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Pepe Borrell ya no sabe dónde meterse

Con motivo del aniversario del 1 de octubre, fecha del referendum ilegal, que aye cumplió un año, rl Presidente de la Generalidad de Cataluña, Quim Torra, impulsó ayer a los separatistas a ser fieles “al claro mandato a favor de la independencia”.

También ha exigido la liberación de los políticos presos y pidió a los grupos independentistas más radicalesa -los autodenominados Comités de Defensa de la República (CDR)- que presionaran [en la calle, se entiende] en favor de la reivindicación republicana:

«Gracias a los CDR que apretáis y hacéis bien en apretar».

El resultado fue que presionaron, vaya si presionaron, ante la complacencia del representante ordinario del Estado español en Cataluña -el mismísimo Torra- y la temerosa y cobarde ausencia de un Gobierno de España que se mantiene en el poder gracias al apoyo que recibe de los progolpistas y que, en palabras de Ábalos, el Ministro de los taxistas, contempla con distancia el caos catalán de ayer porque transcurrió de una modo ‘asumible.

Esa lamentable, antidemocrática y destructora imagen de España, que encabeza del doctrocito ZPedrom tuvo ayer el ejemplo más desolador en las palabras de un Pepe Borrell, Ministro de Asunto Exteriores y falsa esperanza progresista de los ciudadanos catalanes constitucionales, pronunciadas a la vista de los desoladores  acontecimientos que dificultaron gravemente la vida habitual en la región. Con el rostro visiblemente desencajado, balbuceando, sin saber dónde meterse, dijo:

«El orden público en Cataluña le corresponde garantizar la Generalitat de Cataluña que está presidida por el señor Torra. De manera que, supongo que, el señor Torra también estará interesado en mantener el orden público, en la calles, en los medios de comunicación, en los medios, en las vías, en los ferrocarriles, en toda Cataluña.

Nosotros, por nuestra parte, seguiremos tratando de bajar la tensión y mantener el diálogo y exigir a cada cual, eso sí, que asuma su responsabilidad»

Así lo ha retransmitido televisivamente Euronews, también en su web y en su canal de YouTube, para todas las cancillerias y ciudadanos europeos y del resto del mundo:

No cabe mayor desvergüenza y debilidad por parte de un señor que tiene también como misión, sustancial e inherente a su cargo, convencer al mundo de que los locos son los golpistas y no los defensores del Estado de Derecho.

EQM

Revista de prensa

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Ilustración de LPO [L. Pérez Ortiz; España, 1957], para El Mundo, 011018

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Soluciones políticas, ¿para quién?

Félix Ovejero en El Mundo, 011018

Un filósofo con criterio recomendaba que si en un texto nos cruzábamos con la palabra dialéctica probáramos a suprimirla y volver a leerlo. Si el texto mejoraba, como sucede siempre que la prosa se aproxima a la concisión de las cartas comerciales, quedaba demostrado que dialéctica era mampostería. Si el texto no encontraba un sentido cabal, mejor arrojarlo a la papelera.

Siempre me acuerdo de aquella recomendación cuando me encuentro con uno de esos comodines que apuntalan la retórica política. Me sucede con federalismoautogobiernocambioreforma constitucional o diálogo. A todos les gustan mientras no se pidan detalles. Cada político entiende lo que quiere, si entiende algo, y queda a la espera de que no tarde en llegar la siguiente pregunta, no sea que alguien le importune reclamando precisiones.

El conjuro, a veces, resulta útil durante un tiempo y hasta cumple funciones apaciguadoras o, por mejor decir, narcóticas. Ahí está la Constitución con sus nacionalidades y regiones. Se pacta la confusión, el «estamos de acuerdo, aunque no sabemos en qué», y cada cual vuelve a su respectivo cuartel ensayando su particular mirada tontiastuta para decirle a su tropa: «Se la hemos colado». Los nacionalistas, maestros del género, han mostrado una productividad estajanovista en facturar esa chatarra: lengua propia, normalización, comunidades históricas.»Ustedes compren las morcillas que ya nos encargaremos de rellenarlas a nuestro gusto», nos decían sin mentir. Y las compramos.

Pero, salvo para los chamanes, los conjuros no sirven. Las ambigüedades más temprano que tarde reclaman su letra pequeña y los comodines -incluso Franco, ese moro muerto tan reutilizable- ya no dan más de sí. En esa hora los problemas reaparecen encanallados y, como en las cosas del querer, asoman los reproches de promesas que nadie hizo pero que cada uno cree recordar según su conveniencia.

El Gobierno ha vuelto a poner en circulación un comodín ya manoseado: «buscar soluciones políticas al conflicto catalán». En cinco palabras, dos ambigüedades y un perímetro errado. La primera: la descripción del conflicto. Según algunos, el conflicto es el resultado de no atender las exigencias nacionalistas. Las razones de por qué habría que hacerlo no están claras. La explotación económica y la falta de reconocimiento de la identidad, tantas veces invocadas, son fabulaciones: Cataluña es una economía con respiración asistida y si hay una identidad despreciada es la de la mayoría de los catalanes que, para empezar, no pueden estudiar en su lengua materna.

