está especialmente interesado en que a aquellos no se les considere lo que son, es decir, profundamente patriotas. Con la ayuda de los medios, que aparecen como el único ‘poder’ del Estado que, intencionadamente, se resiste a distinguir entre el nacionalismo excluyente y el patriotismo inclusivo.
La manipuladora desvergüenza semántica ha llegado al punto de que el español medio ha dejado de considerar humillante que le califiquen de ‘españolazo‘, ‘facha‘ o ‘ultraderechista‘ para despreciar tales improperios con orgullo de patriota y, en consecuencia, pasar a votar no sólo a VOX sino también al PP de Casado. Es, lógicamente, ‘la reacción‘ de la que habla FJ Losantos. Con la particularidad de que esa nueva ausencia de miedo hace que las permanentes campañas de odio del ‘frente popular‘ contra VOX, consigan el efecto contrario al perseguido, esto es, que este partido crezca a pasos agigantados.
Novedad favorecida por unos medios que, como en el resto de occidente, han perdido absolutamente la credibilidad y basta que ataquen machaconamente una causa para que ésta sea apoyada masivamente por una ciudadanía que ya ha captado que tratan de manipularla como si estuviera compuesta por tontos.
Como también creo que muchos militantes socialistas de toda la vida están deseando que el PSOE de ZPedro se hunda en la miseria aunque sólo sea por el trascendente y previsible hecho de que la propia organización, por meras razones de supervivencia, le expulse del partido por siempre jamás. Conozco personalmente a unos cuantos de ellos.
El nuevo Partido Popular de Casado, con el nuevo VOX de Abascal y la incierta suma del ya no tan nuevo y navegante Ciudadanos puede devolver el sentido común a España.
Y, en todo caso, influirá decisivamente en los próximos comportamientos políticos tanto del PSOE como de Podemos, si no quieren ver confirmado su naufragio andaluz en el mayo electoral y, sobre todo, en las próximas elecciones generales.
Que así sea.
EQM
pd Sobre el repugnante trato que el PP dio a Rita Barberá y ha estado dando a Eduardo Zaplana no tengo palabras. Y lo pagarán muy caro en las elecciones autonómicas de la Comunidad Valenciana, donde tanto Isabel Bonig como María José Català son pura escuela sorayista. Y bien que lo siento por Casado que me parece una persona que está luchando denodadamente contra una inmoralidad orgánica intestina, encabezada por los restos de Mariano155, un personaje que ha punto ha estado de liquidar a su partido.
En tal sentido, sí me parece muy afortunada la elección de Isabel Díaz Ayuso y José Luis Martínez-Almeida para Madrid y posibles patinazos de buena fe -no todo el mundo sirve para todo- como el de la gran Ruth Beitia deberían ser sometidos al consiguiente control, aun cuando sus rivales Miguel Ángel Revilla [Partido Regionalista de Cantabria] o Félix Álvarez ‘Felisuco’ [Ciudadanos] compitan con ella en el famoseo, desde la comicidad.
Revista de Prensa
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Ilustración de Sean Mackaoui [Suiza, 1969] para el texto
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We few
Cayetana Á. de Toledo en El Mundo, 140119
El 16 de marzo de 1988 José María Aznar viajó a Alemania para entrevistarse con el carismático y temperamental líder de los socialcristianos, Franz Josef Strauss. Ambos eran entonces presidentes regionales -uno de Castilla y León; el otro de Baviera-, pero estaban en momentos muy distintos de sus carreras políticas. Y de sus vidas. Aznar tenía 35 años y pronto recibiría el encargo de aglutinar y refundar la derecha española; Strauss, con 73, ya había sido ministro de casi todo, hasta con Adenauer, y seis meses después se iría con Dios.
La conversación fue cálida y fértil. Strauss acababa de reunirse con Gorbachov y le transmitió a su joven interlocutor la buena nueva: «¡Ya no habrá guerras!». Viva Glásnost. Muera el Comunismo. Luego, entre anécdotas, le explicó el secreto de su éxito político y su primera obsesión:
«Lo más importante, lo crucial, es que a la derecha no te surja otro partido».
Treinta y dos años después ha surgido. El pasado 15 de octubre Alternativa para Alemania irrumpió en el Parlamento bávaro con 22 diputados y la CSU perdió su eterna, férrea, mayoría absoluta. Treinta y dos años después también ha irrumpido Vox.
La toma de posesión de Juan Manuel Moreno como presidente de Andalucía -quiero ver a los ñoquis del régimen socialista haciendo cajas- apaciguará durante un tiempo al PP, aterrado ante el espectáculo de un Vox desbocado en las encuestas y en los medios. Pablo Casado ha demostrado ser un negociador hábil, tranquilo, discreto, dúctil. Su secretario general también. Sin histrionismos han logrado liderar el cambio andaluz y dejar en evidencia la bravuconería de Santiago Abascal.
¿Dónde quedó la deportación de los 52.000 ilegales? ¿Dónde la derogación de la Ley de Violencia de Género? ¿Dónde la Reconquista? Sólo en las mentes calenturientas de las editorialistas de El País. «Pacto mefistofélico», chillaban el viernes, frustradas de que el papelito finalmente firmado por Vox y PP fuera puro Barrio Sésamo, un ejemplo maravilloso de que una cosa es jugar al macho en la taberna de Twitter -Ea, Valls, franchute, vete a casa- y otra hacer política.
Ahora bien. La política, es decir, la política en serio, seria, delimitada por lo posible, ¿sirve para ganar elecciones o sólo para gobernar? En el contexto español y mundial, crisis de Estado y desprecio a las élites, Vox tiene un margen de crecimiento exponencial. Dicho a la tremenda: Vox enterrará al PP y beneficiará al Frente Popular. Vamos por partes.
Para los nacionalistas, Vox es una fantasía hecha realidad: ¡Mon semblable, mon frère!, por fin podemos enzarzarnos de tú a tú, nacionalistas contra nacionalistas, identitarios contra identitarios, catalanes contra españoles. De momento, Vox rehúye la etiqueta. Iván Espinosa se retorcía la otra mañana en Telecinco cuando lo llamaron nacionalista. «Somos patriotas», balbuceó, «no queremos expulsar a nadie». Sólo a los 52.000 y a Pablo Echenique. Bueno, y a Valls. Pero yo apuesto a que esa barrera retórica también la saltarán. Como Trump.
Y por un motivo elemental: el nacionalismo motiva y moviliza. Lo he comprobado estas Navidades en Barcelona: gente que en su vida había tocado una papeleta del PP, por puro asco, hoy se proclama españolaza y votante de Vox. «Es la reacción», explica mi amigo Federico Jiménez Losantos. Ciertamente. En ambas acepciones. Entretanto, recomiendo al PP el clásico estudio de Maurizio ViroliFor Love of Country: An Essay on Patriotism and Nationalism, (Oxford University Press, 1995). Sus candidatos a las municipales y autonómicas van a necesitarlo para distinguirse de uno de sus dos competidores.
Si el nacionalismo está encantado de promover a Vox, incluso a bofetadas, qué decir de Sánchez. A pesar de Andalucía, sí. Piénsenlo. ¿Qué dato, qué hecho, qué gestión, qué argumento tiene Sánchez para esgrimir ante los electores? ¿Sus Ray-Ban en el Falcon? ¿Sus guiños a un xenófobo? ¿Los primeros temblores de la economía? ¿Cómo piensa movilizar a la izquierda? Su única baza es el miedo: en ausencia del cadáver de Franco, el cuerpo presente de Vox. Mañana, tarde y noche.
Tercer elemento: los medios. Vox seguirá creciendo porque Vox es un negocio. Es nuevo: clic. Es políticamente incorrecto: clic, clic. Y sobre todo es contestatario, polémico, polarizador: clic, clic, clic. Y arriba el share. La vida pública se ha convertido en una red asocial; en una guerra tribal, donde rige la consigna de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo. En la que personas cultas e inteligentes acaban justificando o asumiendo posiciones burdas y extremistas por pura animadversión. Referentes intelectuales de izquierdas -de la izquierda verdadera, la que antepone la igualdad a la identidad- disfrutan con Vox porque creen que perjudica al partido que les traicionó. Otra ilusión.
El desenlace andaluz ha generado una falsa impresión: «Vota Vox y echa a Sánchez». Ojalá fuera tan fácil. Admitidas todas las reservas sobre cualquier ejercicio de extrapolación, asumida también la pérdida de votos del socialismo a favor de Ciudadanos, la división del antiguo espacio del PP en tres puede convertir al PSOE en la primera fuerza política del Congreso y, por mucho, del Senado. Con lo que ello supondría: Pedro unplugged. Tendría la legitimidad de la que hoy carece como hijo de una bastarda moción de censura. ¿Y cómo creen que la usaría? ¿Pactaría un gobierno centrista y anti-nacionalista con Rivera? ¿O acordaría con el nacionalismo la liquidación -él diría «perfeccionamiento»- del sistema del 78?