Algunos, creyendo precisar, dicen que los independentistas son muchos y que sus demandas están muy consolidadas. Un argumento que habría valido para los racistas en Alabama o los sexistas de aquí mismo. Que nadie se escandalice con la comparación. Estamos ante idéntico guión: unos cuantos reclaman limitar los derechos de otros en virtud de una característica, de su sexo, color de la piel o identidad. Tradicionalmente la respuesta política cabal consistió en combatir las ideas perniciosas sin que importara el número ni la fijación -incluso biológica- de los trastornos. El imperio y la pedagogía de la ley cumplieron su función. La gente cambia hasta de adicciones. Recuerden que este era un país de fumadores hace dos días.

La primera ambigüedad sostiene la segunda: la descripción del problema decide la solución. Con la descripción anterior, no queda otra que aceptar la solución nacionalista. Una solución, eso sí, para los nacionalistas, no para Cataluña. Y, no cabe engañarse, consiste en reconocer a Cataluña como unidad de soberanía. Cualquier referéndum, en plata, quiere decir la independencia de facto o su simple posibilidad, que es también la independencia. Soberano es quien tiene la última palabra y, aunque permanezca callado, mantiene intacto el poder de hablar cuando lo crea conveniente. En el mismo acto de votar se acepta un demos legítimo.

Por aquí asoma la tercera imprecisión: el perímetro del problema no es Cataluña, sino España. Lo es en un sentido inmediato, entre otras cosas porque los ciudadanos no pueden acceder a posiciones laborales en igualdad de condiciones. Pero lo es también en un sentido más hondo. Y es que la aceptación por todos del relato nacionalista ha degradado la calidad de la democracia española. Los esfuerzos de tantos por liberar al nacionalismo de sus responsabilidades han conducido a rebajar las exigencias de calidad democrática y a vaciar de sentido los fundamentos del Estado de derecho.

Lo hemos visto en las repuestas ante discursos incendiarios, como el de Torra en el Teatro Nacional, jamás escuchados en boca de un cargo político comparable en los últimos cuarenta años. Cuanto todavía no se había vaciado la sala ya se escuchaban voces dispuestas a encontrar señales de buena disposición o a ofrecer al pirómano coartadas que nunca solicitó: son sólo palabras. El criterio de calibración se reajustaba para hacer digerible el delirio. Una senda de impunidad que permitió a los nacionalistas cultivar su hipersensibilidad de perpetuamente ofendidos y, al final, recocidos en su propia salsa, los arrojó al vértigo del 1-O.

Pero si mala es la reacción ante los escupitajos, peor lo es cuando esas mismas voces agradecen el cumplimiento de la ley. Quien entiende el cumplimiento de la ley como un gesto de buena voluntad corrompe el concepto mismo de ley, que no contempla la discrecionalidad del consumidor. Acepta, implícitamente, que los poderes públicos puedan saltarse la ley. Si el cumplimiento de la ley es potestativo, no hay ley sino arbitrariedad. Sí, el daño mayor del nacionalismo no es el que ha hecho a los catalanes, con ser enorme, sino el que ha hecho a la democracia española.

El Gobierno no puede comprar el relato del conflicto de quienes quieren destruir el Estado a riesgo de poner en peligro nuestra democracia. Además, se trata de mercancía falsa. Y es que hay otra descripción del problema, más ajustada a los hechos y más acorde en sus soluciones con perspectivas de izquierdas. Eso sí, no se trata de soluciones para los nacionalistas, sino para los españoles. El problema en Cataluña es de libertades. Ahí va un resumen del conflicto realmente existente.

Un parlamento cerrado, un presidente a las órdenes de un fugado de la Justicia que proclama estar en guerra con España, un partido político mayoritario al que niegan permisos para actos públicos, una Consejería de Interior con carteles en defensa de encausados de la justicia y unas instituciones de todos señoreadas por banderas de parte. El problema, por precisar, es el nacionalismo. La tensión y la deslealtad son sus maneras de estar en política. El nacionalismo es el problema que se presenta como solución a problemas que recrea y de los que se nutre.

Si se asume el diagnóstico de que estamos frente a una ideología constitutivamente desigualitaria que hay que combatir si nos importa una comunidad de ciudadanos libres e iguales, estaremos en condiciones de ofrecer respuestas políticas serias, que no buscan reconciliarse con el mundo, sino cambiarlo de verdad. Nada más desolador que escuchar el lamento de Borrell: «Ya me gustaría a mí tener los medios y recursos del Diplocat». Triste, pero no sorprendente. Es la inexorable consecuencia de aceptar el relato nacionalista del conflicto, su solución política: la derrota del Estado.

Yo también creo que estamos ante un conflicto político, el de la Ilustración frente a una de las variantes del pensamiento reaccionario, la más clásica. Asumido ese diagnóstico, ahí va una lista (parcial) de soluciones políticas, de izquierdas, por precisar: recuperar las competencias en educación, acabar con las embajaditas, poner a los mossos a las órdenes de Interior y denunciar a TV3 por delito de odio cada vez que corresponda -esto es, cada día- y, sobre todo, crear diseños institucionales que nos eviten depender a todos de unos pocos que se despreocupan por definición del interés de todos.

No estoy seguro de que en diez años se resolviera el problema. De lo que sí lo estoy es de que la solución no consiste en volver a repetir lo que nos ha llevado donde estamos, camino de desmontar el Estado.

Félix Ovejero es profesor de Ética y Economía de la Universidad de Barcelona. Su último libro, de próxima aparición, es La deriva reaccionaria de la izquierda(Página Indómita).

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No os merecéis a Castilla

Magnífico Margarito en su blog homónimo, 230918

Hasta aquí hemos llegado.

No me insultéis más ni a mi ni a mi tierra. No insultéis a mis abuelos, no insultéis a mis ancestros. No insultéis a Cervantes, a Delibes, a Teresa de Ávila, al iusnaturalismo del que nacen los derechos humanos, a Juan de Padilla, a Juan de Austria… No insultéis más a una tierra que con su concepto del hombre cambió para siempre el destino de la humanidad.

¿O qué cojones os creíais que somos? ¿Quien os ha utilizado para pensaros mejores que nosotros? ¿Exactamente por qué motivo nos odiáis? ¿En qué sois diferentes? ¿Qué pensaríais de vosotros mismos si en toda América se hablara catalán? ¿Qué pensaríais si vuestras leyes supusieran el germen de las libertades de todo el mundo? ¿Exactamente en qué os creeis mejores que Castilla?

Os lo diré. Vosotros, los de las algaradas en las calles de Cataluña, representáis lo más oscuro, lo retrógrado y lo patético frente a una historia de grandeza, heroísmo, democracia y libertad que representa el país del que sois parte: España. Pretendéis acabar con el progreso, con la libertad y con la luz para arrojaros de modo suicida hacia el pasado, hacia el salvajismo. Os queréis entregar a quien os oprime, os queréis inmolar, sacrificaros para divertimento de la panda de fascistas que os está dirigiendo al abismo. Sí, fascistas.

Lo del otro día fue “La Marcha sobre Roma” y parecíais camisas negras. Representáis las cavernas, sois los bárbaros frente a Roma. Sois una panda de niñatos incultos y paletos que pretendéis hacer una revolución con iPhones mientras en Castilla mis paisanos se parten el lomo en tierras llena de adobe, polvo y pobreza para que vosotros podáis insultarnos con un porro en la mano.

Sois un rebaño, siento lástima y cuando despertéis de este sueño, de esta borrachera de vaso de plástico y piercing de hoz y martillo vais a pasar una larga temporada abochornados por la vergüenza, el ridiculo y el espanto que estáis sembrando ante la mirada atónita de vuestros hijos, a los que estáis llenando de odio. Despertad, aunque solo sea por ellos.

Odiáis a España porque odiáis a Castilla, y la odiáis porque no os la merecéis.  Estáis insultando a una tierra que ha derramado sangre para que hoy vosotros podáis ser libres. Estáis insultado esfuerzos que jamás comprenderíais. Si solamente alguien os hubiera contado los sacrificios históricos de Castilla, la generosidad de una tierra que junto a otras se diluye para crear España, para crear algo superior, una unidad histórica, un destino, una de las naciones más grandes de la historia, para dar al resto de reinos de la península las leyes y los frutos de su grandeza…

Si supierais lo que supuso para esta tierra hacer una reconquista prácticamente solos, si supierais lo que supuso atravesar un océano hacia el fin del mundo y llevar ley y dignidad a todo un continente, si supierais lo que los jesuitas y otras órdenes han hecho para dar esperanza en los cinco continentes, si supierais el estado de pobreza extrema de nuestros pueblos, si supierais que aquí solo dejaron adobe mientras llenaron Austria de mármol…Si supierais que nos estamos muriendo mientras vosotros, los pijos, queréis abandonar a su suerte a nuestros mayores…

Porque eso es lo que queréis. Cortar la solidaridad entre hermanos. Pero no vais a conseguirlo jamás. Vais a perder. No, no podéis votar. Por supuesto que no se puede votar, por ejemplo, si matamos o no a los niños pelirrojos, si apartamos a los judíos, si flagelamos a las adúlteras. No podemos decidir ciertas cosas. La democracia no es votar, paletos. La democracia es entre otras cosas, garantizar que los bárbaros no podáis votar acabar con la igualdad o con la libertad.

Y eso es lo que va a seguir pasando, que España va a defenderos de vosotros mismos, de los que os tratan como rebaño. Por supuesto que vais a perder. Espero que podamos ayudaros a garantizar la libertad y el progreso llenando las cárceles de fascistas y criminales. Si por mi fuera, iba a pasar mucho tiempo hasta que os perdonemos.

Pero lo acabaremos haciendo. Como siempre.

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Notas.-

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