Personas relevantes del entorno del PP están intentando convencer a Abascal de que vuelva a casa, aunque sea para el verano y en forma de coalición. Encomiable ingenuidad. El foco, la influencia, los groupies, la ola europea, la marea global… Sólo un patriota renunciaría al dulce olor del poder por el bien común. Vox, como Podemos con el PSOE, como Ciudadanos con todos, tiene vocación de sustitución y un huracán a favor.
Ayer escuché a Pablo Casado en la presentación de los candidatos de Madrid y sentí una mezcla de admiración y pena. Está haciendo un esfuerzo gigantesco por reconstruir el vínculo afectivo con su electorado tras 15 años de marianismo. Y ello no es fácil. Ahí está la indignación de la familia de Rita Barberá contra «el miserable uso electoralista» de la memoria de la alcaldesa. Ha querido presentar los mejores candidatos. Y eso tampoco es fácil. Ahí está el vídeo de Ruth Beitia agonizando en el escenario, la boca seca, el hilo perdido.
Y, sobre todo, Casado es consciente de la necesidad de dar respuesta a una pregunta clave: «¿Qué función cumple hoy su partido, exactamente?» Y esto sí que es difícil. ¿Es el PP el partido de los gestores experimentados y eficaces? Ha designado a una experta en redes sociales para la Comunidad de Madrid. ¿Es el partido de la unidad de España? Ciudadanos y Vox nacieron como consecuencia de su desistimiento, y Vox acaparará todos los focos durante el juicio del Proceso. ¿Es el partido de la lucha contra la corrupción? Silencio.
¿El de las bajadas de impuestos? Montoro en la memoria. ¿El de los católicos? Monasterio contra Iglesias. ¿El de las mujeres hartas de que las consideren víctimas y los hombres de que los llamen violadores; el de la igualdad sin excepciones? Éste era el único punto anti-identitario del programa de Vox y el PP lo rechazó. Entonces, ¿qué es el PP? ¿El gran partido de Europa? Sí, eso sí. ¿Y a cuánto cotiza el europeísmo en el mercado electoral? A tanto como la razón y la responsabilidad.
El viernes el PP inaugura su Convención Nacional. «Tiene que ser una refundación», ha dicho Aznar, «algo así como el Congreso de Sevilla de 1990». Pero entonces el margen de maniobra e innovación era muy superior. Nuevo nombre: PP. Nueva definición: centro-reformista. Hasta un nuevo ideario: la libertad de la persona. Ahora sólo queda defender un espacio menguante y hacerlo a codazos. A un lado, los pragmáticos y, a otro, los esencialistas. A un lado, los guays y, a otro, los fieros. A un lado, los liberal-sociales y, a otro, los nacional-conservadores. Y en medio, una única bandera, la más noble pero en estos tiempos la menos valorada: el individuo.
Casado citó ayer a Enrique V: «We few, we happy few, we band of brothers». Sus palabras retumbaron en un auditorio lleno pero frío. La épica shakespeariana se diluyó en un ambiente numantino. El few se impuso al happy. Yo intuyo que el PP morirá en el empeño: hay movimientos telúricos, desastres inexorables. El consuelo es que por fin habrá hecho lo decente.
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Hacia la reconstitución de la Derecha española
Es necesario tener una estrategia común que, sea cual sea el resultado de Mayo, garantice una continuidad política en la defensa de la Nación y del orden Constitucional.
FJ Losantos en Libertad Digital, 120119
La designación de Isabel Díaz Ayuso y José Luis Martínez Almeida como candidatos del PP para la Comunidad y la alcaldía de Madrid tiene una importancia que va más allá del resultado electoral que puedan obtener, fatalmente lastrado por las siglas bajo las que se presentan y que ya no son las de la buena gestión del PP aznarista y aguirrista sino las de la traición del partido de Rajoy y Soraya a sus votantes y a la nación española en su peor trance, que ha sido y seguirá siendo el golpe de Estado en Cataluña.
El gran cambio en la opinión pública, bandazo o resurrección, se produjo ante ese golpe separatista y ante la pavorosa incompetencia del Gobierno y de la Oposición para afrontarlo. Lo que logró el formidable discurso del Rey fue dar a la nación abandonada por su clase política un cauce institucional en que verter ordenada y jubilosamente su indignación. El fenómeno de Vox tiene por eso un carácter social más que ideológico, si bien la dictadura ideológica de la izquierda, siempre afín al separatismo, es el primer frente en que se libra la batalla por la supervivencia de la nación y el orden constitucional, que son lo mismo, aunque muchos no lo entiendan.
Vox en el presente y el PP en el futuro
El nacimiento de Vox y el cambio de liderazgo en el PP obedecen a una misma necesidad en la Derecha, cuya base social, despreciada por sus políticos, siente lo nacional español como rasgo ideológico esencial, junto a la propiedad, la libertad individual, la igualdad ante la Ley, la familia y la tradición, incluida la católica, no como confesión religiosa sino como parte de una milenaria civilización, propiedad de todos los españoles, que tanto hicieron por ella a lo largo de los siglos. Y que la Izquierda quiere destruir.
Es muy acertado el lema de Abascal: «Vox no es de extrema derecha sino de extrema necesidad». Pero esa necesidad no la sienten sólo los que crearon o han empezado a votar a Vox sino cuantos se sienten humillados viendo a la nación en peligro y a la legalidad en almoneda, y que aún no han decidido cómo organizarse en el futuro inmediato para defenderlas. Y ese futuro va más allá del presente que, como urgencia, representa VOX. Atañe a cuantos quieran organizar no sólo una respuesta al Golpe y a la traición de la Izquierda, sino una alternativa que la derrote en las urnas. Y el escaparate de esa lucha política a muerte era, debía ser y será Madrid.
Vox se adelantó a esa necesidad y ocupará un lugar clave en el inmediato presente. El PP de Casado está dispuesto a no perder el tren del futuro, el de un movimiento político que, como decía antes, empezó con el golpe de estado en Cataluña y que sólo terminará, si termina, cuando los españoles lo vean realmente destruido, si es que llegan a verlo. Han sido tantas las negligencias, cobardías, complicidades o directamente traiciones de los distintos gobiernos de Madrid desde el comienzo de la democracia, que recuperar una estructura de Estado que se sustente en una nación de ciudadanos libres e iguales costará mucho tiempo y mucho esfuerzo, si se sabe humildemente encauzarlo. Si no, el desguace de España, continuará.
Una infernal carrera de obstáculos
Hoy por hoy, la Izquierda y el separatismo tienen más medios que la derecha. No más base social, ni más fuerza, ni más razón, ni más ideas, ni talento, pero sí muchos más medios materiales: el duopolio televisivo, el triopolio radiofónico, los canales públicos separatistas o socialcomunistas de radio y televisión y los casi infinitos medios materiales de los que usa y abusa el poder político en el gobierno central, autonomías y ayuntamientos. Frente a eso no basta un partido de votos sin cuadros, como Vox.
Tampoco un partido de cuadros en sequía de votos, como el PP. Es necesario tener una estrategia común que, sea cual sea el resultado de Mayo, garantice una continuidad política en la defensa de la Nación y del orden Constitucional.
Y ese me parece el sentido último de la elección de Casado: pensar en un futuro que el PP sólo puede afrontar con VOX, porque Ciudadanos ha mostrado con absoluta claridad que su estrategia se dirige a la izquierda. Pactará con la Derecha si no tiene más remedio, así que la mejor forma de tratarlo es reforzar ideológica y políticamente la base política común, sin caer en la tentación de pelearse, ni siquiera fraternalmente.
La gran mayoría de sus votantes lo son contra la izquierda y seguirán al que ayude a echarla del poder, no a pactar con ella un desalojo parcial o el reparto del pastel, aspiración del partido de Rivera, para chasco de los muchos que le votamos creyéndolo una alternativa sincera a la Izquierda y sus socios nacionalistas, nunca un centrismo de ocasión semejante al de Rajoy, basado en la eterna ficción de un PSOE con sentido nacional y responsabilidad institucional, que jamás existió con González ni con Rubalcaba, menos aún con Sánchez.
El mito del consenso y la ficción del PSOE bueno
La apelación al consenso, raíz inconfesada del centrismo desde 1977, no nace de la preocupación ante dos extremos violentos, sino del miedo de la Derecha a quedarse sola en la defensa de unos valores en los que no cree. Mientras duró el miedo al Ejército (hasta 1986) o a que el PP se cargara el inmenso tinglado prisaico-felipista (hasta 1998), o a que el PSOE privara al PP de Rajoy de cualquier posibilidad de acceso al Poder (de 2008 a 2011), el consenso tuvo, como fórmula de alternancia pacífica en el Poder, una base psicológica clara y cierta razón de ser real. Pero desde el 11M de 2004 y la liquidación de la Transición a la democracia por ZP y los nacionalistas, la Derecha se vio sola en la defensa del régimen constitucional; y se asustó.
No lo estaba. UPyD y Ciudadanos, despreciados por pequeños, eran o podrían haber sido socios leales a la causa nacional, si la mezquindad de Rajoy les hubiera dejado. Pero ese PP muerto y enterrado, aunque partes de su cadáver ambulen como zombis como aún pertenecieran al mundo de los vivos, prefirió la acostumbrada complicidad delictuosa con el PSOE y los nacionalistas. Y ese es el PP que murió de consenso con el Golpe catalán.
Las autonomías, obstáculo al Estado de Derecho
El adelanto electoral en vez de la aplicación del 155, tan jaleado por el PSOE, Cs y casi todos los medios de comunicación, fue el epitafio a la nonata intervención del Estado contra los infinitos desafueros de ámbito autonómico. Pero sigue pendiente y esa es la razón del éxito de Vox al pedir la supresión de las autonomías: que se han demostrado un obstáculo infranqueable para el funcionamiento del Estado de Derecho.
La tribu opinatriz llama anticonstitucionales precisamente a los que quieren remover el gran obstáculo para que funcione la Constitución. Pero la opinión pública sensible a la igualdad de los españoles ante la Ley no lo verá así. Sólo sería innecesario suprimir las autonomías si se acometiera de manera urgente la recuperación de competencias esenciales por el Estado. Da risa ver a Cs pedir a Vox religioso respeto al Estado de las Autonomías y, a la vez, que se aplique sine die el 155 en Cataluña, prueba de su fracaso.
Si se cumpliera la Constitución, habría que imponerlo en cinco autonomías ya: Cataluña, Baleares, la Comunidad Valenciana, Navarra y el País Vasco. ¿Sería eso cargarse el Estado de las Autonomías? No. Sería impedir que las caciquiles y abusivas competencias autonómicas se carguen al Estado.
La importancia de la lucha contra la LIVG
Hay otro terreno en el que necesariamente el PP debería aliarse con Vox: la derogación de leyes tan radicalmente contrarias a la Constitución como la de Violencia de Género y la de Memoria Histórica. Discriminar por sexos a las personas, aunque lo digan las Cortes y lo trague el TC, es incompatible con la libertad y la igualdad de los ciudadanos ante la Ley. Se trata del caso más abyecto de ingeniería social totalitaria en toda Europa.
Y si sólo Vox se opone a monstruosidades como la reciente sentencia del Supremo condenando por un delito que es pura construcción ideológica, sin mediar denuncia y en contra del juez natural, en este caso la Audiencia de Zaragoza, a dos penas distintas, el doble para el hombre que para la mujer, por un mismo delito, el voto a Vox y no sólo de la derecha será abrumador.
Si el PP, que, aquejado de la misma cobardía mediática de Cs, tragó la barbarie de las leyes de Memoria Histórica y Discriminación de Género, no comparte su revisión, que es el camino para la derogación, ya pueden hacer campaña los medios izquierdistas y centristas, que el PP se hundirá. La reconstitución de la Derecha, no su mera reconstrucción, porque desde la liquidación del PP por Rajoy han pasado demasiadas cosas que exigen un edificio de nueva planta, precisa una reconsideración de todas las leyes que en aras de un consenso que, en la práctica, se ha limitado a seguir a la Izquierda en sus planes de demolición de los valores liberales y nacionales, son hoy un muro infranqueable para las libertades y el Estado de Derecho.
Y el Derecho no es lo que digan las leyes que votan los políticos ni lo que interpretan los jueces, a veces con tan criminal arbitrariedad como en el caso de la tortura judicial a Zaplana. El Derecho debe ser la garantía de la libertad individual, de la propiedad, de la seguridad personal y de un modelo de sociedad en el que cada uno pueda desarrollar su proyecto vital. Lo que estamos viviendo en España es un atropello a todo eso. Y sólo una reconstitución de la Derecha que intente recuperar el sentido primigenio de la transición a la Democracia hace cuatro décadas puede impedir su éxito.
Si en el futuro el PP de Casado y Vox forjaran esa fuerza nacional, liberal y democrática, es posible que Ciudadanos cambiara su postura, que cambiar se ha convertido en su ideología. Y no es técnicamente imposible que una parte del socialismo hiciera lo mismo. No lo creo, pero pudiera ser. En todo caso, lo que hay que hacer para salvar la Nación y la Constitución no puede esperar a consensos ni a unanimidades.
Ante la invasión de una fuerza superior, como Napoleón en 1808, se impone la guerra de guerrillas. Si Inés Arrimadas renuncia a ser Agustina de Aragón, Isabel Díaz Ayuso la puede reemplazar con ventaja. Y Martínez Almeida, a fuer de colchonero, está acostumbrado a las penalidades. Hay que ver si el PP aguanta el tirón, porque los demás partidos y casi todos los medios lo van a tironear una barbaridad. Pero no hay alternativa: otra rendición supondría su extinción.
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